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Lydia C. Ramírez - BAJO LA TORMENTA. La sombra del Martillo y la Hoz

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Lydia C. Ramírez BAJO LA TORMENTA. La sombra del Martillo y la Hoz

BAJO LA TORMENTA. La sombra del Martillo y la Hoz: resumen, descripción y anotación

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Después de aquel 30 de abril, todo se quedó en silencio. Un silencio aterrador ya que hacia demasiado tiempo que se escuchaban aquellos monstruosos sonidos. No oírlos fue, quizá, peor porque se desconocía lo que sucedía a su alrededor. Habían perdido. Eran el enemigo. Nadie les quería cerca y a la vez no querían perderles de vista. Incluso entre ellos, algunos habían tenido más suerte que otros. La familia Middelburg no. Eran prisioneros en sus propias casas. Vivían al Este de Berlín.

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Bajo la Tormenta

“La sombra del Martillo y la Hoz”

Lydia C. Ramírez

Copyright © 2018 Lydia Carpio Ramírez

Todos los derechos reservados. SAFE CREATIVE

Identificador: 1808278135146

Fecha de registro: 27-ago-2018

ISBN: 978-17-29030-64-6

Diseño de Portada: Elaine Aguirre

Ilustración/Diseño de Maqueta: Abigail Melendres

Corrección: Mª del Pilar Sanchis Lloreda

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico, electrónico, actual o futuro- incluyéndolas fotocopias o difusión a través de internet- y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

Para Ana mamá papá Poly y Alvin 22 de septiembre de 1955- Berlín del - photo 1

Para Ana, mamá, papá, Poly ? ? y Alvin

22 de septiembre de 1955- Berlín del Este, República Democrática Alemana

Andrea Middelburg movía lentamente el caldo de pollo, mientras sentía como el tenue olor a carne invadía sus fosas nasales. No era mucho, pero era más de lo que tenían varios de sus vecinos.

Vivían en un edificio lo suficientemente alto como para alojar a varias familias. Sus hogares eran pequeños y acogedores, adecuado para su madre y ella, aunque el deterioro era notable.

En una esquina del techo de la cocina comenzaba a aparecer una humedad, tendría que decirle a su hermano que intentara arreglarlo. Además, uno de los escalones crujía al pisarlo y la bombilla del comedor comenzaba a parpadear más de lo normal, sin embargo, aun podían decir que tenían un lugar donde dormir

Tras los bombardeos y los saqueos realizados por el Ejército Rojo después de la guerra poco había quedado de la Alemania que sus antepasados habían conocido, esa Alemania en la que sus padres habían crecido. El final del conflicto había sumido a su país en un cataclismo imposible de superar.

Habían pasado diez años desde el final de la guerra, pero su situación era similar a la que se comenzó a vivir en los últimos momentos del gobierno de Hitler.

El ideal socialista soviético les ofrecía el amparo de un trabajo, una casa y un plato de comida sobre la mesa, pero nada más.

Para Andrea, poco había cambiado. Cierto era que tenían todos aquellos pequeños lujos, que en los últimos años no habían disfrutado, pero de igual modo se respiraba en las calles de la ciudad el miedo y la tensión, viejos conocidos que se mudaron a sus calles durante aquellos terribles años en los que se habían convertido en el enemigo.

Andrea solo tenía quince años cuando terminó la guerra, pero recordaba a su madre llorar –había sido la única vez que la había visto desconsolada en toda su vida– cuando la abrazaba en el búnker comunitario que había al final de la calle, durante los bombardeos de los americanos. En esos momentos, Andrea pensaba en su padre.

Este había fallecido unos meses antes en el frente francés. Todos habían sufrido por este hecho, pero, al contrario que su madre, Andrea no había aceptado tácitamente que la guerra era así. Le parecía una excusa demasiado pobre.

Su madre les había dicho que sería recordado como un héroe, que había dado la vida por defender al Reich, por proteger al führer. Andrea se preguntó en ese entonces porque el führer no se defendía solo, ¿acaso no había otros hombres que pudieran ir al frente en lugar de su padre? Su madre ni siquiera había mostrado interés por darle una respuesta que la consolara. Su padre ya era su héroe, no tenía que hacer nada más, no para ella.

