Los ángeles están cerca de nosotros, y han de cuidarnos por orden de Dios.
—LUTERO
Warren le estaba dando los toques finales a Spaggie, cuando su jefe lo llamó por el intercomunicador.
“Warren, ¿ya casi terminas el diseño?”
“Ya casi, R. B.” Spaggie le sonreía desde su mesa de trabajo. Warren esperaba que R. B. estuviera tan optimista como él con su último proyecto. Tomó el diseño preliminar, le sonrió a Spaggie y salió de su oficina. De camino a la oficina de R. B., pasó junto a dos salas en las que varios artistas trabajaban concentrados sobre sus mesas de dibujo. La pared del corredor estaba tapizada con una tela gris sobre la cual se exhibían numerosas obras de arte que representaban anteriores campañas, ganadoras de premios publicitarios. Todos los años, Lucas Communications Ltd. acumulaba nuevos galardones Diamante en las categorías de anuncios de prensa, volantes, propagandas de radio, campañas por correspondencia y anuncios en televisión. R. B. siempre se ponía tenso en esta época del año, cuando las agencias locales presentaban sus mejores trabajos de los últimos doce meses. A R. B. le alegraba ganar premios en cualquier categoría, pero lo que más feliz lo hacía era llevarse el galardón a la mejor campaña en todas las categorías.
“Un premio representa futuros negocios,” solía decir. Ese era su principal interés. Tal vez para la mayoría de los ganadores los premios fueran un alimento para el ego, pero para R. B., ganar significaba la posibilidad de aumentar la cuenta bancaria de la empresa. Los premios creaban una reputación que atraía a nuevos clientes y hacía que los viejos continuaran contratando los servicios de la compañía.
“Una agencia vive de su reputación” era otro dictado de R. B., y ciertamente Lucas Communications era considerada como una de las agencias más creativas de la ciudad.
Warren Young trabajaba en la compañía desde hacía ocho años. Recién graduado de la Escuela de Arte había entrado a Lucas Communications como dibujante. Dos años más tarde había ascendido al cargo de Artista B, y dos años después al de Artista A. Al año siguiente había sido nombrado director de arte. Pero R. B. seguía de cerca el trabajo de Warren y sabía que su personalidad y su talento se adecuaban para un trabajo de mayor responsibilidad.
En realidad, R. B. no era quien tenía la idea original para las campañas, sino sus agentes creativos, entre ellos Warren, que en ese momento estaba trabajando con Abner Kelly en la cuenta de Farm Fresh Dairy. Abner había sido asignado director de cuenta de la campaña. Solía ser muy amable y tenía la habilidad de descubrir la mejor faceta de sus clientes. Pero, por alguna razón, al presidente de Farm Fresh no le agradaba Abner (Warren sospechaba que todo había comenzado cuando Abner había encendido un cigarillo en la oficina del presidente sin su autorización), y, tras varias horas de asesoría, el presidente había desechado todo el trabajo que habían realizado hasta ese momento. Al parecer, Abner había cometido un pecado imperdonable frente al cliente y Lucas Communications estaba a punto de perder la cuenta. Entonces, R. B. había discutido con Abner, y, señalando con el dedo a Warren, le había dicho que, como dibujante, tendría que presentar nuevas ideas y bocetos, volver a entrar en contacto con el presidente de Farm Fresh y salvar la cuenta.
Warren había recuperado la cuenta, con lo que le había demostrado a R. B. que no se equivocaba al confiar en él, y había empezado a realizar las funciones de director de cuenta. Pero Warren era un ejecutivo inusual. R. B. no quería desaprovechar su talento artístico, y Warren tampoco quería abandonar el diseño, así que se convirtió en una combinación de ejecutivo y dibujante—el único de la agencia—, y durante todo el año siguiente fue la mano derecha de R. B.
Pero eso había sido dos años atrás. Luego, la economía se había concentrado en el sur del país, y así lo habían hecho algunos de los clientes de Lucas Communications. R. B. había reducido el personal de dibujantes y redactores publicitarios, lo que le había permitido mantener la empresa a flote. Incluso, había eliminado el cargo de uno de los directores de cuenta, el de Bill Ridley, que ya tenía edad suficiente para recibir su pensión y los subsidios de seguridad social. Pero, según los rumores, R. B. podía recortar otros cargos.
Un día, al caminar por la oficina, escuchó una voz detrás de él que atrajo su atención.
“Warren” dijo la voz, tan melodiosa que parecía cantar.
Warren se dio vuelta.
“Hola, Hazel” dijo. Hazel McIntyre se acercó rápidamente con un dibujo en sus manos.
“¿Qué le parece?” preguntó ella.
Warren observó el dibujo, era el logo para una nueva empresa que producía videos musicales. “Hermoso trabajo” dijo, pero en realidad la verdadera belleza se encontraba de pie, delante de él.
Hazel sólo llevaba cuatro meses en la empresa y venía de una escuela de arte de Atlanta. Su cabello era rojo oscuro, con reflejos fuertes, su piel era pálida y blanca como la leche. Su color preferido era el verde, lo cual era bastante apropiado pues sus ojos también eran verdes, y tenía las pestañas más largas que Warren había visto. Durante su primer día de trabajo en la agencia, los hombres habían tenido que esforzarse por no quedarse mirándola, y, aun ahora, después de cuatro meses, les costaba trabajo.
Siempre ensayaba nuevos estilos en su cabello, que era lo suficientemente largo como para darle una apariencia diferente todos los días, desde las ondas sueltas, pasando por colas de caballo, hasta el flequillo o una mezcla de diferentes estilos. Su peinado, junto con su buen gusto a la hora de vestir, siempre producía un efecto sorprendente.
Él suspiró. Tenía veintitrés años, lo que hacía que Warren se sintiera viejo a pesar de sólo tener treinta y dos.
“¿Cree que le guste al Sr. Bonnell?”
Jed Bonnell, el director de cuenta del proyecto, era el mejor amigo de Warren. “No puedo hablar por Jed,” dijo, “pero es un buen diseño.” En realidad, nadie podía hablar por Jed, un veterano en el campo de la publicidad, con dieciséis años de experiencia. Él siempre hablaba por sí mismo. Había trabajado en cinco agencias diferentes durante su carrera, no por falta de talento sino por su personalidad franca, que algunos tachaban de sarcástica. No todos los clientes reaccionaban de manera positiva a su enfoque honesto, simple, directo, pero aquellos que lo hacían permanecían a su lado a pesar de trasladarse constantemente de una agencia a otra. Por eso, siempre que empezaba a tener problemas con el jefe de una agencia, ya había otra interesada en contratarlo.
Warren no entendía muy bien la razón por la que Hazel parecía haberlo elegido a él como su figura paterna. Realmente se sentía demasiado joven para convertise en su mentor. Pero desde el primer día ella lo había mirado con una sonrisa especial, que le erizaba la piel. Él tenía mucho cabello, negro, pero su nariz era demasiado grande, y su cuello demasiado delgado; usaba unos anteojos de marco oscuro. Por eso, en la escuela de arte muchos lo llamaban Nerd, una palabra ofensiva que despertaba la rabia de Warren.
Para Warren, lo más difícil era pasar por alto las pequeñas señales que ella le enviaba y con las que le hacía saber que no tenía ningún compromiso sentimental y estaba dispuesta a salir con él. En otra época, él hubiera hecho cualquier cosa sólo para ganarse una pequeña señal de aceptación de Hazel. Pero en esos cuatro meses él había actuado de manera amable, profesional y ... estúpida. Por eso, Jed lo había llamado a su oficina.