CONTENIDO
A mis maestros, quienes a través de mis
relaciones afectivas me han enseñado
el significado del amor y la traición: el
verdadero camino hacia el amor saludable
PRÓLOGO
E ra una hermosa tarde de primavera. Las flores resplandecían entre los verdes campos y, rodeadas de naturaleza, sonreían al sol. Los pétalos de las flores danzaban con el viento, dejándose acariciarse por la luz y fecundándose con la lluvia, el aire, los insectos y todo aquello que se confabulaba con la fertilidad.
Un viento travieso coqueteaba con una bella flor, la que sobresalía de entre las demás. Ésta, risueña, se dejó seducir y permitió que los aires se llevaran a tierras lejanas a sus hijas: las semillas, quienes deseaban formar nuevas vidas, multiplicarse; perpetuar la ley de la vida.
Una semilla voló por esos coloridos campos, viajaba ligera, libre en su exquisita levedad. Quería ir más allá de los límites que aprendió de su madre. Quería nacer en una bella flor, en lugares donde no se conociera la naturaleza de su origen.
Así, la semilla de aquella hermosa flor cayó en un terreno accidentado, donde había visto vida, pero no en abundancia como de la que procedía. Decidió crecer ahí, aunque ella recordaba la fortaleza de su estirpe y estaba segura de poder contribuir a la belleza del lugar.
En cuanto se pudo enterrar, la tierra hizo su trabajo a medio nutrir. La tierra en la que había decidido nacer apenas le daba los nutrientes necesarios para fortalecerse. El medio tampoco era el más seguro para crecer: estaba lleno de peligros que a diario amenazaban con interrumpir su desarrollo. Había caído en el patio de una casa, en donde se aferró a su instinto de sobrevivencia y a una pared sobre la cual sostenerse. Al final, era más seguro crecer así que luchar sola por sí misma.
De esta manera se fue convirtiendo no sólo en una flor, sino en un árbol con cientos de flores que decoraban, en efecto, todo el patio. Sin embargo, su tronco no había desarrollado fuerza, era frágil y delgado, y dependía totalmente de la pared que le otorgaba un superficial e incierto sustento. Ese árbol se sentía realizado; todo cuanto pasaba a su alrededor observaba su magnífica belleza; albergaba todo tipo de vida y realmente creía que no necesitaba más; era feliz y ni cuenta se daba de lo que realmente sucedía.
Pero un buen día, el dueño de la casa donde estaba plantado el árbol decidió irse de ahí, no sin antes cargar consigo a semejante belleza floral. Trasplantó el árbol a varios kilómetros, arrastrando sus raíces por el camino hasta llegar a su nuevo hogar. Para sorpresa del árbol, quien ya se encontraba agonizando, la tierra que le recibía esta vez era aún más árida e infértil que de la que provenía.
Así que el árbol tenía que tomar decisiones que le costarían, por lo menos, arriesgar su vida, mas no tenía opción; debía decidir si alimentaba el enorme y precioso follaje del cual se sentía sumamente orgulloso, o se olvidaba de ello y dedicaba lo poco que le quedaba a sostener, sus raíces. Era un árbol muy orgulloso de su belleza y decidió, en un acto suicida, alimentar sus flores, llevando casi a la muerte a sus raíces.
Durante el tiempo que creció en su otro hogar, no desarrolló los recursos internos para aprender a sostenerse por sí mismo. Creció a expensas de una pared que le daba una seguridad que creía que existiría toda la vida.
Pasó muchos años en terreno infértil en su nuevo hogar, con pocos nutrientes y sin abundante agua; el árbol ya había sido diagnosticado por los jardineros como muerto. Sin embargo, un hilo imperceptible de vida corría por las delgadas venas de sus raíces. Después de dos años de luchar por resurgir de sus cenizas, comenzó a nacer un verde y pequeño retoño de entre los vestigios moribundos de su tronco.
