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Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.
© 2019, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.
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Diseño de cubierta: Simon & Schuster UK Ltd.
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
3
Intentaron convencerla de que aceptara la pauta que se estableció. Intentaron que dejara de protestar por los análisis de sangre, orina y heces que le hacían dos veces por semana, por la entrega de muestras y las visitas al laboratorio, por las revisiones físicas mensuales, por tener que meter las manos en aquellas sustancias químicas, por tener que dejar que le examinaran las uñas. Según un médico al que le había preguntado en una ocasión por qué tenía que ser dos veces por semana, tenían que hacer un seguimiento de sus pautas habituales. Las enfermeras charlaban con ella como si todo aquello hubiera terminado por resultarle de lo más normal, pero al darse cuenta de que era incapaz de restarle importancia, al ver que para ella era una humillación a la que no iba a acostumbrarse por muchas veces que se repitiera, le tomaron antipatía. Siempre llegaban en pareja, y al final dejaron de tomarse la molestia de intentar incluirla en la conversación y se limitaban a charlar entre ellas. Cada semana, al llegar un nuevo lunes y pasar todo el fin de semana diciéndose que tenía que portarse mejor, que tenía que hacer un esfuerzo para demostrar que podía tomarse las cosas bien y que era una persona en quien se podía confiar, una persona responsable a la que podían dejar libre, aparecían en la puerta de la cabaña con esos rostros sonrientes y esos recipientes de cristal y la enfurecían de nuevo.
—¿Qué dicen los resultados? —les preguntó en una ocasión a dos de las enfermeras—. Me someto a estas pruebas una y otra vez, pero nunca me dan los resultados.
—Deben de ser positivos —contestó una de ellas—. De no ser así, ¿por qué habrían de tenerla aquí?
Cuando le hacía la misma pregunta al doctor Albertson o al doctor Goode, ellos se limitaban a contestar que los resultados de unas pruebas puntuales, de unas meras semanas, carecían de importancia y que le comunicarían los resultados en cuanto tuvieran la información suficiente para sacar conclusiones en firme. Le aconsejaban que tuviera calma, argumentaban que todo requería su debido tiempo.
La única persona con la que no le molestaba hablar era John Cane, el jardinero, quien no tenía nada que ver con las pruebas y a menudo le dejaba un ramito de flores en la puerta. Incluso cuando la furia que la embargaba se expandía tanto que lo barría todo a su paso, incluso a él, John apenas parecía darse cuenta de ello, se limitaba a seguir hablando y hablando y, cuando era ella la que hablaba, la escuchaba con atención.
Mary buscaba anuncios de abogados en los periódicos que John le llevaba, mandaba cartas pidiendo ayuda. Le escribió al jefe de policía, y también a la directora de la agencia que le había conseguido el empleo en casa de los Bowen; al ver que los médicos y las enfermeras seguían negándose a compartir con ella los resultados de las pruebas, se puso en contacto con un laboratorio independiente para preguntar si estarían dispuestos a realizar los análisis necesarios si les mandaba unas muestras, y les pidió unos recipientes a las enfermeras. En su siguiente carta dirigida a Alfred le indicó que entrara en la alacena de casa y que apartara la harina y el azúcar, que encontraría allí su libreta bancaria; le pidió que la llevara al banco de la calle 23 (ella tenía una cuenta allí), y que gestionara el pago pertinente a los Laboratorios Ferguson. Después saca todo el dinero que quede, quédatelo para ir pagando tus gastos y cierra la cuenta. Si no te creen, muéstrales esta carta , añadió. No quedaría una suma demasiado grande, pero algo era algo. Ella no necesitaba dinero en North Brother, y le preocupaba cómo estaría arreglándoselas Alfred.
Algunos días pasaban con rapidez, plácidamente, y otros parecían tan largos y vacíos que ni siquiera era capaz de encontrar las fuerzas necesarias para entretenerse con alguna tarea. Pasaron seis meses, diez. Le escribía a Alfred cada dos semanas e intentaba llenar de esperanza esas cartas, le recordaba que lo de North Brother era algo temporal y que algún día no muy lejano regresaría a casa y la vida seguiría como antes. Sabía que era importante estar convencida de ello, y que era igual de importante que él tuviera también esa convicción. Al principio, en las cartas que él le enviaba se reflejaba el mismo tono de firme determinación que había en las suyas pero, conforme fueron pasando los meses, sus respuestas empezaron a llegar cada vez con menos frecuencia; además, cuando por fin llegaba una de ellas, los mensajes eran tan escuetos que no veía reflejado a Alfred en las palabras. Tras un largo silencio, él le envió una carta en febrero de 1908 que a duras penas podría considerarse como tal:
Querida Mary:
Te echo de menos. ¿Se sabe algo nuevo? Aquí las cosas van bien.
Alfred
Tal y como hacía siempre, ella había sostenido el sobre en la mano por un momento antes de abrirlo, había contemplado su propio nombre escrito por él. Permitirse por fin el placer de desdoblar aquella hoja después de haber estado tanto tiempo esperándola y encontrarse algo así, algo tan vacío de contenido, era casi peor que no haber recibido carta alguna. Se había prometido a sí misma que no iba a contestarle, pero al cabo de unos días acabó por flaquear.
Querido Alfred:
Recibí tu nota. Por favor, la próxima vez extiéndete algo más, no sabes lo sola que me siento aquí y siempre estoy preguntándome cómo estarán yéndote las cosas. A lo mejor crees que estoy rodeada de gente a todas horas, pero ten en cuenta que la mayoría de las personas que se encuentran en esta isla están muy enfermas y, en cuanto a los médicos y a las enfermeras, mi relación con ellos no es demasiado amistosa. He estado cosiendo e intentando hacer ganchillo. El jardinero me deja ayudarle cuando hay trabajo y eso me sirve de distracción, pero el terreno lleva helado desde diciembre y los tulipanes no florecerán hasta abril. He leído todos los libros de la biblioteca. Cuando llevo mucho tiempo sin saber de ti es cuando temo tener que quedarme aquí para siempre, cuando tengo noticias tuyas recuerdo que la isla de North Brother no constituye mi mundo entero. Aquí no saben qué hacer conmigo. No me pueden tratar como a una enferma porque estoy perfectamente sana, pero si admiten que lo estoy tendrían que dejarme marchar. Cuando hago preguntas, me doy cuenta de que me ven como a un estorbo. No sé por qué están tardando tanto en solucionar este embrollo, ¡el mes que viene hará un año que estoy recluida!
Cada día me levanto decidida a regresar a casa, a retomar nuestra rutina. Creo que, al menos por mucho tiempo, cuando esté allí no aceptaré ningún puesto que no me permita volver a casa cada día.
¿Cómo estás? En dos de tus cartas mencionaste que estabas trabajando con regularidad, ¿sigue siendo así? ¿Alguna novedad sobre alguno de los vecinos del edificio?, ¿te preguntan por mí? Recuerda cuidarte mucho.
Y por favor, Alfred, intenta escribirme más a menudo.
Mary
Habría querido preguntarle si estaba bebiendo, si iba aseado y con ropa limpia, cómo estaba ingeniándoselas para pagar el alquiler teniendo en cuenta que todos los ahorros de ella debían de habérsele agotado hacía mucho, si tenía dinero suficiente para pagar el gas… pero no quería recordarle las discusiones que solían tener en el pasado.