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Frederic Moragrega Garcia - El secreto del Artico (Amanecer Blanco nº 1)

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Frederic Moragrega Garcia El secreto del Artico (Amanecer Blanco nº 1)

El secreto del Artico (Amanecer Blanco nº 1): resumen, descripción y anotación

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Serie amanecer Blanco.

El secreto del Ártico.

A Eva, mi musa y mejor amiga.

A mi madre y mi hermano, por su apoyo.

INDICE:

Prologo: Pagina 4.

Capitulo 1: Secretos del País del frío. Pagina 7.

Capitulo 2: ¡Atención! Es peligroso meter las narices. Pagina 29.

Capitulo 3. Aventuras por el fondo del mar: Pagina 45.

Capitulo 4: La guarida del gran oso blanco. Pagina 62.

Capitulo 5: K de Kerensky. Pagina 73.

Capitulo 6: Escápate... si puedes. Pagina 85.

Epilogo: Pagina 92.

Apéndice: fichas de personajes: pagina 94.

PROLOGO.

12 de Junio de 1941.

Nueva Zembla, Océano Ártico.

Unión soviética.

El pequeño grupo de soldados caminaba pesadamente por el valle, completamente cubierto de nieve e hielo. Sus uniformes y cascos blancos apenas permitían distinguirles de la blancura reinante. Avanzaban penosa y difícilmente, porque sus esquíes se habían roto, y sus piernas resbalaban en las placas de hielo o se hundían hasta encima de los tobillos en la nieve blanda, lo que les fatigaba mucho. Varios ya se habían roto algún hueso, y otros cojeaban al haberse torcido un tobillo. Casi todos tenían las ropas y botas rasgadas, y todos temblaban de frío. Eran soldados alemanes, a las ordenes del Tercer Reich. No eran soldados corrientes, sino miembros del Alpenkorps, (Cuerpo alpino) unidad de elite habituada al combate en altas montañas y al frío. Como muchos otros, se habían alistado en esa unidad porque vivían en zonas montañosas de Alemania o Austria y ya estaban habituados a escalar y esquiar.

“ ¿Por qué estamos aquí? ” Se preguntaba mas de uno. Y su corazón se henchía de orgullo al recordar: por fin, el líder de Alemania, Adolf Hitler, había ordenado invadir la odiada Unión Soviética, hogar de los odiados bolcheviques, los comunistas que amenazaban con extender su odiada tiranía sobre todo el mundo civilizado. Los ejércitos alemanes avanzaban por doquier, exterminando a las tropas comunistas sin dificultades. Los soldados ya hacían apuestas sobre cuantos días tardarían en caer Moscú y Leningrado, y cuanto tardaría el odiado Stalin en huir a Inglaterra, el ultimo bastión (que no tardaría en caer) del judaísmo y el comunismo.

Si, había mucha gloria, mucho honor... para todos menos ellos. Les enviaban a Nueva Zembla, un archipiélago helado donde... ¡ Se creía que podía haber una estación meteorológica ! ¡Enviarles a ese infierno para tomar y destruir una maldita estación meteorológica que QUIZAS NI EXISTIA! También les habían ordenado llevarse los registros de la estación, pero no les parecía que algo de información meteorológica hiciera valer la pena una misión así.

Un torpedero les había desembarcado cerca de allí días antes, y tras enterrar su bote hinchable, se habían puesto en marcha. Pero al explorar la zona asignada no encontraron ninguna Estación. O no existía o estaba en otra zona. Humillados y cabizbajos, llamaron al torpedero para que les recogiera, y estaban ya a punto de reunirse con él. Y eso no era lo peor, sino que, debido a un alud, varias grietas traicioneras y al frío, de sus veinticinco hombres habían perdido a cinco, enterrados de modo que nadie les encontrara.

Su teniente al mando era Austriaco y conocía los Alpes como la palma de su mano. Y nunca, nunca, había sentido tanto frío como en ese horrible lugar. Tanto, que se prometió a sí mismo que nunca volvería a escalar montañas. En cuanto volvieran, pediría el traslado a otra unidad...

-¡Señor! -le dijo un cabo-. ¡Ya veo la costa, y al torpedero! Nos están esperando... ¡Oh, dios mío! –se interrumpió el joven, con una voz llena de puro terror.

-¿Qué pasa? -le interrogó el oficial, y el cabo respondió, aterrado-: ¡Les están atacando!

