Capítulo 1
1
5 de Febrero. 15:07 horas.
Ricardo entró en la casa pegando voces.
—¡Chicos! Mirad lo que he traído —decía.
Verónica, su mujer, salió de la cocina secándose las manos con un trapo viejo.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—Les he traído a los niños un regalito.
Ricardo y Verónica llevaban casados diez años. Ambos tenían treinta y ocho años, pero parecían mucho más jóvenes. Además tenían una hija de seis y un hijo de dos: la parejita. Desde el piso de arriba se escuchó algo cayendo, probablemente la muñeca de Alba, y ésta apareció por las escaleras.
—¡Hola papi! —saludó.
Alba era encantadora. Pelo rubio como su madre, pequeñas pequitas en la mejilla y una risa contagiosa. Se le acercó corriendo y le dio un gran beso.
—Mira lo que te he traído, preciosa.
Ricardo sacó de detrás de su espalda una cajita pequeña. La bajó a la altura de los ojos de su hija y la abrió. Desde dentro un pequeño pollito les miraba. Era blanco como la nieve, con algunas plumas grisáceas. El pico, lo tenía marrón por arriba y amarillo por debajo, y tan pequeño que apenas era apreciable.
—¡Qué asquito! —gritó Alba.
—¿Por qué dices eso?
—Es muy pequeño, como una pelusa con ojos.
Tenía razón. El pollito medía tanto como su dedo índice.
—¿Qué clase de pájaro es? —preguntó Verónica.
—Es un agapornis.
—¿Un aga qué? —saltó su hija.
—Un agapornis —pronunció despacio Ricardo, para que su hija se enterara bien—. También lo llaman inseparable. Me lo han regalado en el despacho.
El inseparable empezó a emitir unos pequeños ruidos.
—Seguro que tiene hambre —afirmó Ricardo—. ¿Quieres que le demos de comer?
Lo dijo dirigiéndose a Alba, y ésta aceptó tímidamente.
—Me han explicado cómo hay que hacerlo. Hay que prepararle una papilla especial y dársela con una jeringuilla.
Alba se sobresaltó, pero enseguida le dio un tirón de la caja.
—¡Venga! —gritó—. Vamos a darle de comer.
2
15 de Febrero.
Habían pasado diez días desde que el agapornis había llegado a la casa, y ya estaban todos encariñados con él. Las pequeñas plumas blancas estaban dando paso a otras de color verde por el cuerpo, y rojas por la cabeza. En la cola aparecían ciertas plumas azules. Todavía lo tenían metido en la caja con la que Ricardo lo trajo, pero le habían puesto un bonito nido y habían esparcido virutas de madera.
El polluelo ya empezaba a dar saltos por la caja, y sus graznidos cobraban cierta potencia. Pero aún le tenían que dar de comer la papilla especial que, la verdad, era un proceso bastante tedioso de fabricar, por lo que siempre acababa Verónica haciéndolo. Consistía en lo siguiente: se tenía que calentar un poco de agua y añadir una cucharadita de la papilla, para luego remover hasta que quedara como un yogur.
De darle de comer ya se encargaba Ricardo o Alba. Usando una jeringa, la llenaban de papilla y le metían la punta hasta el pico. El inseparable hacía prácticamente el resto.
Guille, el pequeño de la casa, quería también ayudar, pero su madre no le dejaba. Como consuelo, le habían dejado ponerle a él el nombre: Pollo.
Al día siguiente decidieron ir a comprarle una jaula. Alba quería que fuese la más grande, la más bonita, la que más juguetes tuviera para Pollo. Y aunque Ricardo no se quería gastar mucho más dinero en el polluelo, estaba seguro que su hija pondría aquella carita a la que no le podría decir que no.
3
26 de Febrero. 17:34 horas.
Ricardo entró en la cocina y no pudo evitar silbarle a Pollo. Éste le respondió con un dulce graznido. Desde su jaula, no la más grande de la tienda pero sí la más bonita para su hija, Pollo jugaba con el columpio. Había crecido un par de centímetros, y lejos quedaba el blanco de su plumaje. Su pico se había curvado, y ya no hacía falta darle de comer. Habían superado la fase más difícil. Ya estaba criado.
Ricardo se acercó a la jaula y metió el dedo índice entre dos de los barrotes, y como un rayo, Pollo fue directo hacia el dedo. Antes de que consiguiera llegar, Ricardo lo retiró.
