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Jorge Carrion - Los muertos

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Jorge Carrion Los muertos
  • Libro:
    Los muertos
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    www.papyrefb2.net
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Los muertos: resumen, descripción y anotación

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En un callejón de Nueva York se materializa el cuerpo desnudo de un hombre. No recuerda quién es y no entiende dónde está... En una ciudad infernal, donde los recién llegados del «más allá» son tratados como inmigrantes ilegales, el protagonista deberá buscar su identidad recurriendo a «adivinos», capaces de saber el pasado. Pronto se verá inmerso en una espiral de mentiras, violencia y sexo, y rodeado por personajes de todo tipo, desde un jubilado atormentado por sus falsos recuerdos hasta la mafia, agentes de la CIA y la mismísima presidenta de los Estados Unidos, Hillary Clinton. El laberinto ha sido planificado por dos misteriosos artistas, que acaban de desaparecer en una isla desierta.

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En un callejón de Nueva York se materializa el cuerpo desnudo de un hombre. No recuerda quién es y no entiende dónde está... En una ciudad infernal, donde los recién llegados del «más allá» son tratados como inmigrantes ilegales, el protagonista deberá buscar su identidad recurriendo a «adivinos», capaces de saber el pasado. Pronto se verá inmerso en una espiral de mentiras, violencia y sexo, y rodeado por personajes de todo tipo, desde un jubilado atormentado por sus falsos recuerdos hasta la mafia, agentes de la CIA y la mismísima presidenta de los Estados Unidos, Hillary Clinton. El laberinto ha sido planificado por dos misteriosos artistas, que acaban de desaparecer en una isla desierta.