El árbol tuvo que aprender a desarrollar sus propias herramientas de autocrecimiento. Le tomó un buen tiempo valerse por sí mismo en circunstancias adversas y aprender que no necesita sostenerse de nadie para crecer. De ahora en adelante, cada follaje y cada flor serían resultado de la fuerza y nutrientes interiores. El árbol crece lentamente pero fuerte y seguro, aprendiendo la lección y aprendiendo a nutrirse por sí mismo.
Hoy vuelve a albergar vida. Ha aprendido a no olvidar la fuerza de sus raíces, de sus orígenes; ha aprendido a morir, a renacer. La ley de la vida.
INTRODUCCIÓN
A lo largo del trabajo que he realizado en la consulta individual y en talleres con mis pacientes, me he dado cuenta de que el tema principal —o el que gira alrededor de los motivos más significativos en las terapias, sin discriminar edad, sexo o condición socioeconómica— es el AMOR.
Cada vez que abordo el tema en programas de radio o televisión con el público, es como si se encendiera un reflector que apunta con toda su potencia a la piedra angular que mueve al mundo: la búsqueda por llenar el corazón de ese sentimiento sublime y profundo que todo lo transforma.
La historia de la evolución del ser humano está trazada por el deseo de amar, una necesidad que se ha grabado en la filogénesis de su ser. El amor es parte de la naturaleza del hombre, por ello los fuertes apegos a todo lo que huela a ese sentimiento o se le parezca.
Amar por necesidad no es una moda, es un tema latente a través de la historia. El ser humano es terrenal, apegado, aferrado, afectivo: es emocional por naturaleza. El ser humano maneja emociones fuertes, muchas de ellas aún muestran algunos rastros de un cerebro primitivo y animal.
Se supone que tras la evolución física también debería existir un avance en el manejo de las emociones, pero hoy en día, la sexualización desde etapas tempranas en la infancia, gracias a la tecnología y la invasión masiva en los medios de comunicación, está llevando a los seres humanos a una especie de involución espiritual y existencial del ser, provocando una hambruna afectiva y desesperada que se intenta llenar con múltiples, efímeras y superficiales formas del amor.
Antes los niños escuchaban únicamente canciones infantiles como las de Cri-Crí, con letras totalmente inocentes y educativas. Esto no significa que hoy en día no existan esas canciones, el problema es que también tienen acceso sin restricción a canciones, películas y videos con contenidos sexuales que evidentemente no son para niños. Incluso podemos ver a muchos padres festejando orgullosos a sus niños cuando bailan reguetón con movimientos sensuales y vestidos como adolescentes.
Gracias a ese tipo de actitudes o costumbres, se está generando desde edades muy tempranas la necesidad de apegarse sexualmente a una pareja, de «comer» desesperadamente amor, de no estar solo a como dé lugar, etcétera. Pero también tenemos otro tipo de vacíos que se buscan llenar, ya sea a través de la sexualidad o de objetos materiales.
En un mundo consumista marcado por las modas y las compras compulsivas, las ofertas, los créditos, la casi nula demora a la recompensa y la baja tolerancia a la frustración, llenan a la humanidad de falsas necesidades en un ímpetu bulímico de saciar los espejismos de su hambre emocional. Este ataque masivo de información lo podemos encontrar en muchos espacios, donde estas mentes ávidas de aprendizaje y altamente sugestionables —como las de los jóvenes y niños— se pueden programar fácilmente para que así suceda.
Una de las maneras más coloquiales de recibir toda esa información son las canciones que, a través de la repetición de mensajes sobre la necesidad de amor o la falta del mismo, llegan al inconsciente influyendo en «el sistema operativo» mental. Abordaré este tema con mayor profundidad más adelante.
Es por ello que la falta de un soporte educativo con bases morales espirituales (no necesariamente religiosas) con una creencia en un ser superior supremo contribuye a la desinformación o mala información. Se tenga un dogma religioso o no, la necesidad de creer en un ser superior es otro de los aspectos que el ser humano ya tiene programado. Cuando existe una carencia espiritual, invariablemente se crea una sensación de vacío que no se puede llenar con absolutamente nada; al contrario, el que lo sufre busca compulsivamente llenar un vacío cuya procedencia desconoce.
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