La historia de Julian
Traducción de Verónica Canales Medina
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JULIAN Sé amable, pues t oda persona con quien te encuentras
está librando una dura ba talla.
IAN MACLAREN
ANTES
Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa,
pero ya no me acuerdo.
JORGE LUIS BORGES, La casade Asterión
El miedo no puede lastimarte más que un sueño.
WILLIAM GOLDING, El señor de las moscas
Normal
Vale, vale, vale.
Lo sé, lo sé, lo sé.
¡No he sido agradable con August Pullman!
No hay para tanto. ¡Que no es el fin del mundo! Ya está bien de tanto exagerar, ¿vale? Este planeta es muy grande, y no todos son amables con los demás. Así son las cosas y punto. ¿Me hacéis el favor de olvidarlo ya? Creo que ha llegado la hora de que sigáis con vuestras vidas, ¿vale?
¡Dios!
Es que no lo entiendo. De verdad que no. Resulta que yo era el chaval más popular de quinto. Y, de pronto, o sea, no sé… ¡Da igual! Esto es un asco. ¡El año entero ha sido un asco! ¡Ojalá Auggie Pullman no hubiera venido nunca al colegio de secundaria Beecher! ¡Ojalá hubiera llevado el careto tapado como el tío ese de El fantasma de la ópera o como se llame! ¡Ponte una máscara, Auggie! Aparta tu jeta de mi cara, por favor. Todo sería mucho más fácil si te esfumases.
Al menos para mí. No estoy diciendo que para él sea todo coser y cantar, que conste. Sé que para él no debe de ser fácil mirarse en el espejo todos los días ni salir a la calle. Pero ese no es mi problema. Mi problema es que todo ha cambiado desde que él llegó a mi colegio. Los niños han cambiado. Yo he cambiado. Y eso es un ascazo.
Ojalá todo fuera como antes, como era en cuarto. Entonces nos lo pasábamos bomba. Jugábamos a pillar en el patio y, no es por presumir, pero todos querían pillarme, ¿sabéis? Ahí lo dejo. Todos querían ser mi pareja en los proyectos para sociales. Y todos me reían las gracias.
A la hora de comer, siempre me sentaba con mis colegas y éramos, o sea, los más guays. Los que más molaban. Henry. Miles. Amos. Jack. ¡Éramos los más molones! Era muy guay. Teníamos un montón de bromas que solo entendíamos nosotros. Y teníamos un código de señas con las manos para comunicarnos.
No sé por qué tuvo que cambiar. No sé por qué todo el mundo se volvió tan idiota.
Bueno, la verdad es que sí sé por qué: fue por Auggie Pullman. En cuanto apareció, las cosas dejaron de ser como antes. Todo era de lo más normal. Y ahora todo es un desastre. Y ha sido culpa suya.
Y del señor Traseronian. La verdad es que es todo culpa del señor Traseronian.
La llamada
Recuerdo que mi madre se puso como loca con la llamada que recibimos del señor Traseronian. Esa noche, durante la cena, no paraba de repetir el gran honor que era. El director del colegio de secundaria nos había llamado a casa para pedirnos si yo podía ser el amigo de bienvenida de un niño nuevo en el colegio. ¡Guau! ¡Qué notición! Mi madre se comportaba como si me hubieran dado un Oscar o algo así. Dijo que eso demostraba que el colegio sabía reconocer a los niños realmente «especiales», y que creía que era maravilloso. Mi madre todavía no conocía al señor Traseronian, porque él era el director de secundaria y yo todavía estaba en primaria, pero no paraba de poner por las nubes al director por lo amable que había sido por teléfono.
Mi madre siempre ha sido una especie de pez gordo en el colegio. Está metida en eso del consejo escolar, que no tengo ni idea de lo que es, pero, por lo visto, es algo importante. Además, siempre se presenta voluntaria para todo. Por ejemplo, ha sido la madre portavoz de la clase en todos los cursos desde que estoy en Beecher. Siempre. Hace un montón de cosas por el colegio.
