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Nelson Demille - El juego del León

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El juego del León: resumen, descripción y anotación

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Desde un puesto especial de observación en el aeropuerto JFK de Nueva York, miembros de la Brigada Antiterrorista esperan la llegada de un pasajero desde París: Asad Khalil, un terrorista libio conocido como «El León» que va a pasarse a Occidente. Todo se está desarrollando conforme a lo previsto; el avión con sus centenares de pasajeros, incluido Khalil y sus escoltas del FBI, llega puntual a su destino. Sin embargo, pronto queda claro que algo marcha mal, terriblemente mal, y que lo ocurrido en este vuelo es sólo un preludio del terror que se sucederá a continuación… John Corey, que sobrevivió a tres heridas de bala mientras fue miembro de la policía neoyorquina, sabe que ha agotado su cupo de buena suerte. No obstante, se alista como agente contratado al servicio de la Brigada Antiterrorista del gobierno federal y es asignado a la peligrosa sección de Oriente Medio. Kate Mayfield, su compañera en esta misión, tiene mayor graduación que John y menos edad, lo que constituye una combinación desastrosa para ambos. Aun así, ella consigue mantenerse firme frente al estilo temerario de John. Ahora, Corey y Mayfield deberán unir sus fuerzas y enfrentarse a un ser sin escrúpulos, un asesino cuya maldad no tiene límites.

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Nelson Demille El juego del León En amoroso recuerdo de mi madre miembro - photo 1

Nelson Demille

El juego del León

En amoroso recuerdo de mi madre,

miembro de la Gran Generación

Nota del autor

La imaginaria Brigada Antiterrorista (BAT) representada en esta novela se basa en la Brigada Terrorista Conjunta (BTC), aunque me he tomado ciertas libertades dramáticas y licencias literarias cuando lo he considerado necesario.

La Brigada Terrorista Conjunta es un grupo de hombres y mujeres inteligentes, trabajadores y plenamente entregados a su labor que luchan en la vanguardia de la guerra contra el terrorismo en Norteamérica.

Los personajes de este relato son totalmente ficticios, aunque algunas de las actividades de las agencias gubernamentales representadas se basan en hechos reales, como es el caso de la incursión aérea norteamericana en Libia en 1986.

PRIMERA PARTE

Estados Unidos, 15 de abril El presente

La muerte lo teme porque tiene el corazón de un león

Proverbio árabe

CAPÍTULO 1

Uno pensaría que cualquiera que hubiese recibido tres balazos y se hubiera convertido casi en donante de órganos en el futuro procuraría evitar situaciones peligrosas. Pues no, yo debo de tener el deseo inconsciente de excluirme del fondo genético común o algo así.

En cualquier caso, soy John Corey, ex miembro de la policía de Nueva York, sección de Homicidios, y en la actualidad agente especial contratado de la Brigada Antiterrorista Federal.

Yo iba sentado en el asiento trasero de un taxi amarillo circulando desde el 26 de Federal Plaza, en el bajo Manhattan, rumbo al aeropuerto internacional John F. Kennedy con un conductor suicida pakistaní al volante.

Era un hermoso día de primavera, un sábado, había un tráfico moderado en la carretera costera, también conocida como carretera de circunvalación y rebautizada recientemente como autovía POW/MIA, para más claridad. Atardecía, y las gaviotas procedentes de un terraplén próximo -lo que antes se llamaba un vertedero- arrojaban sus excrementos contra el parabrisas del taxi. Me encanta la primavera.

No me iba de vacaciones ni nada parecido. Me disponía a trabajar con la antes mencionada Brigada Antiterrorista. Se trata de una organización cuya existencia no conocen demasiadas personas, lo que me parece perfecto. La BAT está dividida en secciones que centran su atención en grupos específicos de agitadores o terroristas, como el Ejército Republicano Irlandés, el Movimiento por la Independencia de Puerto Rico, los radicales negros y otras organizaciones cuyos nombres pasaré por alto. Yo estoy en la sección de Oriente Medio, que es el grupo más grande y quizá el más importante, aunque, para ser sincero, no sé gran cosa sobre terroristas de Oriente Medio. Pero se esperaba que fuese aprendiendo sobre la marcha.

Así que, para practicar, entablé conversación con el pakistaní, que se llamaba Fasid, y que yo estaba seguro de que era un terrorista, aunque hablaba como un tío legal y lo parecía.

– ¿De dónde es usted? -le pregunté.

– De Islamabad.

– ¿De veras? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

– Diez años.

– ¿Le gusta esto?

– Claro. ¿A quién no?

– Bueno, a mi ex cuñado, Gary, por ejemplo. Siempre está despotricando contra Norteamérica. Quiere irse a Nueva Zelanda.

– Yo tengo un tío en Nueva Zelanda.

