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John Bradshaw - En la mente de un gato

Aquí puedes leer online John Bradshaw - En la mente de un gato texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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John Bradshaw En la mente de un gato
  • Libro:
    En la mente de un gato
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
  • Índice:
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En la mente de un gato: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

Empecé a estudiar el comportamiento de los gatos hace más de treinta años, primero en el Waltham Centre for Pet Nutrition, después en la Universidad de Southampton y ahora en el Instituto de Antrozoología de la Universidad de Bristol. Gran parte de lo que he aprendido se lo debo a la observación meticulosa de los propios gatos: mis gatos, los de los vecinos, gatos de centros de acogida y adopción, la familia de gatos con la que compartí las oficinas del Instituto de Antrozoología y muchos gatos salvajes y de granja.

En comparación con el gran número de científicos dedicados al estudio de los cánidos, hay pocos académicos que se especialicen en ciencia felina, y todavía menos que centren su atención en los gatos domésticos. Aquellos con los que he tenido el privilegio de trabajar y que me han ayudado a elaborar ideas sobre cómo ven los gatos el mundo son, entre muchos otros, Christopher Thorne, David Macdonald, Ian Robinson, Sarah Brown, Sarah Benge (nacida Lowe), Deborah Smith, Stuart Church, John Allen, Ruud van den Bos, Charlotte Cameron-Beaumont, Peter Neville, Sarah Hall, Diane Sawyer, Suzanne Hall, Giles Horsfield, Fiona Smart, Rhiann Lovett, Rachel Casey, Kim Hawkins, Christine Bolster, Elizabeth Paul, Carri Westgarth, Jenna Kiddie, Anne Seawright y Jane Murray.

También he aprendido mucho gracias a las charlas mantenidas con colegas de la profesión tanto en casa como en el extranjero, como el difunto profesor Paul Leyhausen, Dennis Turner, Gillian Kerby, Eugenia Natoli, Juliet CluttonBrock, Sandra McCune, James Serpell, Lee Zasloff, Margaret Roberts y sus colegas en Cats Protection: Diane Addie, Irene Rochlitz, Deborah Goodwin, Celia Haddon, Sarah Heath, Graham Law, Claire Bessant, Patrick Pageat, Danielle Gunn-Moore, Paul Morris, Kurt Kotrschal, Elly Hiby, Sarah Ellis, Britta Osthaus, Carlos Driscoll, Alan Wilson y la añorada, Penny Bernstein. Mi agradecimiento también a la School of Veterinary Medicine de la Universidad de Bristol y especialmente a la profesora Christine Nicol, a Mike Mendl y a los doctores David Main y Becky Whay, por promover el Instituto de Antrozoología y sus investigaciones.

Mis estudios sobre gatos se han apoyado en la buena disposición para cooperar de cientos de dueños de gatos voluntarios (y de ¡los propios gatos!), a los que les estaré agradecido siempre. Gran parte de nuestra investigación no habría sido posible sin la espléndida ayuda de las organizaciones benéficas del Reino Unido que se dedican a buscar alojamiento a los gatos sin dueño, entre las que se encuentran la RSPCA [Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals, Real Sociedad para la prevención de la crueldad en animales], la Blue Cross y St Francis Animal Welfare. Me siento especialmente agradecido con Cats Protection por haberme facilitado ayuda logística y financiera durante dos décadas.

No ha sido una tarea fácil resumir las investigaciones de casi treinta años sobre el comportamiento felino y convertirlas en un libro asequible para el dueño de gato corriente. Para ello he contado con la orientación profesional de Lara Heimert y Tom Penn, mis editores en Basic y Penguin, respectivamente, así como de mi infatigable agente, Patrick Walsh. Gracias a todos.

Como en mis libros anteriores, he acudido a mi querido amigo Alan Peters para dar vida a algunos animales mediante ilustraciones y, como en otras ocasiones, su trabajo me ha hecho sentir más que orgulloso.

Por último, debo agradecer a mi familia que haya soportado mis obligadas ausencias, en lo que mi nieta Beatrice llama la oficina de «Pops».

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EL GATO EN EL UMBRAL

Los gatos domésticos son actualmente un fenómeno global, pero el modo en que pasaron del estado salvaje a convertirse en gatos caseros sigue siendo un misterio. La mayor parte de los animales que tenemos a nuestro alrededor fue domesticada por razones prosaicas y prácticas. Las vacas, las ovejas y las cabras nos dan carne, leche y cuero. Los cerdos proporcionan carne; las gallinas, carne y huevos. Los perros, nuestra segunda mascota favorita, siguen siendo muy útiles para el ser humano además de hacernos compañía: ayudan a cazar, a pastorear, a guardar, a seguir pistas y a arrastrar vehículos, por no hablar más que de unas pocas cosas. Los gatos no son tan útiles como estos animales; incluso la reputación que se han ganado como controladores de ratones puede ser algo exagerada, aunque históricamente esa fue su tarea más evidente en lo que respecta a su convivencia con el ser humano. Así pues, al revés que con el perro, no tenemos respuestas fáciles a la hora de saber cómo se incorporó el gato en la cultura humana de una manera tan efectiva. Nuestra búsqueda de explicaciones debe empezar hace unos diez milenios, que es probablemente cuando los gatos llegaron a nuestra puerta.