Y luego estaba su hermano. Martin no había mostrado ninguna inclinación política o al menos ella no la había conocido hasta, hacía dos años, cuando uno de sus mejores amigos, Frederick, murió en la Sublevación de Junio de 1953 en Berlín, cuando fue violentamente reprimida por tanques del Grupo de Fuerzas Soviéticas y la policía alemana. Entonces Martin había comenzado a sentir un odio visceral hacia los rojos, como él les llamaba, sintiéndose traicionado por todo el que respetase las normas soviéticas impuestas en el país. Andrea temía por él, su hermano era demasiado impulsivo y ese hecho le había cambiado irremediablemente.

Todos habían cambiado, solo que quizá ella era lo suficientemente prudente como para no mostrar su descontento abiertamente. Ella no quería que los ideales de Martin les causaran problemas, él tenía una mujer y un hijo, ¿porque no dejaba las venganzas y lo dejaba pasar? La muerte de Frederick había sido terrible, pero… él había muerto y ellos debían continuar viviendo.

—¿Crees que vendrá Martin a cenar hoy? —le preguntó su madre, mientras le servía la sopa de pollo que había estado preparando.

—Él no ha avisado, quizá este demasiado ocupado— repuso Andrea encogiéndose de hombros.

Se sentó junto a su madre y tomó su mano para bendecir la mesa y cenaron tranquila y silenciosamente, como cada noche. Su madre era una mujer dura y estricta. Había sido una gran dama de sociedad a la que la guerra se lo había arrebatado todo. Ahora apenas salía de aquel apartamento que se había convertido en su tumba en vida. Pasaba el día tejiendo y escuchando la radio. Había asumido que ella se encargaría de todo, como había hecho su padre antes de morir y Martin antes de casarse.

Andrea miró por la ventana la noche oscura, mientras en la radio comenzó a dar el parte de noticias del día.



Hacía algunas horas que se habían ido a dormir, sin embargo, Andrea no podía hacerlo debido a un nudo que sentía en el estómago. Estaba segura de que la sopa le había sentado mal, ya que había comenzado a sentir malestar mientras se preparaba para ir a la cama. Escuchaba de vez en cuando crujir la madera del edificio y se recordó decirle a Martin al día siguiente que arreglara el escalón de la entrada.

Pasaba la medianoche, ya que hacía algún rato que había escuchado el reloj de pie que su madre tenía en el salón –el único recuerdo que tenía de su antigua vida – cuando de pronto golpearon fuertemente la puerta de la entrada que fueron acompañados de unos gritos indescifrables.

Andrea se levantó de la cama exaltada ya que, obviamente, no lo esperaba y

cogió su bata con la mano temblorosa, caminó rápidamente fuera de su habitación encontrándose a su madre haciendo lo propio.

—No deberíamos abrir —dijo su madre, agarrándola del brazo.

—Puede ser importante, madre— replicó Andrea, apartándose de ella y caminando hacia la puerta.

La abrió con cuidado sin quitar la cadena de seguridad.

—Ábreme, por favor— le suplicó su cuñada, mientras se movía frenéticamente delante de la puerta.

Andrea quitó el seguro y abrió para dar paso a Judith, la esposa de Martin, que entró rápidamente con el pequeño Damien en brazos.

—¡Se lo han llevado! ¡Han venido y se lo han llevado! —decía ella histéricamente, abrazando fuertemente a su hijo.

—¿ Quién se lo ha llevado? —preguntó Andrea palideciendo, temiéndose la respuesta.

—La Statsi —— susurró la joven— Tiraron la puerta abajo, le sacaron de la cama a la fuerza y ni siquiera le han dejado vestirse.

Andrea se tapó la boca con una mano para evitar prorrumpir en gritos histéricos parecidos a los de Judith, sin embargo, no tuvo mucho tiempo para digerir la noticia, ya que su madre –que había escuchado todo tras ella– cayó inconsciente.

  

23 de septiembre de 1955

Había dejado a su cuñada encargada de la casa mientras ella se encontrará fuera. Judith apenas sabía nada de lo ocurrido, no tenía idea de en qué se encontraba metido su marido como para que la policía secreta le sacara de su casa de noche. Sin embargo, Andrea sabía que no podía ser nada bueno, pero no lo había dicho delante de ellas. Su madre y Judith estaban convencidas de que había ocurrido un error y que Martin regresaría cuando la policía se diera cuenta.

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