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Mitch Albom - Un día más: Una esperanzadora historia sobre la familia, el perdón y las oportunidades de la vida.

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Mitch Albom Un día más: Una esperanzadora historia sobre la familia, el perdón y las oportunidades de la vida.
  • Libro:
    Un día más: Una esperanzadora historia sobre la familia, el perdón y las oportunidades de la vida.
  • Autor:
  • Editor:
    Maeva Ediciones
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Un día más: Una esperanzadora historia sobre la familia, el perdón y las oportunidades de la vida.: resumen, descripción y anotación

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Tras la ruptura de su matrimonio y el fracaso en su vida profesional, Chick es un hombre roto. Lejos han quedado sus días de gloria como jugador de béisbol y su feliz matrimonio. Hundido en el alcoholismo, Chick toca fondo al recibir las fotos de la boda de su hija, a la que ni siquiera ha sido invitado. Cuando ya está decidido a suicidarse, sufre un gravísimo accidente de coche que lo coloca al borde de la muerte. Ahí, en la frontera entre la vida y el más allá, es donde se reencontrará con su madre fallecida hace ya años. Juntos pasan un día, viajarán al pasado y Chick conocerá la verdadera historia de su familia y los muchos sacrificios que su madre tuvo que hacer para sacar adelante a sus hijos. Por fin, Chick tiene la oportunidad de comprender muchas cosas de su vida.

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Índice

«Deja que lo adivine. Quieres saber por qué intenté suicidarme.»

Las primeras palabras que me dirigió
Chick Benetto

É sta es una historia sobre una familia y, como hay un fantasma de por medio, podría decirse que es una historia de fantasmas. No obstante, todas las familias tienen una historia de fantasmas. Los muertos se sientan a nuestra mesa mucho después de haberse ido.

E n este caso se trata de la historia de Charles Chick Benetto. Él no era el fantasma. Él era muy real. Lo encontré un sábado por la mañana, en las tribunas descubiertas de un campo de la liga de béisbol infantil, vestido con una cazadora azul marino y mascando chicle de menta. Quizá lo recordéis de su época de jugador. He dedicado parte de mi carrera a escribir sobre deportes, por lo que el nombre me resultaba familiar en varios sentidos.

Visto en retrospectiva, fue cosa del destino que lo encontrara. Yo había ido a Pepperville Beach para echarle un vistazo a una pequeña casa que había pertenecido a nuestra familia durante años. De camino al aeropuerto, me detuve a tomar un café. Al otro lado de la calle había un campo donde unos niños vestidos con camisetas de color púrpura practicaban lanzamientos y golpes con el bate. Como iba con tiempo, me acerqué paseando hasta allí.

De pie en la barrera, con los dedos enganchados en la valla de tela metálica, vi a un anciano que manejaba un cortacésped por la hierba del campo. Tenía la tez bronceada y arrugada y llevaba medio cigarro en la boca. Al verme, paró la cortadora de césped y me preguntó si mi hijo estaba ahí. Le dije que no. Quiso saber qué estaba haciendo allí. Le hablé de la casa. Me preguntó cómo me ganaba la vida y cometí el error de explicarle eso también.

–De modo que escribe, ¿eh? –dijo mascando su cigarro. Señaló a una figura sentada sola en las gradas, de espaldas a nosotros–. Debería hablar con ese tipo. Él sí que tiene una historia.

Oía lo mismo continuamente.

–¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

–Fue jugador de béisbol profesional.

–Mmm.

–Creo que jugó en la Serie Mundial.

–¡Um!

–E intentó suicidarse.

–¿Cómo dice?

–Sí –respondió el hombre con un resoplido–. Por lo que he oído tiene mucha suerte de estar vivo. Se llama Chick Benetto. Su madre vivía por aquí. Posey Benetto –se rió–. Era una mujer fantástica.

Tiró el cigarro al suelo y lo pisó.

–Acérquese y pregúnteselo si no me cree.

Volvió con su cortacésped. Retiré las manos de la valla y vi que se me habían manchado los dedos de óxido.

Todas las familias tienen una historia de fantasmas.

Me acerqué a la tribuna.

L o que he escrito aquí es lo que Charles Chick Benetto me contó durante la conversación que mantuvimos aquella mañana –y que se prolongó otras veces– así como las notas personales y páginas de su diario que encontré después, por mi cuenta. Lo he recopilado en el siguiente relato, narrado con su propia voz, pues dudo que creyeras la historia si no la contara él mismo.

Podría ser que no la creas de todos modos.

No obstante, hazte la siguiente pregunta: ¿alguna vez has perdido a alguien a quien querías y has deseado mantener una conversación más, tener otra oportunidad para compensar aquel tiempo en el que pensabas que aquella persona iba a estar siempre ahí? Si la respuesta es sí, sabes que puedes pasarte la vida acumulando días y ninguno de ellos compensará aquél que desearías recuperar.

