Créditos
ALBA
RARA AVIS
Edición en formato digital: junio de 2015
Título original: Dr Gully’s Story
© de la traducción: Flora Casas
© Herederos de Elizabeth Jenkins, 2015
© de esta edición:
Alba Editorial, S.L.U.
Baixada de Sant Miquel, 1 bajos
08002 Barcelona
© Diseño: Pepe Moll de Alba
ISBN: 978-84-9065-121-6
Depósito legal: B-15.160-15
Conversión a formato digital: Alba Editorial
www.albaeditorial.es
Nota al texto
La historia del doctor Gully se publicó por primera vez en 1971 (Coward, McCann & Geoghegan, Nueva York). Al año siguiente apareció la primera edición inglesa (Michael Joseph, Londres).
Donde sanaré de mi lastimosa herida...
Tennyson, La muerte de Arturo
Intro ducción
Aunque me sentí fascinada por el caso Bravo hace ya muchos años, desde que lo conocí, lo que más me ha atraído de él es la personalidad del doctor Gully.
La mayoría de quienes han escrito sobre el caso han tratado al médico como un personaje periférico de dudosa respetabilidad, capaz de despertar interés únicamente porque a los sesenta y dos años enamoró de una manera sorprendente a Florence Ricardo, una hermosa joven de veinticinco, y tales amores acabaron en un escándalo que sacudió los cimientos del Londres victoriano.
En realidad, el doctor Gully era un hombre de una pericia y un magnetismo personal excepcionales, y su carrera profesional, a la que renunció a los sesenta y tres años para marcharse con Florence Ricardo, fue una de las más originales en la medicina del siglo xix.
Con su socio, el doctor Wilson, implantó la cura de aguas en Malvern, en Worcestershire, como reacción al espectacular desarrollo de la medicina basada en la terapia con fármacos que, en el siglo xx, ha desembocado en el horror de los niños de la talidomida.
Independientemente de las teorías que profesara, el doctor Gully era un médico nato; su clientela, enorme, igual que su éxito. Tennyson y Carlyle fueron pacientes agradecidos; Charles Darwin le llamaba «mi amado doctor Gully»; Florence Nightingale decía que tenía talento.
En muchos sentidos estaba más en consonancia con nuestra época que con la suya y sufrió entonces como seguramente no habría sufrido ahora.
En mi opinión, la personalidad del doctor Gully es tan absorbente que el célebre caso resulta interesante sobre todo por las trágicas consecuencias que tuvo para él. Me habría gustado escribir este libro como una biografía, pero la idea presentaba demasiadas dificultades. Sin embargo, he trabajado con todo el material biográfico que he encontrado (si bien hubo que omitir una parte por razones de espacio) y he intentado exponer la historia con la veracidad de una biografía. Aunque he atribuido pensamientos y sentimientos a los personajes e inventado escenas y conversaciones, por lo que el libro no tiene más pretensiones que las de una novela de época, me gustaría aclarar que todas las referencias a personajes públicos –por ejemplo, Tennyson, George Eliot, sir Percy y lady Shelley, William Crookes y Daniel Dunglas Home– son reales; todas las opiniones médicas atribuidas al doctor Gully están sacadas de sus obras y todas las pruebas de la investigación aportadas proceden de la información de la época publicada en The Daily Telegraph.
He contado la historia desde el punto de vista del doctor Gully, y en la narración de la situación crítica he excluido casi todo lo que él no pudo haber conocido. Una fuente valiosa de información sobre detalles familiares son las memorias, breves, incompletas y no publicadas, que dejó el hijo del doctor Gully, William Gully, que más adelante sería presidente de la Cámara de los Comunes.
El collar de perlas y el reloj de repetición de oro con el nombre de Florence esmaltado en el reverso, que ésta le regaló a su ahijada, la hija de William Gully, están en manos de la nieta de esta última, Mary Ryde. Por enseñarme diarios, cartas, dibujos, fotografías y reliquias del doctor Gully, les estoy sumamente agradecida a los siguientes miembros de su familia: lady Mowbray and Stourton, viuda, la señora Marie-Louise Harrison, la señora Gladys Paul, la señora Mary Ryde, la señora de David York, el honorable Luke Asquith y David Jeffcock.
Mi cálido agradecimiento asimismo a la señora Leslie Hammond, propietaria del Priorato, Balham, por su inmensa amabilidad al permitirme que visitara la casa en numerosas ocasiones; a lady Mander, por dos inestimables referencias; a Robin Price, de la Biblioteca Wellcome de Historia de la Medicina, que corrigió amablemente las declaraciones erróneas publicadas en otros sitios sobre el trato que recibió el doctor Gully por parte de los profesionales de la medicina; a la señora de Geoffrey Goodwin, por señalarme en los mapas las casas llamadas originalmente Hillside y Stokefield, en Leigham Court Road; a la señora J. B. Rustomjee y a Gerald Morrice, por acompañarme a las casas de Malvern; a la Tennyson Society, por su solidaria ayuda, y al Colegio de Estudios Parapsicológicos, por las inigualables facilidades que me ofrecieron.
Capí tulo I
Era el primero de mayo de 1870. En un amplio dormitorio de la primera planta de Malvern House, desde cuyas ventanas se dominaba el panorama del condado hasta Gales, Florence Ricardo estaba sentada delante del tocador mientras Laundon, su doncella, le soltaba el pelo para cepillarlo y volvía a recogérselo. Florence le había dicho a Laundon que la peinara, pero apenas podía quedarse quieta mientras lo hacía. La desazón y la fatiga la estaban consumiendo casi hasta el extremo de la desesperación. Había preguntado malhumorada por qué no estaba el té, y cuando se lo llevó la segunda doncella, dejó que se quedara helado a su lado. Laundon recogió el pelo castaño rápidamente, diciendo: «Quizá esto le sirva de momento, señora, ya que no quiere que la molesten». Dio la impresión de que Florence iba a replicar, pero antes de pronunciar palabra se le llenaron los ojos de lágrimas y tendió un brazo sin mirar. Laundon le puso un pañuelo en la mano.
A Florence la había dejado agotada el esfuerzo de decidirse a explicarle al doctor Gully lo enferma que estaba, algo que hasta entonces nadie había comprendido debidamente. Si no lograba que el doctor Gully lo comprendiera, desaparecería su última oportunidad. La necesidad de ayuda era acuciante pero, cuando le preguntaban qué pasaba, se le quedaba la mente en blanco. Armándose de valor para la entrevista, había luchado horas enteras para no flaquear y desmayarse cada vez que hacía el menor esfuerzo. Un coche se detuvo delante de Malvern House a las seis menos cuarto; maltrecha, con los ojos anegados en lágrimas y temblorosa por la falta de sueño, entró en el vehículo, y Laundon detrás de ella.
La tarde de mayo estaba nublada. La habitación a la que la llevaron era austera y sosegada. En la chimenea con repisa de mármol había un puñado de brasas de color dorado rojizo. El anillo de tulipas de cristal de la araña de gas no estaba encendido, pero en el enorme escritorio en un extremo de la habitación, ardía con resplandor delicado pero intenso una lámpara con un globo en forma de luna. El doctor Gully estaba detrás del escritorio. Se levantó, salió por un lado y se dirigió a Florence. Examinó el rostro de la mujer unos segundos con sus inteligentes y penetrantes ojos azules; después sonrió. Dijo algo amable y cordial, pero ella apenas lo entendió. De pronto se vio sentada en una silla a un lado del escritorio mientras el médico volvía a ocupar su asiento al otro lado. El doctor Gully dijo:
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