A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
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INTRODUCCIÓN
Todas las grandes civilizaciones del pasado, en un momento determinado de su evolución, llegaron a la compilación de sistemas adivinatorios basados en el empleo de tablillas simbólicas. Es el caso del dominó, del mahajong, de las cartas indias, chinas y árabes, antepasadas de nuestros naipes y en particular del arcaico y concentrado sistema simbólico conocido en la actualidad como juego del tarot.
En efecto, el signo grabado en las tablillas de madera, marfil o metal lleva en sí mismo, aunque diversificándola según el país y la civilización de procedencia, toda la historia del hombre, de sus necesidades y de las expectativas que desde los tiempos más remotos le han impulsado a indagar el futuro.
Las setenta y ocho cartas que componen la baraja, riquísimas en representaciones alegóricas, constituyen, por tanto, uno de los más antiguos y completos sistemas de adivinación: una verdadera miscelánea de símbolos en la que apoyarse para poner en marcha las dotes paranormales de clarividencia y precognición que todos, en cierta medida, poseemos de forma natural, como herencia ancestral. Porque el arte de la cartomancia, en realidad, sólo es eso: la capacidad de descifrar el complejo y ordenado lenguaje del símbolo, capaz de poner en marcha, precisamente en virtud de su energía primordial, mecanismos arcaicos, reacciones, emociones y poderes que hoy día se consideran perdidos, resto de una época en la que el hombre vivía con lo paranormal una extraordinaria relación de dependencia. La necesidad de saber antes, de conocer con gran antelación el momento de un regreso, el resultado de una lucha, la dirección que tomar para encontrar la caverna, desarrolló en el ser humano una sensibilidad particular, una aguda atención al detalle, al signo, convertido con el tiempo en símbolo, código de un lenguaje tan misterioso como antiguo.
Al menos una vez, todos, unos en primera persona, otros a través de la prensa, el cine o la televisión, nos hemos relacionado con una baraja de tarot.
Se trata, en apariencia, de una baraja de naipes común y corriente compuesta de setenta y ocho cartas, definidas como arcanos: veintidós mayores y cincuenta y seis menores. Esta es una subdivisión fundamental, al menos en los comienzos, puesto que, aunque los cartománticos profesionales utilizan siempre la baraja entera, es más que suficiente, para un principiante, limitarse a la serie de las veintidós mayores, las cartas más significativas de todas (también llamadas triunfos o atouts, del francés bons à tout). En efecto, los arcanos mayores representan los puntos clave, los símbolos más cargados de significado que hablan al intérprete a través del lenguaje primordial de los arquetipos, nociones comunes a los representantes de cualquier época y cultura, referidas a experiencias compartidas por toda la especie humana o, al menos, por amplios grupos de ella. Por poner algún ejemplo: el celeste evoca en cualquier cultura el espíritu, el cielo; la oscuridad siempre provoca alarma porque de noche los grandes depredadores, enemigos del hombre prehistórico, salían al descubierto; el agua siempre se relaciona con la madre porque todos nacemos de las aguas maternas; y la Luna, en su origen masculina, ha acabado convirtiéndose en el astro maternal por excelencia, a causa de su influencia en las mareas y en los ciclos femeninos, con los que se ha asimilado.
Pero hay más: el riquísimo tejido simbólico de los arcanos mayores, relacionado con todas las demás disciplinas esotéricas como la cábala, la aruspicina, la alquimia o la astrología, constata que el saber misterioso, la ciencia oculta, es en realidad única y que todas las disciplinas que la componen son interdependientes unas de otras.
En cambio, a la parte restante de la baraja —los cincuenta y seis arcanos menores, formados por cuatro series de catorce cartas cada una: diez numerales y cuatro figuradas (las mismas que se emplean para jugar a la malilla o a la brisca)— sólo le corresponde especificar, detallándolos, los significados simbólicos de los arcanos mayores, indicando, por ejemplo, el efecto de una acción, las circunstancias, el tiempo de realización de los acontecimientos, la edad, el estado social y las características físicas de las personas a las que alude el juego.
Dicho esto, la baraja del tarot, vista en su globalidad, se presenta por sí sola: un libro sagrado, iniciático, un instrumento especialmente creado para pensar, idéntico, al menos en la intención y en la estructura simbólica, a la famosa «máquina para filosofar» imaginada por el filósofo medieval Ramon Llull; en efecto, tanto la máquina como el tarot trabajan en realidad sobre el mismo principio, la asociación de palabras e ideas universales.
El tarot funciona como una síntesis de todas las doctrinas, experiencias humanas, etapas, acontecimientos y situaciones que constituyen la vida misma, y precisamente en virtud de este sincretismo, de esta familiaridad, utilizarlos, comprenderlos y orientarse en ellos puede resultar sumamente fácil.
Toda la historia del hombre se concentra en este carrusel de cartulinas de colores: está el nacimiento y la muerte; están siempre presentes el amor, el triunfo, la caída, la tentación, la recompensa, entrelazados en la vivencia de cada cual. Todo está escrito ya en una especie de proyecto evolutivo, que desde la fase inicial, juvenil de la experiencia, eficazmente representada por el Villano, conduce hasta el momento de rendir cuentas, hasta el balance final del arcano del Juicio. Y desde allí se vuelve, a través de la carta del Loco, sin número, al punto de partida, pero a un estado distinto de conciencia, en una espiral evolutiva que recuerda la rueda del Renacimiento: una nueva encarnación en la tierra para aprender en ella una nueva lección, para enfrentarse a una nueva forma de conocimiento y a un nuevo destino.
LA CARTOMANCIA Y LOS ARCANOS
La previsión
En el lenguaje paracientífico, la previsión del futuro se conoce generalmente con el término de