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Este libro está dedicado a una pandillera de la vieja escuela: Ada Lovelace. Ella creó el primer programa de computadora de la historia, y eso fue hace tanto, tanto tiempo que las computadoras solo eran una idea y los lenguajes de programación ni siquiera existían. Lo que hoy es nuestro mundo ha sido construido sobre los sueños de una joven mujer que tuvo una muy buena idea e inventó el futuro. Jamás permitas que nadie te diga que no puedes llegar a ser tan grande como ella.
UNO
La escuela secundaria Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes se veía iluminada por un enjambre de hermosas lámparas flotantes: se trataba de un puñado de luces LED solares amarradas a globos metalizados gigantes que colgaban en el aire y que sabían redirigirse a su posición inicial cada vez que eran azotados por una errante ráfaga de viento. O, como creía Marisa, por algún errante muchacho de secundaria que pasaba y los azotaba a propósito. Lo que era mucho más probable. Marisa tenía diecisiete años y se enorgullecía de ser una sabelotodo en muchos aspectos; pero si había algo que jamás había comprendido, bien, eso eran los muchachos de la escuela secundaria.
—¿Cuánto crees que hayan gastado en esas cosas? —preguntó el padre de Marisa mientras observaba las luces por la ventana del autocarro.
—Es una noche especial —respondió Marisa—. Es la feria de ciencias.
—Y tiene un nombre: CITAM Power —dijo Pati, la hermana de doce años. Pati puso mucho énfasis en el nombre—. Ciencia, Ingeniería, Tecnología, Arte y Matemáticas. ¡Todo en un mismo lugar!
—Es una simple feria de ciencias —se burló Gabi. Ella tenía dos años más que Pati, y era mucho más difícil de impresionar—. Alguien que me explique por qué estamos aquí…
—Tu hermano presentará uno de sus nulis en esta feria —dijo su padre—. Ninguno de ustedes jamás había construido uno.
—Esto no es una competencia, papi —respondió Marisa, poniendo los ojos en blanco.
—Claro que lo es —asintió el hombre—. De hecho, ¡hasta habrá un premio al final de la noche!
—Me refiero a una competencia entre tus propios hijos.
—Esto no es una feria de ciencias —insistió Pati—. Es un show de robótica, y supongo que una competencia de hackers; y Gama dijo que habrá una lucha entre nulis…
—Nada de hackers —dijo Gabi—. La escuela no dejará que nadie hackee nada dentro de su propiedad.
—Pero Mari lo hace todo el tiempo —replicó Pati.
—Espero que eso no sea cierto —dijo su padre.
—¡Ay, qué niña! —exclamó Marisa—. ¿Por qué no te callas?
—Discúlpate con tu hermana.
—Sí, eso —repitió Marisa—. Discúlpate, Pati.
—¡Me refería a ti, morena! —aclaró el hombre ya con el ceño fruncido.
—No podemos mandar a callar a la otra, ¿recuerdas? —le dijo Pati a Marisa con tono engreído.
—Está bien. Lo siento mucho. Y en inglés: I’m sorry. Y en chino: bi zui.
El padre de Marisa la miró con sospecha de reojo. Él no sabía hablar chino, claro, así que no iba a saber que, en realidad, su hija mayor acababa de callar a su hermanita en otro idioma. Sin embargo, y por la expresión en su mirada, Marisa supo que, a pesar de las barreras idiomáticas, su padre había entendido a la perfección lo que había hecho.
—Y no habrá ninguna lucha de nulis tampoco —continuó Gabi—. Serán solo unos cincuenta niños de pie junto a algún estúpido robot de su autoría.
—Niñas también —añadió Marisa.
—¿Y eso a quién le importa? —preguntó Gabi—. Yo solo conozco a uno de los participantes, lo que deja solo a otros cuarenta y nueve muchachos que querrán hablarme sobre sus proyectos.
—Muchachos de secundaria —dijo Marisa con disgusto—. Puedes quedarte con todos ellos, si quieres.
—A eso he venido.
—¡Ay, mis oídos! —gritó su padre—. ¿Creen que al menos pueden esperar a bajarse del coche para hablar de muchachos?
El autocarro frenó junto al borde de la acera y las puertas se abrieron, haciendo un ruido metálico y escandaloso. Normalmente no se hubieran molestado en tomar un taxi, pero su padre aún se estaba recuperando de una cirugía (un reemplazo de hígado) y los médicos le habían prohibido que caminara demasiado. Fue por eso que rentaron el autocarro más económico que pudieron encontrar. Marisa descendió del coche, se arregló la camiseta (los Intruders eran ahora su nueva banda nigeriana de metal favorita) y echó una mirada a la escuela. Su escuela, aunque fuera más el tiempo que se la pasaba estudiando en casa. Se sujetó a la puerta del coche con su brazo de metal, y con el de carne y hueso ayudó a su padre a descender. Las articulaciones y los servos en su brazo metálico sobrevivieron al esfuerzo excesivo sin problemas, pero el metal dejó una hilera de diminutas marcas en el delgado techo del autocarro. A continuación, Marisa y Gabi procedieron a sacar del coche el nuli médico que acompañaba a su padre.
—¡Triste Chango! —dijo su padre—. Odio esa cosa…
Triste Chango era el nombre que la familia había elegido para el nuli médico de Carlo Magno. Marisa sonrió y le dio una palmadita en la cabeza al robot.
—Esta cosa es lo que te mantiene vivo, papi. No querrás que se te salten los puntos ni que se te infecte la herida, ¿verdad?
El hombre sacó un bastón desplegable y se dirigió lentamente hacia las puertas de la escuela.
—No necesito una niñera —se quejó.
Triste Chango lo siguió, con el equipo de emergencias listo por si acaso.
Pati y Gabi también se bajaron del taxi, y Marisa parpadeó sobre el link de pago que había aparecido en su djinni. No tenía mucho dinero en su cuenta, pero su mamá le había dado lo suficiente para cubrir la tarifa de aquel pasaje. El coche también pidió una propina a través de otro pop-up, pero Marisa la rechazó, y luego el autocarro se alejó por la calle emitiendo un chillido muy agudo que debía provenir de algún lugar de su motor.
—Hay una razón por la que a los adolescentes no les importa nada —dijo Marisa, mientras tomaba la mano de Pati y juntas caminaban detrás de su padre. Pati, como Marisa, llevaba puestos unos jeans negros y una camiseta del mismo color—. Un centenar de personas nos vieron descender de esa cosa. Si en verdad me importase lo que piensan los demás de mí, ya estaría muerta hace rato. Amo no preocuparme por lo que dicen los demás.