Agradecimientos
Gracias a mi agente Clare Conville, que le dio forma a este libro cuando solo era un conjunto de post-it y pedazos de historias y trocitos de ideas. Estoy muy agradecida por que me represente una amiga con tanta bondad como destreza.
Gracias a Juliet Annan, que entendió el libro y a mí a la perfección desde la primera reunión y cuyos instintos me asombraron de principio a fin. No podía haber pedido mejor humor, experiencia ni consejos. No podría haber soñado con una editora mejor.
Gracias a Anna Steadman por su fantástico trabajo en el libro y por animarme continuamente a escribir durante años.
Gracias a Poppy North, Rose Poole y Elke Desanghere, de Penguin, por su energía, entusiasmo y colaboración infinitos. Sois hermanas ilustres de la sororidad.
Gracias a Marian Keyes y a Elizabeth Day por leer el libro en sus inicios y ser tan generosas y tener tan buen corazón a la hora de darme apoyo.
Gracias a Sarah Dillstone, Will Macdonald y David Granger por apostar por una chica de veintidós años con un corte de pelo a lo Billy Idol y darme un trabajo que me cambió la vida (creo que nunca encontraré un trabajo tan divertido).
Gracias a Richard Hurst por ser la primera persona que me animó a escribir, por su apoyo y sus consejos firmes y por enseñarme el punk rock cuando tenía dieciséis años.
Gracias a Ed Cripps y a Jack Ford, quienes me hicieron querer ser más divertida solo para hacerlos reír.
Gracias a Jackie Annesley y a Laura Atkinson por darme la columna en el Sunday Times Style, por ser mis editoras y guiarme con paciencia y cariño, y por enseñarme tanto sobre cómo contar una historia.
Gracias a las mujeres espectaculares que no solo han vivido todas estas historias de la última década conmigo, sino que me han dejado compartirlas. En especial, gracias a Farly Kleiner, Lauren Bensted, AJ Smith, India Masters, Sarah Spencer Ashworth, Lacey Pond-Jones, Sabrina Bell, Sophie Wilkinson, Helen Nianias, Belle Dudley, Alex King-Lyles, Octavia Bright, Peach Everard, Millie Jones, Emma Percy, Laura Scott, Jess Blunden, Pandora Sykes, Hannah Mackay, Sarah Hicks, Noo Kirby, Jess Wyndham y Victoria Glass.
Gracias a la familia Kleiner por dejarme escribir sobre Florence y dedicarle el libro. Su humildad, integridad y pasión siempre me darán valor y me inspirarán en cada palabra que escriba.
Gracias a mi familia —a mi madre, a mi padre y a Ben—, que siempre me dijeron que todo era posible. Siempre me han animado a contar las cosas con sinceridad y me han hecho sentir segura al saber que nunca me juzgarían. Soy excepcionalmente afortunada de teneros. Os quiero muchísimo.
Y, finalmente, gracias a Farly. Sin sus ánimos y su aliento no hubiera escrito este libro. Eres —y siempre serás— mi historia de amor favorita.
TODO LO QUE SABÍA SOBRE EL AMOR
CUANDO ERA ADOLESCENTE
El amor romántico es lo más importante y emocionante del mundo entero.
Si no lo tienes cuando eres adulta, es que eres una fracasada, como una de esas profesoras de dibujo que insisten en que las llamen «señoritas» en lugar de «señoras» y llevan el pelo encrespado y joyas étnicas.
Es importante acostarse muchas veces con mucha gente, pero seguramente no con más de diez personas.
Cuando viva en Londres y sea soltera, seré extremadamente elegante y estaré delgada y llevaré vestidos negros y beberé martinis y solo conoceré a hombres en presentaciones de libros e inauguraciones de exposiciones.
La mayor muestra de amor verdadero es que dos chicos se peguen por ti. La situación ideal es que haya sangre, pero que nadie tenga que ir a urgencias. Un día me pasará algo así, si tengo suerte.
Es importante perder la virginidad después de cumplir los diecisiete, pero antes de los dieciocho. Literalmente, si es el día antes de cumplirlos, todo bien, pero si entras en el decimoctavo año siendo virgen todavía, nunca te acostarás con nadie.
Puedes enrollarte con tanta gente como quieras y no pasa nada, no significa nada, solo es para practicar.
