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Mitch Albom - Martes Con Mi Viejo Profesor: Un Testimonio Sobre La Vida, La Amistad Y El Amor

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Mitch Albom Martes Con Mi Viejo Profesor: Un Testimonio Sobre La Vida, La Amistad Y El Amor
  • Libro:
    Martes Con Mi Viejo Profesor: Un Testimonio Sobre La Vida, La Amistad Y El Amor
  • Autor:
  • Editor:
    Maeva Ediciones
  • Genre:
  • Año:
    2011
  • Índice:
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Martes Con Mi Viejo Profesor: Un Testimonio Sobre La Vida, La Amistad Y El Amor: resumen, descripción y anotación

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Un libro sencillo e intenso que encierra profundas verdades. Conversaciones entre Mitch y su antiguo profesor de la universidad todos los martes. Una historia real para un libro de culto. El libro que ha cambiado la vida a millones de personas.

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MORRIE SCHWARTZ El viejo Profesor El Profesor Morrie Schwartz murió de ELA - photo 3

MORRIE SCHWARTZ

El viejo Profesor

El Profesor Morrie Schwartz murió de ELA. En España se diagnostican 900 casos cada año y se estima que 4.000 españoles padecen Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA).

La Asociación Española de ELA (ADELA) es la única organización nacional dedicada exclusivamente a la lucha contra esta enfermedad y a mejorar la calidad de vida de sus afectados.

Cualquier información al respecto puede solicitarla a ADELA, en www.adelaweb.com Tel. 91 311 35 30.

ESTE LIBRO ESTÁ DEDICADO

A PETER, MI HERMANO,

LA PERSONA MÁS VALIENTE QUE CONOZCO.

Agradecimientos

Q uiero agradecer la enorme ayuda que he recibido para crear este libro. Deseo dar las gracias por sus recuerdos, por su paciencia y por su orientación, a Charlotte, Rob y Jonathan Schwartz, a Maurie Stein, a Charlie Derber, a Gordie Fellman, a David Schwartz, al rabino Al Axelrad y a la multitud de amigos y compañeros de Morrie. Quiero expresar también mi agradecimiento especial a Bill Thomas, mi editor, por haber llevado este proyecto con el toque preciso. Y, como siempre, mi aprecio a David Black, que suele tener más fe en mí que yo mismo.

Y gracias, sobre todo, a Morrie, por haber estado dispuesto a elaborar juntos esta última tesina. ¿Tuviste tú alguna vez un maestro así?

Nuevas reflexiones
de Mitch Albom

E stimado lector:

Han pasado diez años desde la publicación de este libro y en ocasión de este aniversario me han pedido que añada unas cuantas reflexiones, lo cual no es tarea fácil. Este libro cambió mi vida y, si he de creer lo que dicen los lectores de todo el mundo, también cambió la vida de otros. ¿Por dónde empiezo?

Quizá por un episodio que no incluí en el manuscrito original. Quería hacerlo, pero, no sé por qué, lo omití. Así pues, tras todos estos años, aquí está:

La primera vez que telefoneé a Morrie Schwartz, mi viejo profesor, quien en aquellos momentos se hallaba en las terribles garras de la ELA, me pareció que tenía que volver a presentarme. Al fin y al cabo habían pasado dieciséis años desde la última vez que hablamos. ¿Recordaría siquiera mi nombre? En la universidad solía llamar «Entrenador» a Morrie. ¿Quién sabe por qué? Por la cosa deportiva, supongo, incluso entonces. Hola, Entrenador. ¿Cómo te va, Entrenador?

La cuestión es que aquel día, por teléfono, cuando le oí contestar: «¿Diga?», tragué saliva y respondí: «Morrie, me llamo Mitch Albom. Fui alumno tuyo en los años setenta. No sé si te acordarás de mí».

Y lo primero que me dijo fue:

–¿Cómo es que no me has llamado Entrenador?

Con esta frase empezó mi viaje.

Un viaje que me condujo por aquella llamada telefónica, por mi primera visita cargada de culpabilidad a West Newton, por todas las visitas de los martes que siguieron, por el lento y agónico deterioro de Morrie y su muerte serena y digna. Me condujo por su funeral, por mi duelo particular, por los días que pasé en el sótano de mi casa escribiendo las páginas que tenéis delante, por la primera pequeña tirada de este libro y por las inesperadas 200 ediciones que han venido después. Me condujo por este país y por muchos otros, me llevó a ver que este libro se enseñaba en escuelas y se leía en bodas y funerales. Me condujo por miles y miles de cartas y correos electrónicos, de comentarios y abrazos emotivos de desconocidos, todos los cuales podrían resumirse de la misma manera: tu historia nos conmovió.