A lo que iba, el día que se suponía que debía ser el amigo de bienvenida del niño nuevo, ella me dejó en la puerta del cole. Quería entrar conmigo, pero yo le solté: «Mamá, ¡que ya estoy en secundaria!». Menos mal que lo pilló y se fue con el coche antes de que yo entrara.
Charlotte Cody y Jack Will ya estaban en la recepción, y nos saludamos. Jack y yo nos dimos nuestro apretón de manos de colegas y saludamos al conserje. Luego subimos al despacho del señor Traseronian. ¡Era muy raro estar en el colegio y que no hubiera nadie más!
—Tío, ¡podríamos ir con el monopatín por aquí y nadie se enteraría! —le dije a Jack mientras corría y patinaba por el suelo pulido de la recepción cuando el conserje ya no nos veía.
—¡Ja, sí! —dijo Jack, pero me di cuenta de que, cuanto más nos acercábamos al despacho del señor Traseronian, más callado estaba Jack. De hecho, tenía cara de estar a punto de echar la pota.
Cuando llegamos al final de la escalera, se detuvo.
—¡No quiero hacer esto! —dijo.
Me paré a su lado. Charlotte ya había llegado al descansillo.
—¡Venga, vamos! —exclamó ella.
—¡Tú no nos mandas! —contesté.
Ella negó con la cabeza y me miró con cara de circunstancias. Me reí y le di un codazo a Jack para que no se lo perdiera. Nos encantaba chinchar a Charlotte Cody. ¡Era una santurrona!
—Esto es un desastre —soltó Jack, y se frotó la cara con la palma de la mano.
—¿Qué pasa? —dije.
—¿Sabes quién es el nuevo? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—Tú sí que sabes quién es, ¿verdad? —le preguntó Jack a Charlotte mirándola.
Charlotte bajó unos escalones hasta donde estábamos nosotros.
—Creo que sí —respondió. Hizo una mueca, como si acabara de probar algo asqueroso.
Jack negó en silencio y luego se dio tres palmetazos en la cabeza.
—¡Cómo he sido tan idiota de aceptar! —exclamó apretando los dientes.
—Un momento, ¿quién es? —pregunté. Le di un empujón a Jack en el hombro para que me mirase.
—Es ese niño que se llama August —contestó—. Ya sabes, el niño que tiene la cara esa tan rara.
No tenía ni idea de quién estaba hablando.
—¡Estás quedándote conmigo! —dijo Jack—. ¿Nunca has visto a ese niño? ¡Si vive en el barrio! A veces está en el parque. Tienes que haberlo visto. ¡Todo el mundo lo ha visto!
—No vive en el barrio —respondió Charlotte.
—¡Sí que vive en el barrio! —replicó Jack con impaciencia.
—Que no, que Julian no vive en este barrio —respondió ella, igual de impaciente.
—Pero ¿qué tiene que ver dónde vivo yo con todo esto? —pregunté.
—¡Da igual! —me interrumpió Jack—. Da lo mismo. Hazme caso, tío, nunca has visto nada igual.
—Por favor, no seas malo, Jack —dijo Charlotte—. No está bien.
—¡No estoy siendo malo! —respondió Jack—. Solo digo la verdad.
—Pero ¿qué aspecto tiene exactamente? —pregunté.
Jack no contestó. Se quedó ahí plantado, sacudiendo la cabeza. Miré a Charlotte, y ella fruncía el entrecejo.
—Escuchad —dijo—. Vamos de una vez, ¿vale? —Se volvió, empezó a subir los escalones y desapareció por el pasillo hacia el despacho del señor Traseronian.
—Vamos de una vez, ¿vale? —le dije a Jack y clavé la imitación de Charlotte. Creí que con eso se moriría de risa, pero no fue así—. ¡Jack, tío, venga ya! —le dije.
Fingí darle un buen bofetón en toda la cara. Eso sí que le hizo reír un poco, y me respondió con un puñetazo a cámara lenta. Y con eso empezamos enseguida a jugar una partida rápida de «darle al bazo», que es cuando intentamos pegarle al contrario por debajo de las costillas.
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