Recién Muertos
El Musical
Primera edición: Mayo 2015
© Derechos de edición reservados.
Recién Muertos: El Musical
© Lucas L. Lair
Cubiertas y diseño de portada: © Alicia Pulido Royo.
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A todos esos queridos locos
que, a pesar de todo, nos siguen leyendo.
Prólogo
Hoy no me puedo levantar
Dulce condena
No disparen al pianista
Duérmete niño
Una venganza planificada
Cantamonas
Melodía para el fin del mundo
Aprendiendo para crecer
La huida final
Dos y dos son cuatro
Agradecimientos
Prólogo
Por Lucas L Lair
Si tienes entre tus manos esta nueva entrega de Recién Muertos, la tercera para ser exactos, es porque has disfrutado tanto con la primera y la segunda que no te has podido resistir a coger el toro por los cuernos y lanzarte a encontrar algo digno entre estas páginas. Poco sentido tendría hacerlo sin haber sufrido los exabruptos de los dos primeros volúmenes, aunque de todo hay en la viña del Señor.
Realmente sigo sin entender qué puede llevar a un ser humano con plenas facultades mentales —en su sano juicio— a leer estas líneas y las que las precedieron. ¿Será que tienen más calidad de las que nosotros mismos presuponemos? Definitivamente, no. Conociéndoos cómo creo conoceros, lo que os atrae como las moscas a la morcilla son las sugerentes portadas que nos gastamos, con fornidos tiarrones y esculturales mozuelas, todos con ropa más bien escasa y mucha transparencia para dejar poco a la imaginación.
¿El título? Ese siempre sale de chiripa. Surgen y se descartan a velocidad vertiginosa hasta que la gran neurona dice “!Joder! este es el más ridículo de todos. ¡Este es el güeno!”. Así, para esta ocasión se han ido descartando muchos que seguramente os parezcan mucho más agraciados, graciosos y estilosos. A saber…
RM3 – Zombis matemáticos
RM3 – RM2 = RM1
RM3 – No hay quinto malo
RM3 – Ponme un tercio
RM3 – No me toques el pito que me irrito
RM3 – Zombis fraudulentos
RM3 – ¿Qué mierda es esta?
RM3 – Jamás escribiremos RM3
RM3 – 50 zombis sin ley
RM3 – Esto pinta muy mal
RM3 – La esperanza es lo último que se pierde
RM3 – ¿Y ahora qué gilipollez?
RM3 – Todo sigue igual de mal
RM3 – Como te digo una cosa te digo la otra
Cuando digo la gran neurona ya sabéis a lo que me refiero, o no. Tú, sí tú, el que está leyendo esto ahora… ¿lo sabes? Estoy seguro de que no tienes ni puñetera idea pero tu ego te impide reconocerlo. La gran neurona es la superviviente, la más fuerte, la que queda cuando tras una cena con vino y cerveza democrática y generosamente mezclados se erige como luz y guía hacia la gloria.
Una vez seleccionado el título ya todo se torna más sencillo, más mejor. Las moribundas neuronas interconectadas con la mejor, cogen el impulso de ésta y milagrosamente parecen recobrar la vida; comienzan a tejer complejas redes de pensamiento especializadas en la composición de forzados estribillos — a mí me gusta el pipiribipipi, de la bota empiná parabapapa o en su versión más moderna Mochila, mochila - y argumentos su-rrealistas — esto era un rey que tenía tres hijas… — que se montan los unos sobre los otros hasta componer un sólido castillo… de naipes.
Al finalizar la cena todo son parabienes pero, a la mañana siguiente, todos nos preguntamos si habría sido un sueño o una pesadilla. Pero era real, real como la vida misma.
La verdad es que estos autores son unos machotes que se adaptan a cualquier cosa. Lo mismo les da escribir sobre la cultura de los pueblos mesopotámicos que sobre la reproducción de la mariposa asexuada —se lo inventan todo porque no tienen idea de nada—. Desde el principio todo se desarrolló en un ambiente de estrecha colaboración y franca amistad…
Ese buen ambiente siempre pone las cosas más fáciles al coordinador que se siente uno más entre tanto artista —el ego de los autores mediocres es terrible y exigen ser tratados como dioses del Olimpo—. No olvidéis que la labor del coordinador no es solo sacar el proyecto adelante, sino que éste alcance el mayor nivel de calidad fomentando el trabajo en equipo para que todos se sientan partícipes del éxito. Para ello es preciso gestionar apropiadamente los tiempos, los egos y ser flexible como una caña de bambú —de esas que siempre se rompen—.
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