Los muertos
JORGE CARRIÓN
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
© 2010, Jorge Carrión Gálvez
© 2010, de la presente edición en castellano para todo el mundo excepto Cuba:
Random House Mondadori, S. A.
Travessera de Gracia, 47-49.
08021 Barcelona
Primera edición: febrero de 2010
ISBN: 978-84-397-2232-8
Depósito legal: B-404-2010
Fotocomposición: Fotocomp/4, S. A.
PRIMERA
—...«no pasarán».
—Madrid.
—También a ellos les dieron. Primero disparan y después averiguan.
—Puedo verte.
—Te estoy observando.
—No te escaparás.
—Guzmán... Erikson 43.
—Transportarán un cadáver por...
MALCOLM LOWRY,Bajo el volcán
1
EL NUEVO Y EL VIEJO
Nueva York, 1995. Un barrio en las estribaciones de la parte alta de Manhattan; ocho manzanas de edificios; cuatro; dos; una; en su lateral izquierdo: un callejón sin salida y, en él, un charco.
El Nuevo abre los ojos y siente el agua. En posición fetal, el perfil del cuerpo incrustado en el charco. Desnudo. Por la bocacalle pasa gente. Está solo, tirita. Sus retinas vibran, como si estuvieran en fase REM todavía. Tres figuras se detienen, al fondo. Una lo señala, pero el Nuevo no se da cuenta. Las tres figuras se convierten en sendos jóvenes: la cabeza rapada, cazadoras color caqui con las cremalleras abiertas, botas negras. Uno sonríe. Otro aprieta un puño americano. El tercero enciende la videocámara y dirige el objetivo hacia la víctima. La patada inicial le arranca al Nuevo un diente y detiene el parpadeo veloz de las retinas. Convergen golpes en sus carnes. «Bienvenido», le dicen; «bienvenido», repiten al ritmo de los puñetazos, de los puntapiés, de los pisotones. «Bienvenido, cabronazo, bienvenido.» Le escupen, a modo de despedida. El Nuevo es ahora un cuerpo amoratado, cuya sangre mancha el asfalto y se mezcla con el agua sucia. Pasan cuatro segundos y dos convulsiones. Se abre una puerta, en el extremo del callejón opuesto a la bocacalle. Sale el Viejo y se lleva al Nuevo a rastras.
El Nuevo abre los ojos y siente el calor de una manta. Una venda le cubre la frente. Bajo una luz frutal, la almohada esponjosa, las sábanas limpias, la manta a cuadros. «Ah, ¿ya te has despertado?», le dice el Viejo desde el quicio de la puerta, con un fardo de ropa en los brazos, «te dieron una buena bienvenida aquellos hijos de puta.» Deja el fardo sobre una silla. «El cuarto de baño está aquí al lado, saliendo a la izquierda, y aquí tienes ropa limpia.» El Viejo abandona la habitación y, a través del pasillo, se dirige hacia la cocina office, donde prepara un desayuno copioso. Llega el Nuevo vestido de negro y dice: «Gracias.» «Me llamo Roy», le dice Roy, ofreciéndole la mano derecha. Las arrugas de la frente y del cuello, además de las canas, indican que se acerca a los sesenta años. «Yo no sé cómo me llamo», responde el Nuevo. «Me lo imagino, no te preocupes, es normal, necesitas tiempo... Te puedes quedar aquí un par de días, pero después tendrás que largarte.» El Nuevo asiente, tal vez porque no es capaz de realizar otro gesto.
Una mujer cabalga sobre un hombre. Es negra, tiene un bello cuerpo, sinuoso, proporcionado, exacto. Una cicatriz le recorre la columna vertebral. Cuesta distinguirla a causa de la penumbra, y del movimiento sexual, acompasado, que le sacude las nalgas y la espalda. Parece un tatuaje en forma de columna vertebral. Bajo la mujer está Roy, que la agarra por los muslos mientras la penetra. En algún momento sube las manos hasta la cadera, hasta la cintura, hasta los pechos, que amasa; después intenta alcanzar la espalda, rozar la cicatriz con las yemas. Ella se detiene. Lo mira: cortocircuito. El baja las manos y sonríe apenas. Al cabo de tres segundos, el ritmo continúa. Empiezan a gemir, cada vez más fuerte; él tensa los brazos, de músculos duros y redondeados bajo el cuero viejo; ella se yergue y su silueta petrifica la marea de la carne, los pechos sobre la respiración agitada, los pezones magníficos, la cicatriz que no obstante se impone.
En la pantalla, un cuerpo desnudo recibe agresiones conocidas, inscrito en el aura vibrátil de un charco. La ventana se cierra. Se abre otra: en medio de un solar, a lo lejos, aparece de la nada el cuerpo desnudo de un adolescente: la cámara se acerca unos pasos hacia el nuevo que acaba de materializarse, pero enseguida surgen dos hombres de gran envergadura que se interponen, con sus bates de béisbol, entre ambos objetivos (el de la cámara y el de quienes la están utilizando); se oye «Mierda», se corta la filmación. «¿Está seguro de que desea eliminar este archivo?» «Sí.» Se abre otra ventana: plano fijo de un callejón sin puertas (contenedores de basura, dos escaleras de incendios). Se materializa, de pronto, un cuerpo de mujer. Desnuda y trémula. Fuera de campo, una voz dice «Está muy buena» y otras dos muestran su acuerdo. Entran en el plano tres cabezas rapadas, que se aproximan al cuerpo en posición fetal, lo sujetan y lo violan. Dieciséis minutos de plano fijo. Tres violaciones en la misma postura (ella boca abajo, dos sujetan los brazos, el tercero penetra). El espectador se encuentra en una butaca de cuero negro, abierto de piernas, desnudo. Sólo los hombres gimen; y los gemidos del vídeo se superponen a los del espectador. Tres arrugas, escalonadas, en la nuca y en la parte inferior del cráneo, se encogen y se dilatan al ritmo en que la mano derecha acelera o desacelera su vaivén.
Ha amanecido. Él se da una ducha; ella se queda en la cama. Mientras Roy se está vistiendo, le dice: «Si hacemos muy a menudo estas sesiones de gimnasia, podré dejar la bicicleta». Ella sonríe, seductora. «El Nuevo se va hoy mismo, así que mañana por la noche, si te apetece, puedes bajar tú y cenamos juntos.» Se despiden sin un beso. El baja las escaleras —paredes tiznadas, botellas vacías, folletos publicitarios tirados por el suelo—, mira el buzón (vacío); abre su puerta y camina hasta el salón, en cuyo sofá está sentado el Nuevo, con la cabeza vendada y la mirada abstracta. «Muchas gracias por todo, le agradezco lo que ha hecho por mí, pero deje que me quede unos días más, no entiendo nada, no estoy preparado para salir ahí fuera», el tono de voz es lastimoso, pero no parece afectarle a Roy. «Eso es imposible, en ese callejón aparecen nuevos cada dos por tres, si a cada uno que recojo lo dejara quedarse más de dos días, esto parecería un jodido albergue», la respuesta es firme, «tienes que irte: ahora». Acompaña las palabras con un movimiento de la mano: le da un billete. El Nuevo lo coge; baja la cabeza; pone la mano en el pomo, sin fuerza. Se vuelve hacia Roy. Lo mira. Se miran. La mirada de Roy no cambia de opinión. El Nuevo gira el pomo. Se va. Roy se relaja; destensa la mirada y los hombros; se desploma en una silla. La lamparita que hay sobre la mesa del recibidor pincela su rostro en claroscuro. Se golpea suavemente, con el puño cerrado, tres veces, el muslo.
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