• Quejarse

Edward Howan - La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)

Aquí puedes leer online Edward Howan - La noche que nunca acaba (Las Tres Edades) texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: Siruela, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Edward Howan La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)

La noche que nunca acaba (Las Tres Edades): resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Edward Howan: otros libros del autor


¿Quién escribió La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

La noche que nunca acaba (Las Tres Edades) — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" La noche que nunca acaba (Las Tres Edades) " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
Índice Para Jesse Alice y Emily Domingo 21 de octubre El día que - photo 1

Índice

Para Jesse, Alice y Emily

Domingo 21 de octubre

El día que llegamos creí que le había salvado la vida.

Mi padre entró despacio con el coche en Marwood Forest, el centro neurálgico de Mundo Ocio, el mayor complejo vacacional y deportivo de Europa y, en mi opinión, el hoyo más profundo y descomunal del infierno.

–Necesitamos salir un poco, Daniel –dijo–. Solo será una semana.

–Una semana –dije, negando con la cabeza.

–No es tanto –contestó él–. Necesitamos pasar un poco de tiempo juntos.

Tiempo. Era lo único de lo que hablaba mi familia, o lo que quedaba de ella. «Con el tiempo, las cosas serán cada vez más fáciles. Solo necesitamos distanciarnos un poco de lo que ha ocurrido.» Tiempo separados. Tiempo juntos. Tiempo fuera del colegio…

–Además –dijo mientras se alisaba la sudadera del chándal–, es un sitio donde podemos llevar una vida sana.

–Yo estoy sano. No me pasa nada –dije, aunque estaba un poco preocupado por mi peso.

Mi padre volvió a hacer lo de echar la cabeza hacia atrás y rascarse la barba incipiente del cuello. Era como si se estuviera estrangulando a sí mismo. No lo había hecho siempre. Era algo nuevo, como su obsesión de cultivar verduras y lo de llorar. Aparcamos en el parking más grande que había visto en mi vida. El metal y el cristal brillaban bajo la tenue luz del sol.

–Ya sé que a ti no te pasa nada, chaval –dijo mi padre–. Es a mí a quien le pasa.

Salimos del coche y empezamos a sacar las maletas. Había que dejar los vehículos motorizados fuera del complejo; el folleto decía que nos trasladarían a nuestra cabaña en un «carrito eléctrico». Vi uno esperando donde la caseta de bienvenida. Era un carrito de golf más grande de lo normal.

–Simplemente creo que necesitamos salir fuera un poco. En casa no hay aire –dijo.

–En casa no hay tele –dije, y luego deseé no haberlo dicho. Era cierto que mi padre no había reemplazado la antigua, pero era yo el que la había roto.

Caminamos hacia el carro eléctrico. Mi padre agarró su bolsa de deporte tan fuerte que le sangraron los dedos, haciendo que los pelitos que sobresalían de sus nudillos parecieran más oscuros. Se había quedado en silencio, lo que nunca era una buena señal.

–¿Papá? –dije.

–Habrá televisión donde nos vamos a alojar. He cogido una cabaña Confort Plus. No es tan elegante como la Ejecutiva, pero como bien sabes andamos bastante escasos de dinero. De todas formas aquí no te va a hacer falta una tele porque hay todo tipo de deportes que se te ocurran.

–Se me ocurren unos tres –dije–. Y los odio todos.

Cuando llegamos al carrito, mi padre le dio al conductor nuestro equipaje y el número de nuestra cabaña y se volvió hacia mí.

–Puede que esta semana encuentres un deporte que te guste de verdad –dijo–. Uno que se te dé realmente bien.

Negué despacio con la cabeza.

–Bueno –respondió–. Hay tele.

Me subí a la parte delantera del carro con el conductor –un hombre mayor de barba canosa– y mi padre se sentó detrás con las maletas. Intentó quitarle importancia a la ráfaga de viento otoñal que entraba por los lados del vehículo.

–¡Bienvenido al campo! –gritó, y respiró hondo, satisfecho. Alcancé a ver un Starbucks a lo lejos.

Mundo Ocio era naturaleza rodeada por una valla. Un complejo deportivo con tiendas y restaurantes situado en medio del bosque. Todo el mundo se alojaba en cabañas de madera o casas de madera o altos chalés adosados, dependiendo de lo ricos que fueran, y las familias se paseaban en bici con su chándal. Había tanto nailon y tanta madera que una sola cerilla podría haber provocado un incendio que se habría visto desde el espacio. A lo lejos había una enorme cúpula, una piscina climatizada con pinta de «paraíso tropical», con máquina de olas, palmeras y rápidos. La había visto en el folleto; era la atracción principal de Mundo Ocio.

