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Percival Everett - Cuánto azul

Aquí puedes leer online Percival Everett - Cuánto azul texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: De Conatus, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Cuánto azul: resumen, descripción y anotación

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Es el tipo de libro que solo puede escribir un maestro. Christian Lorentzen.

Un afamado pintor de mediana edad nos cuenta cómo se ha librado del peso de un secreto que no le permitía vivir. Un secreto lleva a otro y a otro hasta que la comunicació con los más cercanos resulta imposible. El protagonista cuenta su viaje juvenil a El Salvador atravesado por la muerte y la violencia, un affair amoroso en París y su fracturada vida familiar en los Estados Unidos.

Una historia actual contada con una sencillez de lenguaje llamativa y que alcanza una gran profundidad.

Junto al secreto aparecen temas tan actuales como las diferencias sociales, los problemas de comunicació en la familia, el arte y la vida cotidiana, y, sobre todo, la necesidad de abandonar el desdoblamiento para tener una vida digna.

¿Nos damos cuenta de que las decisiones que tomamos están condicionadas por nuestros secretos?
Un libro en el que la amistad aparece al mismo nivel que el amor. ¿Qué podemos llegar a hacer por una amistad?

La acció transcurre en una vida cotidiana como la nuestra, aunque el protagonista-narrador sea un pintor afamado. De manera que leemos la historia con suma atenció.

Desde el punto de vista ideológico, resulta muy interesante la salida de la ironía postmoderna del personaje hacia un deseo de vida más humanista.

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Cuánto azul — leer online gratis el libro completo

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CUÁNTO AZUL

Título original So much blue De esta edición De Conatus Publicaciones - photo 1

Título original:

So much blue

De esta edición:

© De Conatus Publicaciones S. L.

Casado del Alisal, 10

28014 Madrid

www.deconatus.com

© Percival Everet 2017

© De la traducción: Javier Calvo

Primera edición: enero de 2019

Diseño de la colección: Álvaro Reyero Pita

ISBN: 978-84-17375-19-5

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni almacenarse en sistema recuperable o ser transmitida, en ninguna forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante fotocopia, grabación ni otra manera sin previo permiso de los editores.

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

Para Melanie, que ha hecho que pasaran muchas cosas.

Una imagen es un secreto sobre un secreto.

D iane A rbus

Empezaré por las dimensiones. Como debe ser. Un amigo mío matemático me dijo una vez, o quizá dos, que las dimensiones hacen referencia a la estructura constituyente de todo espacio y a su relación con el tiempo. No entendí esta afirmación y sigo sin entenderla, a pesar de su encanto poético obvio e innegable. También intentó explicarme que las dimensio-nes de un objeto son independientes del espacio en el que el objeto está inserto. No tengo claro que ni siquiera él entendiera lo que estaba diciendo, aunque parecía bastante cautivado por la idea. Lo que sí entiendo es que mi lienzo mide tres metros con setenta y cinco centímetros de alto y seis metros y medio de ancho. No puedo explicar lo de los setenta y cinco centímetros, pero sé que son cruciales para la obra. Está clavado a una pared que mide seis metros de altura y diez de ancho. La pared de delante es idéntica y las paredes adyacentes solo tienen cico metros de ancho. Así pues, la superficie total de la sala son cincuenta metros cuadrados. El volumen del recinto es trescientos metros cúbicos. Yo mido metro ochenta y tres y peso ochenta y siete kilos. Prefiero escribir los números con palabras.

También me gusta referirme a los colores por su nombre más que por medio de muestras. No me gustan los diagramas que enseñan gradaciones de colores o de tonos. En las tiendas de pinturas o de materiales artísticos tienen miles de esas ti-ras de muestra, destinadas a acabar en la basura. No me dicen nada. Esos ejemplos, que nunca son modelos ni prototipos, no son más que simples aproximaciones a cómo va a quedar la pintura sobre la tarima o el lienzo o en el papel o en la madera o en las yemas de mis dedos. El amarillo transparente nunca es transparente sobre el retal . Qué palabra. Retal. El amarillo indio podría ser perfectamente naranja cadmio. La aureolina a veces podría ser titanato de níquel y a veces amarillo limón. Los nombres, en cambio, son precisos, carecen de ambigüedades; se podría decir incluso que son rígidos, fijos, inalterables, ciertamente inelásticos. Esto no equivale a decir que las palabras no sean precisas, pero de hecho los nombres sí lo son. Incluso cuando son incorrectos o se presentan por error. Un nombre nunca yerra el tiro. Debería señalar que yo considero que los nombres de los colores son nombres propios, en el sentido de que no nos dan información sobre la cosa nombrada, sino que identifican esa cosa específicamente. Igual que funciona para mí mi nombre, Kevin Pace. Seguramente hay otros Kevin Pace en el mundo, pero no tenemos el mismo nombre. Quizá nuestros nombres tengan el mismo nombre, pero el nombre de mi nombre no es un nombre propio.