Los relatos convencionales sobre la domesticación del gato, basados en informaciones arqueológicas e históricas, sugieren que vivieron por primera vez en casas en Egipto hace 3500 años. Pero nuevas pruebas procedentes del campo de la biología molecular han cuestionado esta teoría. Los exámenes de diferencias entre el ADN de los gatos actuales, domésticos y salvajes, han datado sus orígenes mucho antes, entre hace 10 000 y 15 000 años (8000 y 13 000 a. C.). Podemos desechar sin miedo el extremo más alejado de esta horquilla: no tiene sentido ir más allá de 15 000 años en términos de la evolución de nuestra especie, ya que no es probable que los cazadores-recolectores de la Edad de Piedra tuvieran la necesidad o los recursos como para tener gatos. El cálculo menor, 10 000 años, supone que los gatos domésticos proceden de varios antepasados salvajes que llegaron de diversos lugares de Oriente Medio. En otras palabras, la domesticación del gato tuvo lugar en varios lugares distantes entre sí, o bien más o menos contemporáneos, o bien a lo largo de un periodo extenso de tiempo. Aunque admitamos que los gatos se empezaron a domesticar alrededor del año 8000 a. C., eso nos deja un intervalo de 6500 años antes de que aparecieran los primeros registros históricos de gatos domésticos en Egipto. Hasta ahora, pocos científicos de cualquier tipo han estudiado esta primera —y más larga— fase en la relación entre el ser humano y el gato.

Los datos arqueológicos de este periodo de tiempo no nos aclaran gran cosa. Se han encontrado dientes y fragmentos de huesos de gato que datan de entre los años 7000 y 6000 a. C. en excavaciones cerca de la ciudad palestina de Jericó y en otros lugares del Creciente Fértil, la «cuna de la civilización», que se extendía desde Irak a través de Jordania y Siria hasta las costas orientales del Mediterráneo y Egipto. Pero estos fragmentos son raros; es más, podrían proceder de gatos salvajes a los que quizá mataran por sus pieles. Pinturas rupestres y estatuillas de animales semejantes a gatos del milenio siguiente, descubiertas en lo que son ahora Israel y Jordania, podrían representar seguramente gatos domesticados; sin embargo, esos gatos no están representados en entornos domésticos, así que bien pueden ser imágenes de gatos salvajes, incluso de grandes felinos. Así pues, si admitimos que esas pruebas se refieren todas a formas primitivas de gatos domésticos, sigue sin explicarse su extrema rareza. En el año 8000 a. C., la relación de la humanidad con el perro doméstico ya había progresado hasta el punto de que los perros se enterraban habitualmente junto a sus amos en diversas partes de Asia, Europa y Norteamérica, mientras que los entierros de gatos no empezaron a generalizarse en Egipto hasta más o menos el año 1000 a. C. Si durante esa época los gatos eran ya animales domésticos, deberíamos tener más pruebas tangibles de esa relación que las que se han descubierto.

Las claves más reveladoras del modo en que empezó la asociación entre el hombre y el gato no proceden del Creciente Fértil, sino de Chipre. Chipre es una de las pocas islas mediterráneas que nunca estuvieron unidas al continente, incluso cuando el mar estaba en su nivel más bajo. Por tanto, su población animal tuvo que llegar allí volando o nadando, es decir, hasta que el ser humano empezó a viajar hasta allí en primitivas embarcaciones hace unos 12 000 años. En ese momento, en el Mediterráneo oriental no había animales domesticados, con la probable excepción de los primeros perros, de modo que los animales que cruzaron el mar con aquellos primeros pobladores debieron de ser, o bien animales salvajes domesticados individualmente, o autoestopistas inadvertidos. Así pues, aunque no podamos decir con seguridad si los antiguos restos de gatos en el continente son de animales salvajes, mansos o domesticados, está claro que los gatos solo pudieron llegar a Chipre transportados allí deliberadamente por hombres, suponiendo, tal como podemos hacerlo sin arriesgarnos, que a los gatos de aquella época les repugnaba tanto nadar en el mar como a los gatos actuales. Cualquier resto de gatos encontrado allí debe ser de animales semidomesticados o al menos cautivos, o de sus descendientes.

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