Varios autores - Sinfonías de Navidad
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- Libro:Sinfonías de Navidad
- Autor:
- Editor:Asociación Alfil
- Genre:
- Año:2014
- Índice:5 / 5
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Sinfonías de Navidad: resumen, descripción y anotación
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© 2014 Para esta edición Asociación ALFIL
Diseño portada y maquetación: Ramón Rovira
Fotografía portada: Shutterstock
Todos los derechos reservados.
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Sinfonías de Navidad
Antología Navideña 2014
- Te espero Destino de Verónica García Montiel
- Vuelve a casa… por navidad de Arwen Grey
- Un deseo por navidad de Anele Callas
- Nunca estarás sola de Olga Valenzuela
- Creer en Navidad de Mara Macbel
- Los Dulces de Nayade de M. García Teirá
- Las últimas notas de tu canción de Samanta Rose Owen
- El regalo perfecto para ella de Melina Rivera
- Búsqueda de Cala
- Corazón de Hielo de Sammy S. Lynn
- Estrellas de deseos de Luisa Fernanda Barón Cuello
- Solamente tú de Aitana Ever
- La cita de Javier Vega Mañas
- Hasta que la nieve nos envuelva de Mara Mornet
- Navidad, ¿dulce Navidad? de Kris L. Jordan
- Te espero Destino de Verónica García Montiel
– Necesito marcharme esta tarde –. Miré a Jota, éste sostenía el periódico en sus manos. Sin quitar la vista de él, contestó:
–¿Adónde?– pasó de página y se cruzó de piernas.
– A casa de mi madre. Le prometí que estaría allí para Navidad–. Jota cerró el periódico y por primera vez me miró a los ojos. Alzó una ceja.
– ¿Crees que voy a dejar que te marches del país? ¿Me ves cara de estúpido?
– Volveré después de Navidad, te lo prometo.
– ¿De la misma forma que prometiste devolverme el dinero al final del año pasado?
– Jota, por favor, necesito ver a mi madre y a mi hermana, hace dos años que no las veo.
– Tor, no te moverás de aquí hasta que me devuelvas el maldito dinero–. Gruñó con los dientes apretados.
– Mi madre y mi hermana están esperándome. No tengo pensado fugarme ni huir, no lo he hecho hasta ahora.– Recé en silencio para que aquel hombre tuviera un poco de piedad y la mostrara conmigo. Entrecerró los ojos, apoyó un codo en la mesa y se inclinó hacia delante.
– ¿Cómo se llama tu hermana?– Por inercia apreté la mandíbula.
– Abby–. Contesté.
– ¿Tienes alguna foto de ella por aquí?
–No –. Gruñí. Abby era mi hermana pequeña e intocable. Se levantó de su asiento y con dos zancadas se puso justo enfrente de mi nariz. Era más alto que yo, así que se agachó para que nuestros ojos quedaran a la misma altura.
– No te lo voy a repetir una vez más. ¿Tienes una foto de tu hermana Abby aquí? Apreté los dientes para contener la ira. Metí la mano en mi bolsillo trasero, saqué la cartera y la abrí. Saqué la foto de graduación de mi hermana y la tiré sobre la mesa. Jota echó una media sonrisa y reculó un par de pasos, después, se dirigió hacia la mesa y cogió la foto para estudiarla con atención. Sonrió con malicia. Podía notar como la devoraba con sus dos ojos azules.
– Todo sea por la familia... – rompió el silencio. – Pasaremos la Navidad en casa de tu madre.
– Por favor, deja a mi familia en paz. Te lo suplico. Jota me empotró contra la pared colocando el antebrazo sobre mi cuello y con la mano libre agarró mis pelotas.
– No me digas lo que tengo que hacer–. Y apretó tan fuerte su mano que creí que me haría papilla los huevos. Negué dolorido, con la cabeza.
***
Se me hacía tan difícil volver... Volver a mi pueblo natal siempre había sido un engorro. Aunque en esta ocasión, más que un engorro era un tremendo dolor. Justo enfrente del hogar en el que crecí, sentada dentro de mi escarabajo, observaba el jardín que me vio crecer. Aquella hermosa casa hogareña, que tanto aprecié y amé, no había cambiado en nada desde la última vez que la visité, hace ahora un par de años. La mecedora seguía intacta bajo el porche, las mismas cortinas, los grandes macetones de flores coloridas... A mi madre le gustaban mucho las plantas, era capaz de mantener una flor de temporada en su pleno resplandor, aun estando a cinco grados de temperatura y en Navidad. Tenía las mismas ganas de picar a la puerta y abrazar a mi madre, como arrancar el coche y marcharme. Inspiré hondo, cerré los ojos y subí el volumen de la música. Bryan Adams no es que me ayudara mucho con su canción I Do It For You. Pero sí, como bien decía el título de la canción, lo haría por él, porque sé lo feliz que se sentiría al saber que, a pesar de su ausencia, podíamos seguir siendo una familia unida. Sequé las lágrimas que brotaron de mis ojos y volví a sentir esa punzada de dolor en el pecho. Aquel dolor que parecía no disminuir nunca. Me abroché hasta el último botón de la chaqueta y abrí la puerta del coche, dejándome llevar, únicamente, por el deseo de abrazar a mi queridísima madre, Rubí Slong. En la calle hacía un frío de mil demonios, latigazos de hielo destrozaban mi nariz y orejas, así que las resguardé bajo la bufanda y salí. Saqué la mano de mi bolsillo y presioné el timbre.
