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Arthur Schnitzler - Partida al amanecer

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Arthur Schnitzler Partida al amanecer

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Partida al amanecer cn-8 ** editado por Quaderns crema s.a.u.

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Partida al amanecer Arthur Schnitzler Título original Spiel im - photo 1


Partida al amanecer

Arthur Schnitzler


Título original: Spiel im Morgengrauen

Traducción: Miguel Sáenz

Colección: La caja negra, 8 Bajo la dirección de F. R.

Primera edición: junio 1992 C.: S. Fisher Verlag Berlín, 1927

Editado por Sirmio Vallcorba editor, S.A.

F. Valls i Taberner, 8 08006 Barcelona

Telfs.: 2128766-2123808

Impresión y encuadernación: Romanyá-Valls

I.S.B.N: 84-7769-061-8

Depósito legal: B. 22.543-1992


Una mañana, el alférez Wilhelm Kasda recibe la visita de un amigo, un ex teniente separado tiempo atrás del servicio por una historia de juego. Desde entonces, acuciado por problemas familiares y cajero de empresa, ha ido sustrayendo pequeñas sumas de dinero que, poco a poco, han llegado a alcanzar la considerable suma de mil florines. En el momento en que empieza la novela, el ex teniente se encuentra en una situación difícil a causa de una inminente inspección de contabilidad que pondrá al descubierto su desfalco, por lo que solicita la ayuda de su amigo. Ante la imposibilidad de complacerle, el alférez decide jugar casi toda su fortuna a las cartas.

Gana. Pero una inesperada jugarreta del destino -un encuentro fortuito, la pérdida del tren de vuelta...- lo hace sentarse de nuevo a la mesa de juego, que esta vez le depara un trágico desenlace no exento de insospechados concurrentes.

Arthur Schnitzler (Viena 1862-1931) formó parte de la rica y culta burguesía judía que tanto influyó en la vida cultural germánica entre los siglos XIX y XX.

Sus obras revelan una extraordinaria modernidad tanto en el orden psicológico como en el puramente formal. Introductor del monólogo interior en la literatura en lengua alemana, Schnitzler es uno de los más significativos escritores de fines de siglo. En esta misma colección se han publicado ya 'El regreso de Casanova' y 'La señorita Else'.


I

--¡Mi alférez!... ¡Mi alférez!...

¡Mi alférez! -sólo a la tercera se movió el joven oficial, se desperezó y volvió la cabeza hacia la puerta; todavía amodorrado, gruñó desde las almohadas-: ¿Qué pasa? -luego, más despierto, cuando vio que se trataba sólo de su asistente que estaba en la penumbra de la puerta entreabierta, gritó-: ¡Por todos los diablos! ¿Qué pasa a estas horas de la mañana?

--Hay un señor en el patio, mi alférez, que quiere hablar con mi alférez.

--¿Cómo que un señor? ¿Pero qué hora es? ¿No le he dicho que no me despierte los domingos? El asistente se acercó a la cama y tendió a Wilhelm una tarjeta de visita.

--¿Se cree que soy un búho, cabeza de chorlito, para leer en la oscuridad? ¡Abra las cortinas! Antes ya de que la orden fuera dada, Joseph había abierto los postigos y subido la cortina de un blanco sucio. El alférez, incorporándose en la cama a medias, pudo leer entonces el nombre de la tarjeta, la dejó caer sobre la colcha, la miró otra vez, se pasó la mano por el pelo rubio, corto y matutinamente desgreñado, y pensó deprisa: "¿Desairarlo?... ¡Imposible!... Tampoco había realmente motivo. Recibir a alguien no quiere decir tener tratos con él. Además, sólo tuvo que marcharse por deudas. Otros, desde luego, tienen más suerte. ¿Pero qué querrá de mí?".

Se dirigió otra vez a su asistente:

--¿Qué aspecto tiene ese tenien..., ese señor von Bogner? El asistente respondió, con sonrisa ancha y un poco triste:

--Con el debido respeto, mi alférez, el uniforme de teniente le sentaba mejor.