Torpemente, el Teniente consiguió sacar unos gemelos de su mochila y los enfocó hacia el mar, y lo que vio le dejó helado. Entre el hielo resquebrajado que flotaba sobre el mar, el torpedero alemán estaba siendo atacado por otra nave parecida, de color blanco y con el perfil más elegante y esbelto que había visto jamás. Sus ametralladoras ladraban rabiosamente, ametrallando sin piedad la nave alemana. Pronto, el fuego de esta ultima fue cesando, la nave quedó a la deriva, inerte, y fue inmediatamente abordada por una multitud de soldados uniformados de blanco que saltaron a ella desde la otra nave. Aunque el teniente no vio nada desde la distancia, oyó los disparos y los desgarradores gritos de clemencia de sus compatriotas, pero pronto estos también cesaron. Casi inmediatamente, los atacantes volvieron a su nave y esta se alejó rápidamente.

-¿Señor, porque cree usted que se van? -le preguntó al Teniente uno de sus hombres-. ¿Quizás habrán captado que se acerca alguno de nuestros submarinos y eso les ha hecho huir?

-No, no lo creo -respondió subordinado, un Sargento, entre dientes, con una voz cargada de furia-. Han hecho un agujero a nuestra nave, y se esta hundiendo lentamente. ¿Cree que podríamos llegar a tiempo con nuestro bote neumático y salvarla, Teniente?

-No es mala idea, sargento. De hecho, es nuestra ultima esperanza. Llevamos aquí muchos días y estamos en las ultimas. Si no logramos subir al barco...

Era evidente la alternativa, que el Teniente ni siquiera mencionó. Sin esperar sus ordenes, se pusieron en marcha (lo más rápido que les permitía el frío) hacia la playa. Cuando llegaron a esta, desenterraron el bote y lo hincharon. Cuando estuvo listo, le pusieron los remos, y el Teniente seleccionó a los cuatro hombres más fuertes para que fueran a rescatar el torpedero. No tenían mucho tiempo: estaba ya medio hundido y la corriente lo alejaba de ellos. Solo cuando el bote se estuvo alejando de la playa se permitió un respiro, y una duda lo asaltó.

¿Porque los rusos, (¿quien más podía haber por esas aguas, a fin de cuentas?) no habían capturado su nave, o la habían hecho saltar por los aires?

Su mente de militar veterano solo encontró una respuesta: porque era una trampa.

La sencillez de la teoría confirmaba que DEBIA ser la correcta. ¿Cómo podía haber mordido el cebo sin pensar? Debía ser por el frío, se dijo. Estaba a punto de gritar " ¡A las Armas! " Cuando percibió movimiento detrás y encima de él. En un instante, estaban en el valle completamente desierto, y en el siguiente, se encontraban rodeados por un ejercito de casi cincuenta hombres uniformados de blanco, que debían de haber estado ocultos bajo la nieve, esperándoles. Todos estaban armados y les apuntaban.

Lo que siguió fue tan rápido que el teniente apenas pudo asimilarlo. Casi todos sus hombres habían dejado sus armas para montar el bote o intentar encender fuego, y fueron cogidos completamente por sorpresa.

No hubo combate, ni apenas resistencia. Fue una breve pero brutal matanza. Los hombres de blanco no les dijeron que se rindieran, ni les avisaron. Solo dispararon directamente a los cuatro que empuñaban sus armas, que cayeron como uno solo, sin apenas tener tiempo de abrir fuego, y el que si lo tuvo solo obtuvo chasquidos: su arma se había helado. Los demás, aturdidos por el frío, no atinaron a coger las suyas. Además, ¿de qué les habría servido? Toda la cresta del valle estaba rodeada por los hombres de blanco, que ya debían ser casi cien. ¿Que podían hacer los doce hombres que quedaban, desarmados y medio helados, contra semejante ejercito?

El Teniente les ordenó rendirse, aunque se lo podría haber ahorrado, porque todos habían arrojado sus armas ya. Con las manos en alto, el oficial alemán se volvió a mirar a los hombres del bote, confiando en que, al menos, ellos conseguirían escapar... cuando vio regresar al torpedero blanco. Sus tripulantes giraron sus ametralladoras contra el bote, y abrieron fuego sin compasión. En un momento, el bote y sus ocupantes desaparecieron en un torbellino de hielo, agua y sangre. Cuando se disipó la espuma, el desolado teniente solo vio un remo, un fragmento de caucho y un cadáver flotando sobre el agua roja. Antes de poder asimilar el horror que acababa de presenciar, el torpedero blanco disparó un torpedo contra el barco alemán, ya semihundido, que desapareció en medio de un tremendo estallido.

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