Su erte y r esistencia
D inero y...
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417669089
ISBN eBook: 9788417669713
Obra inscrita en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de Andalucía el día 17 de agosto de 2018 con el nº de expediente MA-461-18
y el nº de registro 201899903460339
© del texto:
J. A. Ródenas
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
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Impreso en España – Printed in Spain
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Dedica do a Vicky
y José Antonio, mis hijos.
Y a Mari Luz,
mi compañera.
«Tener dinero en el banco y estar pendiente
de él… no, no es mi i deal . No quiero estar sufriendo por que me lo roben o lo pierda.
El tiempo es demasiad o precioso
para dedic arlo a una tarea t an banal».
Con suavidad, la aeronave tomó tierra en el aeropuerto de Málaga. Había sido un vuelo sin incidencias desde su salida de Barcelona, lo que se dice un buen vuelo.
Con un suspiro de alivio, se levantó de su asiento para sacar la pequeña maleta de la parte superior de la cabina del avión, no había querido traer mucho equipaje. Al dar un paso hacia el pasillo, sin darse cuenta, tropezó con una bonita morena que intentaba lo mismo que él: sacar una gran mochila del compartimento de los equipajes y que, al sentir el brusco golpe, se giró con cara de pocos amigos.
—Lo siento, estaba sacando mi equipaje y no la he visto.
—Pues soy pequeña, pero no tanto como para que no se me vea —contestó la muchacha—. Un poco de atención en lo que se hace —le espetó con mal genio.
Adrián esbozó una sonrisa sin hacer mayor caso y, con la pequeña maleta ya en la mano, enfiló el pasillo hacia delante para salir del avión por el finger . Al salir sonrió a la azafata que se ocupaba de despedir al pasaje y que durante el vuelo lo había atendido con amabilidad y con miradas y sonrisas de complicidad.
—Adiós, espero verlo de nuevo en otro vuelo.
—Espero que así sea. Me complacería mucho —le contestó con una amplia sonrisa, mirándola a los ojos, mientras salía.
Al salir del recinto aeroportuario, giró a la derecha para coger un taxi que lo llevara a Benalmádena, donde pensaba pasar ocho días dedicados a tomar el sol, bañarse y divertirse. Y, si conocía a alguna chica, pues mucho mejor. Venía de Barcelona, donde desempeñaba el cargo de jefe de tráfico en una empresa de autocares turísticos. Trabajaba trece o catorce horas diarias. Eran unas horas llenas de tensión, ya que al tráfico diario tenía que sumar los pedidos de vehículos para viajes de estudio, empresas que ofrecían estancias en lugares turísticos a sus empleados, traslado para ejecutivos, etc. Esto lo obligaba a planificar las salidas del día siguiente con meticulosidad, teniendo en cuenta la disponibilidad de autocares y conductores.
Su vida transcurría dentro de una considerable monotonía en lo que a su tiempo libre se refiere, ya que el domingo se encontraba tan cansado que no tenía ganas de ir a ninguna parte. Por el contrario, lo pasaba tumbado en el sofá, viendo la tele o, como algo extraordinario, cocinándose algo que le apeteciese.
Tenía treinta y dos años y venía de una relación que había durado cerca de siete, hasta que un día su compañera se había cansado de estar sola, había hecho las maletas y se había marchado con un médico, cosa, por otra parte, que le traía un poco al fresco, ya que hacía mucho tiempo que el amor y el deseo se habían extinguido entre ellos.
Se dirigió adonde se encontraban los taxis y, cuando le tocó, se subió a uno.
—A Benalmádena, al hotel Casablanca —le pidió al taxista, un hombre de unos sesenta años con la tez cetrina. Parecía más un pescador que un taxista.
El hotel se encontraba en la playa de Santa Ana, cerca del catillo Bil-Bil. Era mediano y de tres o cuatro estrellas, dedujo al entrar en el hall . Se acercó a recepción, donde un servicial empleado le hizo el check-in y le entregó la « llave » de la habitación trescientos nueve. Subió. Era amplia y confortable, de colores claros y con vistas a la carretera de la costa y al mar. Pensó que tendría que soportar mucho ruido del tráfico por la noche, pero luego se dio cuenta de que el balcón tenía dobles cristales. Más tarde comprobaría que, al cerrar, se hacía un silencio casi total.
Abrió la maleta y colocó sus cosas en el interior del armario y los útiles de aseo en el cuarto de baño. Miró el reloj y vio que era la 13:30, casi la hora de comer. Se lavó las manos para salir y buscar un sitio donde tomar algo ligero. No tenía mucho apetito, los desplazamientos y el vuelo lo habían cansado, por lo que quería comer temprano y echarse un rato la siesta; después saldría para recorrer los alrededores del hotel para ver lo que había de interesante.
Al salir se dirigió al castillo Bil-Bil. Vio que había una exposición de pintura y entró. No es que sintiera una atracción especial por la pintura; en realidad, entró por ver más el castillo que por los cuadros que pudiera haber colgados, pero, una vez dentro, admiró ambos con la particularidad de que el pintor que exponía se llamaba Castillo.
Al salir, se dirigió hacia los bares y restaurantes situados en las proximidades, buscado uno que le gustara para comer algo. Entró en uno que servía ensaladas, pizzas y otros platos ligeros. Comió una pizza y un poco de ensalada, y se fue al hotel, donde una vez en su habitación se dispuso a dormir una buena siesta. Cuando se levantó, sobre las 18:00, se duchó y se cambió de camisa, el pantalón de los llamados chinos y unos tenis completaron su atuendo. Bajó al hall , donde se dirigió a recepción.
« Una recepcionista » , pensó. Hubiera preferido que fuese un varón porque lo que quería preguntarle era más apropiado para un hombre que para una mujer.
—Perdone, ¿podría decirme qué podría hacer esta noche para pasar un rato agradable? Como ver algo interesante o algún bar en el que haya un buen ambiente.
—Bueno, tiene usted el puerto deportivo a unos quinientos metros hacia la izquierda, saliendo del hotel. Es muy interesante, ha ganado dos premios mundiales como puerto bonito. Tiene mucho ambiente porque hay bares y restaurantes, discotecas y otros locales de entretenimiento. También a la derecha, saliendo, a unos trescientos metros, está el casino que, además de la sala de juegos, tiene bares donde se puede encontrar un ambiente algo más elegante.
La chica, de unos treinta años, era guapa y muy amable.
—Ya veré lo que hago, muchas gracias por la información. ¿Tendría un plano de la zona que me pudiera dar o vender?
—Por supuesto, aquí tiene. ¿Quiere que le señale el puerto y el casino?
—No es necesario, gracias. Ha sido usted muy atenta, gracias. —Salió del hotel sin haber decidido todavía adónde ir. Lo que más le atraía era conocer un bar o una discoteca pequeña, frecuentado por turistas donde fueran chicas extranjeras, e intentar conocer a alguna.
Giró a la izquierda y se dirigió en dirección al puerto dando un paseo mientras iba viendo los locales que había en los lados de la carretera. Al llegar a la avenida de Alay, una de las calles que llevaban al puerto deportivo, dejó atrás una plaza que estaba llena de bares y, aunque había pocos clientes, era fácil deducir que más tarde tendrían un buen ambiente. Torció hacia el puerto.