capítulo 1 Creciendo
en un
mundo feliz
Después de darme cuenta de que sí, de que ese día había llegado, de que tenía un anillo delante y de que tenía que dar una respuesta, decidí coger todos esos momentos que estaban pasando por la mente y detenerme un poco en ellos como si mirara un álbum de fotos. Recordar los momentos buenos y también los malos es la mejor forma de saber cómo has llegado a ser la persona que eres. Así que digamos que, antes de ser esta Raki que ahora conocéis, la cosa empezó más o menos como os cuento aquí.
UN BEBÉ QUE SOLO QUIERE COMER
De bebé, siempre que lloraba, era por hambre. Y lloraba mucho, sobre todo de noche. Mi madre me dijo que tuvieron que empezar a ponerme un quesito en la papilla para que fuera más espesa y así me llenara. Ya de muy pequeña me encantaba el fuet. Era feliz comiendo.
Luego crecí y pasé de llorar a ser un trasto. Pero trasto trasto. Con cuatro o cinco años la mini-Raki salía desnuda al balcón a cantar el himno del Barça, cogía la tierra de las macetas para jugar a las cocinitas y, cuando se aburría de ese juego, se la tiraba al primer calvo que pasara por debajo. ¡Les tiraba tierra a los calvos! No entiendo por qué, pero estaba obsesionada con ellos. A lo mejor porque mi padre era calvo. No lo sé. Era un trastete. Siempre me ha gustado mucho la coña, desde chiquitita. Era una niña muy risueña, siempre estaba con bromas.
¿Por qué digo que era un trasto? Hay pruebas
- Odiaba tanto madrugar que cuando mi madre me llamaba por la mañana, no era capaz de despertarme. Cuando mi madre me obligaba por fin a salir de la cama me iba al baño, echaba el pestillo y seguía durmiendo. Mi madre acabó quitando el pestillo del baño por esto.
- Me caía tanto tanto que todos mis pantalones tenían rodilleras, y todas mis sudaderas, coderas. Mi madre ya no sabía cómo hacer para que dejara de romperlos. Me rompí el brazo tres veces y los dedos de la mano otras tantas.
- Me enfadaba muchísimo si, al llegar la hora la comida, me decían que había verduras o pescado. Me encantaba comer muchas cosas, ¡pero justo eso no me gustaba nada! Yo quería algo rico.
También iba mucho a mi rollo, era muy solitaria. No es que tuviera problemas para relacionarme, porque tenía muchos amigos, pero no sé, me gustaba mucho montarme mis historias en mi habitación. Me ponía a jugar y decía: «Ahora seré una dependienta de una librería», y me ponía ahí a hablar sola como si mi habitación fuera una tienda y hubiera clientes. Me entretenía mucho con estas historias. Siempre que tuviera mi caja registradora de juguete, no necesitaba a nadie, y eso que tenía una hermana con la que podía jugar.
Una tarde cualquiera, en mi casa, podía estar yo encima de mi hermana dándole besos y molestándola y ella, que siempre ha sido como más distante, me soportaba hasta que no podía más.
Como nos llevamos muy poco tiempo, a algunas cosas sí que jugábamos juntas. Por ejemplo, a las dos nos encantaban los Playmobil, pero muchísimo. Siempre queríamos que nos regalasen la casita, la granja, el barco y todo lo que fuera de Playmobil. Pero, aunque nos llevásemos bien, éramos tan distintas que al rato acabábamos discutiendo y yo volvía otra vez a mi habitación a atender a los clientes de la librería o a empezar un negocio nuevo de cualquier otra cosa.
Cuando yo tenía seis años nos mudamos de piso, pero, antes de la mudanza, vivíamos en uno tan grande que mi hermana y yo podíamos patinar por el pasillo y montar en bicicleta, ¡era enooorme! Era una época en la que no había tecnología, ni móviles ni videojuegos, así que patinar, montar en bici y jugar a los Playmobil eran las cosas con las que nos divertíamos en casa mi hermana y yo. Siempre que yo no estuviera ocupada con la caja registradora o atacando a los calvos desde el balcón.
Recuerdo que por esta época teníamos una canguro, Yolanda. Mis padres trabajaban mucho, así que ella venía todas las tardes a cuidarnos. Mi hermana y yo nos divertíamos mucho con ella. El novio de Yolanda trabajaba en una gasolinera cerca de casa y ella a veces nos decía: «Vamos a visitar a mi novio y, si no os chiváis a vuestros padres, os compro chuches». Nuria y yo encantadas: «¡Pues vamos!». Era una aventura para nosotras. Aunque después de comernos las chuches siempre nos chiváramos, ¡tampoco éramos tan malas!
Cosas que me gustaba comer de niña y que me siguen encantando
- El fuet. De niña era tan fan del fuet que en mi casa no duraba ni media hora. Me lo comía a mordiscos en cualquier momento. Y ahora sigo exactamente igual.
- Bocadillos. Siempre he preferido un buen bocadillo a cualquier otra cosa. Me sigue pareciendo la mejor comida del mundo.
- El queso. De niña ya me encantaba, pero es que con el tiempo se ha convertido en mi alimento favorito.
- La sopa. Es raro que a los niños les guste tanto, pero a mí me encantaba. Sobre todo, las que llevan carne, tocino, butifarra... Son mis favoritas todavía.
Tengo que decir que el Rubiales no ha sido el primero en pedirme matrimonio. Un chico llamado Alberto llegó antes. Pero mucho mucho antes. Cuando teníamos cinco años. Y la verdad es que, para tener cinco años, nos quedó una boda preciosa. Aunque no fue solo la boda lo que se me quedó grabado para siempre aquel día. Espera, que empiezo desde el principio.
Cuando empecé el cole era una niña gordita. ¿Recordáis que dije que de bebé era feliz comiendo? Pues lo seguía siendo. Mi aspecto no me preocupaba en absoluto. Era alta y grande, y parecía la madre de toda mi clase.
No me gustaba nada que me peinaran, no quería llevar pendientes, siempre iba en chándal y bambas, no era nada presumida. El físico no me importaba. Ahora veo fotos y me doy cuenta de que mi madre me vestía fatal, ¡pero es que a mí me daba igual! Siempre que estuviera cómoda, no les ponía ninguna pega a sus conjuntos.
Cosas que quedaban bien... según mi madre
Mi cole era bastante peculiar. Era muy pequeñito, todos los niños nos conocíamos y jugábamos juntos, éramos como una familia. Los profes nos cuidaban un montón y siempre se preocupaban por tratarnos a todos igual y por que nos llevásemos bien entre nosotros.