Estas son mis pinturas, mis colores. Polvos mezclados con aceite de linaza. Esta es mi pintura, colores sobre lino sin tratar. He usado mucho azul ftalo y azul de Prusia mezclado con añil. En la esquina superior derecha hay cerúleo cambiando a cobalto, o quizá invadiendo el cobalto. Los colores y sus nombres están en todas partes, sobre todas las cosas. Todos los colores significan algo, aunque no sé el qué, y tampoco lo diría si lo supiera. Sus nombres son más descriptivos que su presencia, ya que su presencia no necesita describir nada y de hecho no describe nada. Esta es mi pintura. Vive en esta estructura que parece un establo para potros. Aquí no entra nadie más que yo. Ni mi mujer. Ni mis hijos. Ni mi mejor amigo Richard.

Hay otro cobertizo en el que trabajo en otras pinturas. En él todo el mundo es bienvenido. Las pinturas están disponibles y al descubierto y esperando a ser valoradas, compradas y colgadas en salas de estar o en vestíbulos de bancos. No me disgustan. Algunas son buenas. Otras no. Tampoco me compete a mí juzgarlas, así que no lo haré. Esas pinturas son putas. Las reconozco y las aprecio como tales. No es culpa suya y de hecho no me parece que el hecho en sí de ser una puta tenga nada de malo. Realmente no le veo problema, si se hace bien y sin disculpas ni calificaciones. ¿Y acaso esas pinturas a las que aludo con indiferencia aparente, por mucho que no sea mi intención, tienen algún motivo recurrente? Quizá. Ni lo sé ni me importa. Me pregunto si tienen elementos en común, de serie a serie y de lienzo a lienzo. Los expertos de tiempos por venir discutirán sobre mis materiales, sobre mi técnica y sobre mi paleta. Me encantaría pensar que hay una parte de mí que está presente de forma continuada en cada lienzo, pero a continuación me pregunto qué importa; por qué, para mezclar metáforas, alguien necesita oír una y otra vez la misma secuencia memorable de notas.

Hace unos años tuve un periodo más bien breve de éxito. Por eso me queda algo de dinero, o por lo menos lo bastante como para que mi familia viva cómodamente. A mis hijos los llevo a la escuela privada, aunque no sé por qué. Sin duda la pública es mejor, pero queda varios kilómetros más lejos. Lo que esto sugiere es que soy un vago. No lo niego. Muchos de sus compañeros de escuela me parecen tontos, pero quizá simplemente estén malcriados. Quizá todos los niños sean tontos, o tal vez sean todos unos genios, y quizá no haya diferencia entre una cosa y otra. Personalmente ya no me interesa la genialidad. Es posible que en un momento dado me acercara a ella, pero seguramente no. ¿Quién sabe? Y en última instancia, lo que es más importante, ¿qué más da?

Mi lienzo, mi pintura privada, tiene título, tiene nombre. Nunca se lo he dicho en voz alta a nadie. Solo lo dije una vez, por lo bajo y estando a solas en mi estudio. Es un poco como la contraseña de mi correo electrónico, con la diferencia de que si lo olvido no lo podré recuperar. No lo tengo apuntado. Una razón por la que nunca dejo que mis hijos vean la pintura es que quizá intenten ponerle nombre y de esa forma me la estropeen y lo estropeen todo. No pienso dejar que mi mujer la vea porque se pondría celosa y me la estropearía y lo estropearía todo. Sé que mi familia y mis amigos —aunque me imagino que me quieren, de la forma que sea— están esperando ansiosamente mi muerte, o solo porque me gusta la palabra, mi óbito. Todos quieren que les enseñe el lienzo. Me gustaría enseñárselo solo para verles las caras, pero no pienso hacerlo. Todos creen que no confío en ellos. Lo cual es verdad. Se sienten insultados por los muchos cerrojos y las ventanas selladas del cobertizo del cuadro. No me fío ni un pelo de ellos. Al principio husmeaban de vez en cuando alrededor de mi estudio, intentando ver algo, o hasta oler algo. Coyotes y mapaches rondando una tienda de acampada. Pero lo han dejado correr. Por ahora. ¿Es esta mi obra maestra? Quizá. Seguramente no. No sé qué quiere decir esa expresión. La idea de obra maestra tiene que ver con la eternidad, con lo que es para siempre, según tengo entendido. No tengo problema con esos conceptos, al menos no por una cuestión de principios filosóficos; es más bien un problema de gustos. Es muy posible que la eternidad de una obra maestra le permita existir fuera del tiempo, pero yo soy demasiado tonto para entender esto y no soy lo bastante listo como para negarme a entenderlo. Al parecer, mi obra maestra es de gran interés para mucha gente. No resulta muy agradable saber que uno es más interesante muerto que vivo, aunque tampoco es una sensación terrible.

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