Annotation
Los Ángeles en 2050 es una ciudad de puertas abiertas, siempre que tenga las conexiones correctas. Una de esas conexiones es un djinni, un dispositivo inteligente implantado directamente en la cabeza de una persona. En un mundo donde prácticamente todos están en línea las veinticuatro horas del día, esta conexión es como el oxígeno, y un mundo así presenta muchas oportunidades para alguien que sabe cómo manipularlo. Marisa Carneseca es una de esas personas. Puede pasar sus días en Mirador, el pequeño y vibrante vecindario de Los Ángeles donde su familia posee un restaurante, pero ella vive en la red: yendo a la escuela, jugando, pasando el rato o haciendo cosas de legalidad más cuestionable con sus amigos Sahara y Anja Y es Anja quien primero pone sus manos en Bluescreen, una droga virtual que se conecta directamente al djinni de una persona y proporciona un efecto masivo, no químico y completamente seguro. Pero en esta ciudad, cuando algo suena demasiado bueno para ser verdad, generalmente lo es, y Mari y sus amigas pronto se encuentran en medio de una conspiración que es mucho más grande de lo que nunca sospecharon.
Uno
—Quicksand fue derribada —la voz de Sahara se oyó en el comunicador de Marisa—. Y Fang también. Yo logré salir con vida de la pelea, pero por poco.
—También capturaron a Anja en un bombardeo doble —dijo Marisa, inclinándose detrás de una claraboya hecha añicos—. Intenté salvarla, pero estaba haciendo reconocimiento de terreno del otro lado de la azotea y no llegué a tiempo.
Marisa había quedado apartada de la batalla. Los disparos distantes hacían eco entre las ruinas del viejo complejo industrial. La lucha se daba ahora en la planta baja, dejándola oculta aunque aún aterrorizada en la cima de la vieja fábrica, intentando recuperar el aliento. Revisó su rifle, un Saber-6 largo y negro que disparaba pulsos de energía de microondas. Le quedaban solo dos cargas.
—Tu trabajo era proteger a Anja —espetó Sahara con dureza—. Se suponía que debías cubrirla. Ahora tú y yo somos las únicas aún en pie.
—Lo sé. Y lo siento —respondió Marisa compungida—. Perdí el rastro de lo que sucedía en la batalla, y luego tú pediste que fuera a recorrer el otro lado de la azotea, entonces…
—Y también te pedí que trajeras cámaras esta vez —gritó Sahara—. Las cámaras habrían hecho ese trabajo por ti, y tú te habrías quedado con tu Francotirador asignado. No me culpes cuando tú no has… ¡Maldición, me encontraron!
Un disparo agudo restalló en los auriculares de Marisa, y ahora el sonido le llegaba desde dos direcciones diferentes: por un lado, las distantes explosiones de la propia batalla y, por el otro, los gritos cada vez más fuertes y cercanos de Sahara. Marisa silenció el audio y observó su visor. Divisó el ícono de su amiga, quien se encontraba asediada y ahora se movía en el mapa en relieve de la fábrica que Marisa tenía en pantalla. Un pequeño grupo de bots estaba allí con ella como apoyo; eran unos seis o siete, pero ahora una ola de enemigos avanzaba hacia allí. Marisa divisaba cada vez más íconos en su visor al tiempo que Sahara los identificaba: dos, tres, cuatro…
—Tienes cinco agentes enemigos encima de ti —informó Marisa.
—¡Entonces levanta el trasero y ven a ayudarme! —gritó Sahara.