– ¿En serio? ¿Queda alguien en Islamabad?

Se echó a reír y me preguntó:

– ¿Va a recibir a alguien en el aeropuerto?

– ¿Por qué lo pregunta?

– No lleva equipaje.

– Vaya, muy agudo.

– ¿O sea, que va a recibir a alguien? Podría quedarme rondando por allí y llevarlo de vuelta a la ciudad.

El inglés de Fasid era bastante bueno, con sus modismos, argot y todo eso.

– Ya tengo con quien volver -respondí.

– ¿Seguro? Podría quedarme rondando por el aeropuerto.

En realidad, yo iba a esperar a un supuesto terrorista que se había entregado a la embajada de Estados Unidos en París, pero no creía que ésa fuese información que debiera compartir con Fasid.

– ¿Es usted hincha de los Yankees? -le pregunté.

– Ya no. -Y se lanzó a una diatriba contra Steinbrenner, el Yankee Stadium, el precio de las entradas, los sueldos de los jugadores, etcétera. Estos terroristas son listos y saben hacerse pasar por ciudadanos leales.

De todos modos, dejé de prestar atención a aquel tipo y pensé en cómo había ido yo a parar allí. Como ya he dicho, yo era detective de homicidios, y uno de los mejores de Nueva York, si se me permite decirlo. Un año antes, estaba jugando a esquivar balas con dos caballeros hispanos de la calle 102 Oeste en lo que probablemente era un caso de identidad equivocada, o de tiro al blanco, ya que no parecía haber ninguna razón para el ataque. La vida resulta graciosa a veces. De todos modos, los tipos estaban todavía en libertad, aunque yo no les quitaba el ojo de encima, como pueden imaginar.

Después de la experiencia que me tuvo a las puertas de la muerte, y tras ser dado de alta en el hospital, acepté el ofrecimiento de mi tío Harry de instalarme en su casa de verano de Long Island para pasar la convalecencia. La casa está situada a unos 150 kilómetros de la calle 102 Oeste, lo que resultaba estupendo. El caso es que mientras estaba allí me vi implicado en el doble asesinato de un hombre y su mujer, me enamoré dos veces y estuve a punto de que me mataran. Y una de las mujeres de las que me enamoré, cuyo nombre es Beth Penrose, todavía continúa más o menos en mi vida.

Mientras todo esto sucedía en la parte oriental de Long Island, se consumó mi divorcio. Y como si no estuviera atravesando ya un período bastante malo, en el caso del doble homicidio acabé entablando relación profesional con un tipejo de la CÍA llamado Ted Nash. Yo le tomé en seguida una fuerte aversión y él, a cambio, me detestaba con toda su alma y, mira por dónde, ahora formaba parte de mi equipo de la BAT. Vivimos en un mundo pequeño pero no tanto, y yo no creo en las coincidencias.

También había otro tipo ocupado en aquel caso, George Foster, un agente del FBI, del que no se podía decir nada malo pero que precisamente no era tampoco mi ojito derecho.

De cualquier modo, resulta que aquel doble homicidio no era un caso federal, y Nash y Foster desaparecieron, solamente para reaparecer en mi vida unas cuatro semanas después, cuando me asignaron a este equipo de Oriente Medio de la BAT. Pero no hay problema, he solicitado el traslado a la sección de la BAT que se ocupa del Ejército Republicano Irlandés, y probablemente me lo concederán. No es que el IRA me atraiga especialmente pero al menos las tías del IRA tienen mejor palmito, los tíos son más divertidos que el tipo medio de terrorista árabe y los pubs irlandeses son súper. Podría hacer algo bueno en la sección anti-IRA. De veras.

La cosa es que después de todo aquel jaleo en Long Island me ofrecieron la gran alternativa de elegir entre comparecer ante el consejo disciplinario de la policía de Nueva York o coger la baja por incapacidad médica y largarme. Así que cogí la baja pero negocié también una plaza en el Colegio de Justicia Criminal John Jay de Manhattan, donde vivo. Antes de ser herido, había impartido un curso en el John Jay como profesor adjunto, de modo que me la concedieron.

En enero comencé a trabajar en el JJ. Daba dos clases nocturnas y una diurna, me estaba volviendo loco de aburrimiento, y entonces mi antiguo compañero Dom Fanelli me habló del programa de agentes con contrato especial con los federales, en el que reclutaban a ex policías para trabajar con la BAT. Presenté la solicitud, me aceptaron, probablemente por un montón de razones equivocadas, y aquí estoy. El sueldo es bueno, los extras estupendos, y los federales casi todos unos tontolabas. Como la mayoría de los polis, yo tengo ese problema con los federales, y ni siquiera la terapia de grupo sirve para solucionar la cuestión.

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