– Ab... Abby. – Su dulce rostro y ojos brillantes me recibían con los brazos abiertos, ante mí la mujer perfecta, aquella que merecía toda mi admiración. Quizás no mereciera tal recibimiento, tras la muerte de mi padre había evitado por todos los medios regresar a casa. Era demasiado doloroso volver y no encontrarle sentado en su sillón, sentía una herida abierta, un enorme vacío tras su marcha. Todavía no sabía si sería capaz de pasar la Navidad en el mismo hogar donde hace dos años lo celebramos junto a él.
–Hola, mamá. – Me quebró la voz. Carraspeé discretamente. –Se te ve genial. – Dije con una débil sonrisa. Mi madre no dudó en abrazarme con aquellos brazos llenos de ternura y amor, y me derrumbé llorando en su hombro.
– Mi pequeña y dulce Abby... No llores cariño.
– Siento mucho no haber vuelto antes... – Me sinceré repleta de culpabilidad.
– Shh...Lo sé... Hay que dejar sanar el dolor. – Me tranquilizó acariciándome el pelo. Sujetó mi semblante entre sus manos para que alzara mi mirada y secó con sus pulgares cada lágrima que derramé. – Estás guapísima. Entra cariño, aquí fuera hace mucho frío – Dijo y besó mi frente con un amor incondicional.
Tras pasar el umbral, me armé de valor para afrontar lo que tanto había esquivado hasta ese momento. Era hora de hacer frente a ese dolor. Aferrada a la mano de mi madre, me dejé guiar por ella. Al llegar al comedor busqué con la mirada el asiento de mi padre, pero no lo encontré. La sala de estar no parecía la misma. Todo había sido sustituido. ¿Por qué? ¿Por qué no estaba el asiento de mi padre y la mesita donde apoyaba sus pies mientras veía los partidos de fútbol? Había otros muebles y las paredes estaban pintadas en otro color. Fruncí el ceño.
– Porque así es más sencillo. – Rompió el silencio mi madre, que parecía haber escuchado mi mente.
– Esperaba...
– Sí, lo sé. – me cortó. – Esperabas encontrar el comedor de siempre. Decidí hacer un cambio, era demasiado doloroso.
– Está bien... – Dije asintiendo, dándole mi aprobación. – Me gusta.
– Me alegra saberlo.
A pesar del cambio radical del salón y del tiempo transcurrido tras su marcha, el aroma de papá permanecía levemente en el ambiente. Si cerraba los ojos e inspiraba profundamente, podía ver su rostro a la perfección, siempre sonriente.
– Dime hija, ¿cómo te va en la ciudad? – Mi madre me invitó a sentarme en el sofá. Me senté justo a su lado y paseando la vista por la sala en busca de algún recuerdo, contesté:
– De maravilla, mamá. Todo perfecto y cada día más contenta.
Era mentira, pero... ¿cómo podía explicarle a mi madre que las cosas allí no son nada fáciles? Lo cierto es que me fui muy ilusionada. Creí que mi futuro podría ser mejor y que la ciudad me brindaría un buen trabajo. Pero no, en la ciudad las cosas son muy complicadas. Es cierto que tienes más facilidad de encontrar trabajo, pero los alquileres son muy caros y consumes un setenta por ciento de tu salario. Con el treinta por ciento restante , debes sobrevivir los treinta días del mes. Trabajaba de camarera en un restaurante de comida rápida diez horas diarias, solo un día de fiesta a la semana y un contrato de cuarenta horas mensuales, cobrando una miseria. Es decir... una estafa consentida. Cuatro años atrás, pensé que era la mejor opción... Cuando llegué a la ciudad me sentí como un pájaro en libertad, lejos de las bocas chismosas que criticaban cada pequeño movimiento que hiciera. Aunque dejar a la familia había sido la parte más difícil… Tenerlos tan lejos y no poder visitarlos cuando me apetecía era muy doloroso. Ahora ya me había hecho demasiado independiente, me había acostumbrado a mi vida en soledad. Uno de mis mayores placeres en el que consistía mi vida, era llegar a casa después de un día agotador y liarme en mi manta preferida, leyendo una buena novela calentita en el sofá. Posiblemente si mi madre supiese la realidad se asustaría. Yo nunca fui así.
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