Wilhelm se quedó un instante silencioso y luego se sentó en la cama:

--Bueno, que suba. Y dígale al señor... al teniente que me disculpe por no estar vestido aún... Y oiga...

por si acaso, si alguno de los otros oficiales pregunta, el teniente Höchster, o el alférez Wengler, o el capitán o quien sea... no estoy ya aquí... ¿entendido? Mientras Joseph cerraba la puerta a sus espaldas, Wilhelm se puso rápidamente la camisa, se arregló el pelo con un peine prieto, se acercó a la ventana y miró al patio del cuartel, todavía sin vida; y cuando vio a su antiguo compañero yendo de un lado a otro, con la cabeza baja, el sombrero rígido y negro calado hasta las cejas, un sobretodo abierto y claro, y zapatos bajos, castaños y un poco polvorientos, casi se le encogió el corazón. Abrió la ventana y estuvo a punto de hacerle un gesto y saludarlo en voz alta; sin embargo, en ese momento se acercó al que aguardaba el asistente, y Wilhelm vio en los rasgos tensos de ansiedad de su viejo amigo la excitación con que esperaba la respuesta. Como ésta era favorable, la expresión de Bogner se animó, y desapareció con el asistente en el portal que se abría bajo la ventana de Wilhelm, de forma que éste cerró la ventana, como si la inminente entrevista exigiera, en cualquier caso, esa precaución. Desapareció de nuevo al mismo tiempo la fragancia a bosque y a primavera que solía penetrar a esas horas de la mañana del domingo en el patio del cuartel y que en los días de semana, curiosamente, no se notaba.

Pase lo que pase, pensó Wilhelm...

!?pero qué más podía pasar?!..., hoy iré sin falta a Baden y comeré en el "Stadt Wien"..., si es que no me invita alguien a comer como, recientemente, los Kessner.

--¡Adelante! -y, con exagerada vivacidad, Wilhelm alargó la mano al que entraba-. Dios te guarde, Bogner. Me alegro de veras. ¿No quieres quitarte el abrigo? Sí, míralo todo; está igual que antes. No hay más sitio en la habitación. Pero hasta en la cabaña más pequeña hay sitio para una feliz...

Otto sonrió con cortesía, como si se diera cuenta de la turbación de Wilhelm y quisiera ayudarle a salir de ella.

--Espero que eso de la cabaña pequeña sea más cierto otras veces que en estos momentos -dijo.

Wilhelm se rió más fuerte de lo necesario.

--Por desgracia, no muchas veces.

Vivo bastante solitario. Si te dijera que hace por lo menos dos semanas que no ha puesto el pie en esta habitación ninguna mujer. Platón no era nada comparado conmigo. Pero siéntate -quitó ropa blanca de un sillón y la puso sobre la cama-. ¿Puedo invitarte a un café?

--Gracias, Kasda, no te molestes.

Ya he desayunado... Un cigarrillo, si no te importa...

Wilhelm no permitió que Otto cogiera de su propia pitillera, y señaló hacia una mesita de fumador donde había una caja abierta con cigarrillos.

Wilhelm le ofreció fuego; Otto dio en silencio unas chupadas y su mirada fue a posarse en el cuadro, bien conocido, que colgaba en la pared sobre el diván de cuero negro y representaba una 'steeplechase' de oficiales de tiempos muy lejanos.

--Bueno, ahora cuéntame -dijo Wilhelm-: ¿cómo te va? ¿Por qué no hemos sabido nada más de ti?... Cuando hace... dos o tres años... nos despedimos, me prometiste que de cuando en cuando...

Otto lo interrumpió:

--Quizá fuera mejor que no se supiera nada de mí, y desde luego sería mejor no haber tenido que venir a verte hoy -y, de forma bastante sorprendente para Wilhelm, se sentó de pronto en un ángulo del sofá, en cuyo otro ángulo había unos libros manoseados-:

Porque puedes imaginarte, Willi -hablaba deprisa y bruscamente a la vez-, que mi visita de hoy a hora tan insólita..., sé que te gusta dormir los domingos..., que esta visita tiene, naturalmente, una finalidad, porque si no, naturalmente, no me habría permitido... En pocas palabras, vengo a apelar a nuestra vieja amistad.... ya que, por desgracia, no puedo hablar ahora de compañerismo. No te pongas pálido, Willi; no es nada serio; se trata de unos cuantos florines que debo tener sin falta mañana temprano, porque si no, no me quedará otro remedio que... -su voz se alzó, vibrando militarmente-, bueno... lo que quizás hace ya dos años hubiera sido lo más sensato.

--¿Pero qué dices? -dijo Wilhelm en tono de irritación amistosa y perpleja.

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