Nunca lo hubiera reconocido ante mi padre, pero me ilusioné cuando dejamos atrás los campos de hierba artificial y las canchas de tenis y nos adentramos en el bosque. Las sombras de los pinos altos oscurecían el interior del carro y creí oír un zumbido grave y prolongado. Si hacías un esfuerzo podías olvidarte de ese montón de plástico que era Mundo Ocio y concentrarte en el oscuro corazón del bosque. Sabías que cuando anocheciera las criaturas se despertarían. Y sabías que en mil años, cuando todas y cada una de esas familias felices de vacaciones estuvieran muertas y enterradas, la naturaleza volvería a apoderarse de aquel lugar. La hiedra cubriría las pequeñas cabañas y las gruesas raíces de los árboles resquebrajarían el suelo. Con el tiempo, el agua de la cúpula tropical se volvería verde y los peces recuperarían el jacuzzi. Habría pájaros chillando en las palmeras y zorros saqueando los aparadores de las tiendas y trotando por los restaurantes.

–¡Daniel! –gritó mi padre–. No has visto el fertilizante para plantas, ¿verdad?

Tenía la cabeza agachada y hurgaba dentro de las maletas tratando de encontrar los nutrientes de su querida tomatera. No le respondí porque una chica acababa de aparecer en medio de la carretera. Llevaba una sudadera roja con capucha encima del bañador. Tenía el pelo enredado y empapado. Miré al anciano que conducía el carrito y esperé a que disminuyera la velocidad. No lo hizo y la chica no se movió.

–¿No va a…? –le dije.

–¿Qué? –preguntó.

Estábamos a cinco metros de distancia cuando agarré el volante y lo giré con fuerza hacia la izquierda. Faltó poco para que pilláramos a la chica, pero nos estrellamos contra una barrera de madera y el carro se cayó hacia un lado. Todo empezó a dar vueltas y me golpeé la cabeza en el salpicadero. Cuando el carro se paró, yo estaba boca arriba mirando un roble gigante. El conductor se había caído encima de mí y no estaba nada contento.

–¿Qué demonios crees que estás haciendo? –dijo.

–¿Y usted qué estaba haciendo? –le contesté–. Casi atropella a esa chica.

–¿Qué chica? –gritó. Salí arrastrándome de debajo de él y me puse en pie. Miré detenidamente la carretera. No había nadie más que mi padre, que negaba con la cabeza y cuidaba de su tomatera.

–¿Qué ha sido eso, Daniel? –preguntó mi padre mientras caminábamos el trecho que faltaba hasta nuestra cabaña.

–Ese tío ha estado a punto de atropellar a una chica –respondí.

–Él ha dicho que no había nadie –contestó.

–¿Y a quién vas a creer?

–Pues dado tu historial reciente…

–¿Qué? Ah, vale, gracias.

–Escucha, hijo, ese es justo el tipo de comportamiento que esperaba que evitaras estas vacaciones. Podías haber matado al viejo, sacando el coche de la carretera de esa forma. Podías habernos matado a todos.

–Era un maldito carrito de golf. Nadie muere en un choque con un carrito de golf.

Recordé a la chica de la carretera y los ligeros hilillos de vapor que le subían de los hombros. Ya había tenido alucinaciones antes. Era parte del comportamiento que mi padre esperaba que evitara. Pero su conducta tampoco era la mejor desde que mi madre se había marchado. Su vida giraba básicamente en torno al pub Star and Sailor, donde jugaba al Quién quiere ser millonario, se bebía nueve pintas de cerveza amarga y luego venía a casa con la nariz rota y salsa de chile en la camisa. Desinhibirse, lo llamaba él.

Llegamos a nuestra cabaña Confort Plus. Era pequeña y oscura y las ramas de un cedro se esparcían sobre ella. Tenía una ventana grande y otra pequeña. Parecía que alguien le hubiera dado un puñetazo en la cara.

Mientras metíamos las maletas, dos mujeres vestidas para jugar al tenis llegaron pedaleando a la entrada de la cabaña que había al lado de la nuestra. Eran un poco más jóvenes que mi padre y ambas tenían el pelo muy rizado y sonreían de oreja a oreja. Eran hermanas. Mi padre estaba levantando la tomatera del suelo con muchísimo cuidado. A mí desde el principio me había dado un poco de vergüenza que la hubiera traído, o sea que verle hablar en público con ella como si fuera un bebé era de lo más humillante.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)»

Mira libros similares a La noche que nunca acaba (Las Tres Edades). Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «La noche que nunca acaba (Las Tres Edades)»

Discusión, reseñas del libro La noche que nunca acaba (Las Tres Edades) y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.