Pero, ¿y si lo recuperaras?

Mayo de 2006

I
Medianoche
La historia de Chick D eja que lo adivine Quieres saber por qué intenté - photo 3
La historia de Chick

D eja que lo adivine. Quieres saber por qué intenté suicidarme.

Quieres saber cómo sobreviví, por qué desaparecí, dónde he estado todo este tiempo, pero, ante todo, por qué intenté suicidarme, ¿me equivoco?

No pasa nada. Es lo que suele hacer la gente. Se comparan conmigo. Es como si hubiera una línea trazada en algún lugar del mundo; si no la cruzas, nunca piensas en arrojarte desde lo alto de un edificio o tragarte un frasco de pastillas…; pero, si la cruzas, es posible que lo hagas. La gente se imagina que yo crucé la línea. Se preguntan: «¿Podría llegar a estar tan cerca como él lo estuvo?»

Lo cierto es que no hay ninguna línea. Sólo está tu vida, la manera en que la destrozas y quién está allí para salvarte.

O quién no está.

A l volver la vista atrás, empecé a desmoronarme el día en el que murió mi madre, hará cosa de unos diez años. Yo no estaba allí cuando ocurrió y debería haber estado. De modo que mentí. No fue una buena idea. Un funeral no es un buen lugar para los secretos. Me quedé de pie junto a su tumba intentando creer que no era culpa mía, entonces mi hija de catorce años me tomó de la mano y me susurró: «Lamento que no tuvieras oportunidad de despedirte, papá», y ya está, perdí el control. Caí de rodillas, llorando, y la hierba mojada me manchó los pantalones.

Después del funeral me emborraché hasta tal punto que me desmayé en el sofá. Y algo cambió. Tu vida puede torcerse en un solo día, y aquél pareció torcer la mía inexorablemente y en picado. Cuando era niño mi madre siempre estaba encima de mí con sus consejos, críticas y toda esa asfixiante actitud maternal. En ocasiones deseaba que me dejara en paz.

Acabó haciéndolo. Murió. No hubo más visitas ni más llamadas telefónicas. Sin darme cuenta empecé a ir a la deriva, como si me hubieran arrancado de las raíces, como si bajara flotando por el ramal de un río. Las madres sustentan ciertas ilusiones sobre sus hijos, y una de mis ilusiones era que me gustaba ser quien era, porque a ella le gustaba. Cuando murió, esa idea desapareció con ella.

Lo cierto es que no me gustaba en absoluto quien era. Yo me seguía viendo como un joven y prometedor atleta. Sin embargo, ya no era joven y ya no era un atleta. Era un vendedor de mediana edad. Mi época de promesa había pasado hacía mucho tiempo.

Un año después de la muerte de mi madre cometí la mayor estupidez de mi vida, económicamente hablando. Dejé que una vendedora me convenciera para contratar un plan de inversión. Era una mujer joven y atractiva, una de esas mujeres dinámicas y seguras de sí mismas, de las que llevan dos botones desabrochados y que provocan cierta amargura en los hombres mayores que ellas, a menos, claro está, que entablen conversación. Entonces los hombres se vuelven idiotas. Nos reunimos en tres ocasiones para discutir la propuesta: dos en su despacho y una en un restaurante griego; no fue nada indecoroso, pero, cuando su perfume empezó a disiparse en mi cabeza, yo había depositado casi todos mis ahorros en un fondo de inversiones que ahora no tiene ningún valor. A la mujer la «trasladaron» enseguida a la costa oeste. Tuve que explicarle a mi esposa, Catherine, adónde había ido a parar el dinero.

Empecé a beber más después de aquello –en mi época, los jugadores de béisbol siempre bebían–, y se convirtió en un problema que, con el tiempo, hizo que me despidieran de dos empleos como vendedor. Y el hecho de que me despidieran me hizo seguir bebiendo. Dormía mal. Comía mal. Tenía la sensación de que envejecía por momentos. Cuando encontraba trabajo me escondía enjuagues bucales y gotas para los ojos en los bolsillos y corría al baño antes de reunirme con los clientes. El dinero se convirtió en un problema por el que Catherine y yo nos peleábamos constantemente y, con el tiempo, nuestro matrimonio se vino abajo. Ella se cansó de mi amargura y no puedo decir que la culpe por ello. Cuando eres malo contigo mismo te vuelves malo con todos los demás, incluso con aquellos a los que amas. Una noche me encontró sin conocimiento en el suelo del sótano con un corte en el labio y un guante de béisbol sujeto contra el pecho.

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