Los chicos más guais siempre son altos y judíos y tienen coche.
Los chicos mayores son los mejores porque son más sofisticados y han visto más mundo y, además, no tienen el listón tan alto.
Cuando tus amigas tienen novio, se vuelven aburridas. Tener una amiga con novio solo es divertido si tú también tienes novio.
Si no les preguntas nada de nada sobre sus novios a tus amigas, al final pillarán que te aburre el tema y dejarán de hablar de ellos.
Es buena idea casarse un poco tarde, después de haber vivido un poco; por ejemplo, a los veintisiete.
A Farly y a mí nunca nos gustará el mismo chico porque a ella le gustan bajitos y descarados como Nigel Harman, de EastEnders, y a mí me gustan chulos y misteriosos como Charlie Simpson, de Busted. Por eso nuestra amistad será para siempre.
Nunca viviré un momento tan romántico como cuando yo y Lauren estábamos en un bolo el día de San Valentín en ese pub tan raro de Saint Albans y canté Lover, You Should’ve Come Over y Joe Sawyer estaba sentado en primera fila con los ojos cerrados porque antes habíamos hablado de Jeff Buckley y, básicamente, él es el único chico que conozco que me entiende del todo y entiende por qué soy como soy.
Nunca pasaré tanta vergüenza como cuando intenté besar a Sam Leeman y él se apartó y yo caí al suelo.
Nunca tendré el corazón tan roto como cuando Will Young salió del armario y yo tuve que fingir que no me importaba, pero lloré mientras quemaba la libreta con tapas de piel que me regalaron para la confirmación en la que había escrito sobre nuestra futura vida juntos.
A los chicos les gusta mucho que les digas cosas desagradables y creen que es infantil y cutre que seas demasiado amable con ellos.
Cuando por fin tenga novio, casi nada más tendrá importancia.
ESTAR UN POCO GORDA, ESTAR UN POCO DELGADA
—¿Me sigues queriendo? —pregunté.
—No —respondió él—. No, creo que ya no te quiero.
—¿Te gusto por lo menos? —pregunté. Hubo un silencio.
—Creo que no.
Colgué.
(Desde entonces, le he aconsejado a la gente que es mejor que mientan sobre esto si van a romper con alguien. Lo de dejar de estar enamorado es bastante malo. Lo de que deje de gustarte alguien es horrible).
Yo tenía solo veintiún años, hacía un mes que había terminado la universidad y mi primer novio serio me acababa de dejar por teléfono.
Harry y yo habíamos estado juntos algo más de un año a pesar de no hacer buena pareja ni por asomo. Él era conservador, estaba obsesionado con los deportes, hacía cien flexiones antes de irse a dormir cada noche, era el secretario social del Club de Lacrosse de la Universidad de Exeter y tenía una camiseta que decía Flash Gordo y que le gustaba de verdad, no en plan irónico. No le gustaban nada las muestras de emoción excesivas, las mujeres altas que llevaban tacones ni la gente que gritaba demasiado, básicamente, todo lo que conformaba mi personalidad en ese momento. Él pensaba que yo era un desastre, y yo, que él era muy cuadriculado.
Nos pasamos todo lo que duró la relación discutiendo, en gran parte, porque no nos separábamos ni un momento. Prácticamente había vivido en el piso que yo compartía con Lacey, AJ y Farly durante el último curso y se había mudado a casa de mis padres para pasar el verano mientras hacía prácticas.
Uno de nuestros peores momentos fue al final de ese largo y agitado agosto, cuando cogimos un tren para ir a Oxford, a la fiesta del vigésimo primer cumpleaños de Lacey. Yo me levanté de la mesa después del primer plato y me encontré con una piscina que me llamaba. Me quité toda la ropa y me metí y, cuando algunas amigas vinieron a buscarme, animé a todo el mundo a hacer lo mismo. La noche degeneró en una fiesta masiva en la piscina y yo me convertí en una especie de maestra de ceremonias desnuda. Harry se puso furioso. A la mañana siguiente, Farly y AJ se escondieron detrás de un árbol con una risa incontrolable mientras lo observaban gritándome: «¡No volverás a avergonzarme así nunca más!». La enorme vergüenza que yo tenía era aún más visible porque la piscina estaba hiperclorada y mi pelo, decolorado, se había vuelto de un verde botella muy chillón.