Marisa atravesó la azotea corriendo. Su traje negro era casi invisible en la luz de la noche. Al estar los cinco enemigos concentrados en Sahara, ella no temía ser encontrada. Había drones guardianes en las azoteas justo encima de ella, pero su armadura óptica la hacía indetectable ante sus sensores. No la molestarían si ella no los molestaba primero. Mientras corría catalogaba sus recursos, esforzándose en pensar qué tenía que pudiese ayudar a salvar a Sahara y, al mismo tiempo, salvaguardar la misión. Las palabras de su amiga aún resonaban en su cabeza: era el trabajo de Marisa proteger a Anja, y era entonces su culpa que Anja estuviese muerta. Sahara le había pedido que trajera drones cámara, pero ella había insistido en probar una nueva alternativa esta vez. Debería haberse quedado con lo que ya conocía. El kit de drones le habría proporcionado no solo cámaras, sino también drones pistola y torretas móviles que podrían haberla ayudado a seguir más de cerca a Anja y a eliminar cualquier objeto que se le acercase demasiado. De hecho, esas mismas armas podrían haber estado allí mismo en ese momento para salvar a Sahara también.
Sacudió la cabeza. No le hacía bien gimotear al respecto ahora. Tenía lo que tenía, y tendría que hacerlo funcionar. No ganaría la batalla, pero tal vez podría… ¿Qué? No tenía nada que pudiera resultar útil en una balacera. Solo contaba con un kit de camuflaje y una nueva tecnología que acababa de ser descubierta y quería probar: proyectores de fuerza. Había resultado divertido utilizar los guantes para derribar a los agentes en la azotea de la fábrica, pero ¿y ahora qué? Aun si pudiera llegar al centro de la batalla a tiempo no había forma de que los proyectores fueran a derribar algo que estaba en el suelo desde allí arriba, y tampoco llevaba puesta su armadura, que le permitiría acercárseles más; ni tampoco unas olas de fuerza salvarían el día en un enfrentamiento de cinco contra dos.
Dio un salto para sortear el pequeño espacio entre los dos edificios y siguió corriendo. Su visor mostraba las especificaciones de sus nuevos guantes, detallando exactamente qué podían generar: una ola de fuerza que expulsaba a las personas hacia atrás, un muro de fuerza que podría bloquear una puerta o un callejón y un campo de fuerza para usar como defensa temporal. Se trataba de control y protección de multitudes… Todas funciones que podrían haber salvado a Anja si Marisa no la hubiese dejado sola; pero no serían de mucha ayuda para Sahara ahora que estaba acorralada y la superaban en número. Los agentes enemigos la matarían y la mayoría de las torretas de defensa de Sahara ya habían sido destruidas, así que los agentes ingresarían por la fábrica directo hasta la base de Marisa, y luego la destruirían. Era una misión perdida, y los Cherry Dogs estaban todos muertos.
Se escuchó a Sahara gritar en el comm, usando la señal de llamada de Marisa en lugar de su nombre real.
—¡Heartbeat, ayúdame!
Esas palabras hicieron que Marisa volviera a enfocarse en su tarea. Era una agente y tenía trabajo que hacer. Muertos o no, los de su equipo aún contaban con ella. Tendría que improvisar.
Volvió a revisar su visor, concentrándose en la zona de la batalla, y dirigió su perspectiva hacia un rincón en la azotea. La cornisa le brindó una visión perfecta del suelo debajo, lo que indicaba que era el punto ideal desde donde disparar. Estaba siendo vigilada por uno de los drones de ataque más grandes en todo el complejo, un enorme Mark-IX, pero Marisa se deslizó por delante de él con su armadura óptica, se afirmó sobre una de sus rodillas, niveló su rifle y midió la distancia, preparándose para disparar. Sahara estaba acorralada en un rincón sin salida, de rodillas detrás de un pesado muro de concreto. Probablemente fuera el rincón de un antiguo reactor de fusión. Solo quedaban unos pocos bots en el lugar, agazapados entre los escombros y disparando ciegamente contra el enemigo. Los cinco agentes enemigos habían tomado posición en la calle y también estaban acompañados de su propio ejército de bots, usando unos viejos camiones de entrega como protección y concentrando el fuego sobre la posición de Sahara. Era la perfecta zona de muerte.