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Sinopsis
Se ha vertido sangre inocente en el Salón del Concilio, y la guerra civil parece inminente. Una parte de la familia Blackthorn vuela a Los Ángeles para descubrir el origen de la enfermedad que está destruyendo a los warlocks. Mientras tanto, Julian y Emma intentan desesperadamente deshacer el amor que les une y centrarse en una peligrosa misión por el Libro Negro de los Muertos.
Pero lo que descubren es un secreto tan terrible que puede destruir el mundo de las sombras por completo. Atrapados en una carrera contra reloj, Emma y Julian tendrán que salvar el mundo de los Cazadores de Sombras antes que la maldición de los parabatai destruya todo aquello cuanto aman.
CAZADORES DE SOMBRAS: RENACIMIENTO
La reina del Aire y la Oscuridad
Cassandra Clare
Traducción de Patricia Nunes
Para Sara. Ella ya sabe lo que hizo.
¡Mirad! La muerte se ha erigido un trono
en una extraña ciudad que se alza sola
en lo más profundo del sombrío oeste,
donde el bueno y el malo, el peor y el mejor
han hallado el descanso eterno.
Allí los santuarios, palacios y torres
(¡torres roídas por el tiempo, que no tiemblan!)
no se parecen a nada de lo nuestro.
Alrededor, olvidadas por los agitadores vientos,
bajo el cielo, resignadas,
yacen sus melancólicas aguas.
Ningún rayo del santo cielo cae
durante la larga noche de esa ciudad;
mas la luz que sale del escabroso mar
sube en silencio brillando por sus torres,
ilumina los pináculos de aquí y de allí:
las cúpulas, los campanarios, los majestuosos salones,
los templos, los babilónicos muros,
los oscuros cenadores largo tiempo olvidados
de hiedra esculpida y flores de piedra,
los muchos y muchos maravillosos santuarios
en cuyos frisos se entrelazan
la violeta, la viola y la viña.
Bajo el cielo, resignadas,
yacen sus melancólicas aguas.
Tanto se confunden las torres y las sombras allí
que todas parecen oscilar en el aire,
mientras desde una soberbia torre en la ciudad
la muerte mira, gigantesca, hacia abajo.
Allí los templos abiertos y las enormes tumbas
bostezan a la altura de las luminosas olas.
Pero ni las riquezas que ahí se hallan
en el diamantino ojo de cada ídolo,
ni los muertos, festivamente enjoyados,
incitan a las aguas a moverse de su lecho;
pues no se curva onda alguna ¡ay!
a lo largo del desierto de cristal.
Ninguna crecida habla de vientos soplando
sobre algún lejano mar más feliz,
ni burbujas sugieren que los vientos hayan estado
en mares menos horriblemente serenos.
Pero ¡mirad! ¡Un revuelo en el aire!
La ola, ¡hay movimiento allí!
Como si las torres hubiesen apartado,
con su leve hundimiento, la aburrida marea.
Como si sus crestas hubiesen débilmente creado
un vacío en la gasa del cielo.
Las olas tienen ahora un brillo más rojo,
las horas respiran tenues y graves.
Y cuando, entre gemidos no de esta tierra,
abajo, abajo, esa ciudad por siempre se asiente,
el infierno, alzándose desde mil tronos,
le mostrará reverencia.
E DGAR A LLAN P OE,
Ciudad en el mar
PRIMERA PARTE
No sienten pena
En la Tierra de las Hadas,
como los mortales no sienten pena,
tampoco pueden sentir alegría.
P ROVERBIO FEÉRICO
1
La muerte mira hacia abajo
Había sangre sobre el estrado del Consejo, sangre sobre los escalones, sangre en las paredes, el suelo y los restos destrozados de la Espada Mortal. Más tarde, Emma lo recordaría como una especie de neblina roja. Unos versos le daban vueltas en la cabeza, algo sobre no ser capaz de imaginar que la gente tuviera tanta sangre.
Se decía que la impresión amortiguaba los grandes golpes, pero Emma no sentía ninguna amortiguación. Podía verlo y oírlo todo: el Salón del Consejo lleno de guardias, los gritos. Intentó abrirse paso hasta Julian. Los guardias se iban alzando ante ella como una ola. Oyó más gritos: «¡Emma Carstairs ha roto la Espada Mortal! ¡Ha destrozado un Instrumento Mortal! ¡Arrestadla!».
No le importaba lo que le hicieran; tenía que llegar hasta Julian. Este seguía en el suelo con Livvy en brazos, resistiéndose a todos los esfuerzos de los guardias por arrebatarle el cadáver de la pequeña.
—Dejadme pasar —insistía Emma—. Soy su parabatai , dejadme pasar.
—Dame la espada. —Era la voz de la Cónsul—. Dame a Cortana , Emma, y podrás ayudar a Julian.
Ella ahogó un grito y notó el sabor de la sangre en la boca. Alec se hallaba en el estrado, arrodillado ante el cadáver de su padre. El salón era una masa de gente que corría de un lado a otro; entre ellos, Emma vislumbró a Mark, que sacaba de la sala a un inconsciente Ty, empujando a los otros nefilim para abrirse paso. Parecía más serio de lo que Emma lo había visto nunca. Kit iba con él. ¿Dónde estaba Dru? Allí, sola en el suelo. No, Diana estaba con ella, abrazándola y llorando, y luego estaba Helen, que luchaba por llegar al estrado.
Emma dio un paso atrás y casi se cayó. El suelo de madera estaba resbaladizo por la sangre. La Cónsul Jia Penhallow seguía ante ella, con la delicada mano tendida hacia Cortana . Cortana . La espada era parte de la familia de Emma, había estado en su vida desde que tenía uso de razón. Aún recordaba a Julian poniéndosela entre los brazos después de la muerte de sus padres, y de cómo la había aferrado contra sí como si fuera un niño, sin importarle el profundo corte que la hoja le dejaba en el brazo.
Jia le estaba pidiendo que le entregara una parte de sí misma.
Pero Julian estaba allí, solo, vencido por el dolor, empapado en sangre. Y él era aún más parte de ella que la propia Cortana . Emma rindió la espada; y al notar que se la sacaban de la mano se le tensó todo el cuerpo. Casi le pareció oír gritar a Cortana al ser separada de ella.
—Ve —dijo Jia. Emma oyó otras voces, incluida la de Horace Dearborn, que se alzaban exigiendo que la detuvieran, que la destrucción de la Espada Mortal y la desaparición de Annabel Blackthorn no debían quedar sin castigo. Jia lanzaba secas órdenes a los guardias, diciéndoles que sacaran a todo el mundo del salón: ese era un momento para el dolor, no para la venganza; encontrarían a Annabel... «Sal con dignidad, Horace, o haré que te echen. Ahora no es el momento.» Aline ayudaba a Dru y a Diana a ponerse en pie, las ayudaba a salir de la estancia...