Pero no era mi historia.

Era la historia de Morrie. Era la invitación de Morrie, la última clase de Morrie. El invitado era yo.

¿Cómo es que no me has llamado Entrenador?

Me había olvidado. Él lo recordaba.

Y en ello radicaba la diferencia entre nosotros.

Morrie me ha cambiado en este sentido. Ahora lo recuerdo todo. ¿Cómo podría no hacerlo? Todos los días sin excepción me preguntan por mi viejo profesor y con frecuencia bromeo diciendo que este libro es su venganza por haberle ignorado durante todos esos años. Ahora soy su eterno alumno licenciado que regresa cada otoño, cada primavera y cada verano para dar la misma clase una y otra vez. Eso está bien. Siempre me pareció que Morrie tenía algo que enseñar. Me lo pareció hace treinta años, cuando llevaba patillas y jerséis amarillos de cuello alto y gesticulaba desaforadamente con las manos delante de sus alumnos, y me lo pareció años después, tras la horrible enfermedad que lo dejó confinado a un sillón de su casa, frágil e inmóvil, con tan sólo un susurro por voz y con el cuerpo tan débil que tenía que volverle la cabeza para que pudiera verme.

Entonces, al igual que antes, era un hombre sensato y cariñoso. Y demostró ser un profesor hasta el final, tal y como él había esperado.

Como prueba de ello, cuando empecé a pensar en este epílogo, volví a revisar las notas de las conversaciones que mantuvimos. Había transcrito todas las cintas y las había organizado por temas. Mientras vagaba por ellas, al volver a oír la voz de Morrie me pregunté si por casualidad no me toparía con alguna cosa que me hiciera pensar en algo nuevo, algo que pudiera compartir aquí y que tuviera cierto frescor después de todo lo ocurrido.

Y me topé con el siguiente tema: «La vida después de la muerte».

El propio Morrie había reconocido haber sido agnóstico durante muchos años. Después de que le diagnosticaran ELA, no obstante, empezó a explorar. A reconsiderar. Ahondó en las enseñanzas religiosas. Según mis notas, hablamos del tema un martes del mes de agosto de 1995. Morrie me contó que antes creía que la muerte era fría y definitiva. «Vas a parar a la tierra y ya está.»

Ahora, en cambio, pensaba otra cosa.

«¿Cuál es el concepto que tienes ahora?», le pregunté.

«Todavía no me he decidido por uno…», respondió, sincero como siempre. «Sin embargo, el universo es demasiado armonioso, magnífico y abrumador para pensar que sólo es una casualidad.»

¡Qué expresión para un antiguo agnóstico! Un universo demasiado armonioso, magnífico y abrumador para pensar que sólo es una casualidad. Recordad que esto fue cuando el cuerpo de Morrie era como una cáscara vacía, cuando necesitaba que lo lavaran y lo arreglaran, cuando necesitaba que le sonaran la nariz y le limpiaran el trasero. ¿Armonioso? ¿Magnífico? Si él era capaz de descubrir la majestuosidad del mundo desde una postura tan difícil y deteriorada, ¿cuánto más arduo podría resultarnos al resto de nosotros?

La gente me pregunta con frecuencia qué es lo que echo de menos de Morrie. Echo de menos su fe en la humanidad. Echo de menos los ojos que pueden ver la vida de un modo tan alentador. Y echo de menos su risa. En serio. El mismo día que Morrie habló de la vida después de la muerte compartió su deseo de reencarnarse diciendo que, si pudiera regresar como cualquier cosa, le gustaría ser una gacela. Al releer las transcripciones, me di cuenta de que había hecho una broma después de que él dijera eso.

–La buena noticia es que te habrías reencarnado –dije–, la mala es que estarías en algún lugar del desierto.

–Tienes razón –repuso él, y soltó una carcajada.

Nos reíamos mucho de esta manera. Quizá cueste creerlo, dado que la muerte rondaba a la vuelta de la esquina, pero nos reíamos. Nadie podía sacarle tanto jugo a un chiste malo. Creedme, había días que sólo tenía que contar uno de esos chistes de «Toc, toc, ¿quién es?» para que él se desternillara.

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