—¡Oye, Pollo! Eso no se hace.
Pollo le miraba. Como Ricardo no le hacía nada empezó a hacer gracias: se ponía bocabajo y movía el cuello, muy rápido, arriba y abajo. Además emitía pequeños gorgoritos. Ricardo no pudo evitar acercarle de nuevo el dedo.
—No muerdas, ¿eh?
Pollo volvió a centrarse en el dedo, pero aunque Ricardo sentía que su pico ya estaba afilado, el inseparable no le hizo daño. Pollo se limitó a chuparle el dedo con su lengua.
Enseguida se cansó y volvió a su columpio. En ese momento entró Alba.
—Hola papi.
—Hola preciosa.
Alba se dirigió a la jaula de Pollo, e iba a introducirle también un dedo, pero su padre le cogió la mano antes de que pudiera hacer nada.
—¡Papi! ¿Por qué no me dejas ponerle el dedo?
—Te puede hacer daño —le contestó.
—Pues tú se lo pones.
—Y me hace daño, mira.
Ricardo le enseñó el dedo a su hija. Mientras tanto, Pollo les miraba inquieto.
—No tienes nada. Es que eres muy delicado.
Ambos rieron y se dieron un beso.
—Me prometiste que lo íbamos a sacar de la jaula —recordó Alba.
—Mmm, mañana lo sacamos, ¿vale?
4
14 de Abril. 13:31 horas.
La jaula de Pollo estaba en la terraza, y éste intentaba coger la hoja de una planta cercana, cuya punta se metía entre dos varillas de la jaula.
—Pero mira que es malo —dijo Verónica desde el sillón situado justo enfrente.
Pollo se quedó quieto y la miró como si supiese que estaba hablando de él, pero no tardó en volver a afanarse en coger la hoja.
Ricardo, que estaba junto a su mujer, lo miraba divertido.
—¿Dónde está Alba? A ver si quiere que lo saquemos un rato —le comentó a su mujer.
—¿Otra vez? ¿No lo sacasteis ayer?
—A estos pájaros les gusta estar libres. La gente los deja estar por su casa sueltos, y no se escapan.
—Sí, claro. Lo que me faltaba. Ya estoy harta de limpiarle la mierda de su jaula, para también limpiarla de toda la casa. —Hizo una pausa—. Alba estará seguramente en su cuarto.
Ricardo sonrió.
—Yo quero sacarlo —propuso Guille desde el ventanal que daba a la terraza.
—Tú eres muy pequeño —le contestó Ricardo—. Cuando crezcas podrás sacarlo y jugar con él.
Guille volvió dentro enfadado, y continuó viendo los dibujos animados que tanto le gustaban.
—Parece mentira que tenga tan sólo dos añitos —comentó Verónica—. Quizás debieras dejarlo a él también estar cuando sacáis al pájaro.
Ricardo la miró perplejo.
—¿Me estás diciendo que dejas a Guille acercarse a Pollo?
—Es que me da ya pena, el pobre. Ve a su hermana jugar con él, y no le dejamos ni acercarse a la jaula.
—De acuerdo —dijo mientras la besaba.— Si quieres puedes estar tú también.
—¿Yo? No te lo crees ni tú.
Ricardo se levantó y cogió la jaula de Pollo por el asa superior. Pollo subió enseguida a la caña intermedia, y de un saltó se agarró a los barrotes superiores intentando picar a Ricardo. Entró en el salón y despeinando a Guille le dijo:
—Vamos a sacar a Pollo. Mamá te deja que estés con nosotros.
Los ojos de Guille se abrieron como platos. Apagó la televisión y subió a su ritmo por las escaleras.
—¡Qué guay! —gritó desde el tercer peldaño mirándole.
Ricardo le guiñó un ojo y ambos subieron a la habitación de Alba. Pollo iba a dar una vuelta con más compañía aquel día.
5
14 de Abril. 13:47 horas.
Se encontraban los tres en la habitación de Alba. Era una habitación amplia de color violeta, el preferido de su hija. Estaba decorada íntegramente por ella. Alba había elegido la celosía de muñecas, los cuadros y dibujos que colgaban de la pared, la lámpara e incluso el mobiliario. La colcha de la cama también era violeta con nubes de color azul a juego con las cortinas, por supuesto. Era su palacio, y aunque impoluto, Alba dejaba que Pollo se moviera por allí.