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Oscar Lewis - Los hijos de Sánchez

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Oscar Lewis Los hijos de Sánchez

Los hijos de Sánchez: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Marta

En casa de Crispín quien mandaba era mi suegra. Sus hijos a mi suegro no lo tomaban en cuenta. Crispín era muy lépero con su papá y se ponía al tú por tú con él. Un día regañó a su papá porque llegó borracho; allí el papá la hacía de hijo y el hijo de papá.

Mi suegra consentía a Crispín, que era el más chico. Él es de esos hombres muy alegadores, que no quieren quedarse atrás en una charla. Era muy peleonero con su hermano mayor, Ángel, y cuando interviene su mamá hasta con ella es muy lépero.

Este hermano de Crispín está casado por la Iglesia y por lo civil con una mujer llamada Natalia, y no respetan eso. Han estado juntándose y separándose y me admira que siendo tan católicos traigan a la Cruz rodando de aquí para allá. Ángel se fue a trabajar a Acapulco y allá se la llevó a vivir.

Él se iba a trabajar y ella se quedaba sola en la casa. Un día regresó del taller temprano, abrió la puerta, y la encontró en el propio lecho desvestida con otro hombre, un frutero. Ángel se peleó con él, a ella la golpeó; se lo llevaron a la cárcel, donde estuvo dos o tres días. Luego se vino a México y se la trajo.

Mi suegra decía que a una mujer así no la debería tener a su lado, pero él trató de vengarse. Yo oía en las noches que ella lloraba y le decía que la dejara ir a su casa, y luego la cachetada o el manazo. Así fue como quince días, noche tras noche. Crispín también es muy admirado: que vea que una mujer traiciona a un hombre y la quiere borrar del mapa. Y así pasó esa vez. Durante el día Ángel dio la orden de que Natalia no saliera a ningún lado sola, que hasta al baño fueran con ella. Para ir a ver a su mamá también la acompañaban. Tenía su casa por prisión. Yo le pregunté a Natalia que por qué no se iba a su casa de una vez si le pegaba tanto y ella me dijo que él la amenazó con que si se iba le quitaba a su hijo; era el único que tenían. Ahora siguen juntos y ya tienen dos hijos más.

Otro hermano de Crispín, llamado Valentín, también tenía dificultades con su esposa. Cuando vino a México de Puebla ha de haber tenido unos dieciséis años y ya venía casado con una señora mucho mayor que él. Aunque también son casados por la Iglesia y por lo civil y tienen dos hijos, no respetan eso. En cuanto llegó a México empezó ella a tener tratos con otro hombre. Ella se fue con ese señor y dejó a sus hijos con Valentín, lo que es raro, porque lo que se acostumbra por aquí es que las mujeres se vayan y les dejen los hijos a los padres. Valentín se los llevó después a la suegra y no le quedó más remedio que arreglar el divorcio.

Yo vi que desde un principio no le caí yo bien a la familia de Crispín. Yo no sabía hacer nada, lo reconozco. A su mamá le ayudaba muy poco. A ella le gustaba tener su casa muy limpia, tenía una limpieza exagerada; cada ocho días cambiaba de ropa de cama. Se me hacía muy difícil atenderlo porque él era muy delicado para su ropa y para la comida.

Cuando le lavé el primer pantalón se me ampollaron mis manos así es que mi suegra me ayudó a acabarlo de lavar. Yo trataba de hacer las cosas bien, pero nunca lo tenía contento. No sabía planchar ni lavar bien, y cuando me dieron sus camisas, por mucho que quería yo esmerarme nunca iban a quedar como lo hacía su mamá. En eso le concedo razón a mi suegra, pero no es cierto que siempre andaba yo en la calle.

Crispín quería seguir viviendo con su mamá pero yo no estaba ya conforme con esa vida. Como a los quince días me puso mi primera casa sola. Teníamos una pieza chica y su cocina en una vecindad pequeña, como de quince viviendas. Crispín compró una cama y mi suegra nos dio una mesa, dos sillas, cazuelas y ollas.

En un principio me gustó. Reconozco que fue una vida muy desordenada. Yo comprendo que fui un fracaso rotundo, no servía para ama de casa todavía. Tenía la casa lo mejor que podía, no estaba perfecta, pero pues por lo menos no estaba muy sucia.

Su pleito de Crispín era porque tardé nueve meses en embarazarme. Cuando me paraba para ir al excusado él me seguía para ver qué estaba haciendo, porque pensaba que me hacía lavados. Luego me llevó con una doctora pues creía que me había hecho algo para no tener hijos. Pero al mes siguiente salí enferma de Concepción.

Los tres primeros meses del embarazo tenía asco, tenía vómitos. Me sentía molesta: el pecho, el vientre, el movimiento de la criatura adentro, pos no está uno acostumbrada a traerla. Yo creí que a Crispín le iba a dar gusto que yo estuviera embarazada, pero fue entonces como me mostró de plano cómo era él. ¿Sabe qué clase de hombre resultó ser? Uno que quiso tener hijos, y quiso tener mujer, pero cuando los tuvo ya no los quiso, era muy desobligado. Cuando estuve mala empezó a andar con otras mujeres, y después supe que tenía un hijo con otra.

Ya con marido desconfía uno de las amigas —porque he visto muchas cosas— y yo tenía el presentimiento. Yo veía que platicaban mucho Irela y Ema con mi marido de sus problemas y Crispín les daba consejos. Yo esperaba que Ema me hiciera la peor canallada. Y me salió chueco el tiro, fue Irela.

Siendo una amiga tan íntima y si tenía ella marido, yo no lo esperaba, pero se metió con él. Crispín ha sido muy mujeriego, tiene una moral muy baja. Yo me imagino que él se encontró a Irela; se le hizo fácil decirle vamos a tomar una nieve, y ella pues fue. En otra ocasión la invitó al cine y después la llevaba a la feria. Mientras yo estaba con mi suegra, encerrada y mal vista, mientras, él gozaba. Yo vi que empezó a cambiar antes de saber lo de Irela. Yo empecé a notar porque uno de mujer tiene otro sentido; yo sabía cuándo andaba de mujeriego; haga de cuenta que me decía lo que hacía. Se arreglaba. Y me preguntaba si tenía camisa limpia, si me había podido ocupar en tener una camisa limpia, y me lo decía delante de la madre. Yo procuraba tenerle una lista. Y nada más se quitaba la que traía y yo se la lavaba inmediatamente.

Cuando se salía a mí no me decía nada. En cambio a la madre le decía:

—Ahora vengo, mamacita.

En las noches cierran el zaguán y cada vecino tiene su llave; llegaba a las doce de la noche, y no usaba su llave, yo tenía que abrirle. Yo creo que me tomó odio. Se enojaba y decía que yo nunca lo podía servir, que sólo sus padres. No tomado, no, porque no toma, pero como si hubiera estado borracho, por insignificancias. Nunca lo tenía contento.

Crispín me prohibió que fuera a la casa, pero yo me muero si no veo a mi papá, así es que yo iba a escondidas casi diario. A mi marido tampoco le parecía que mi papá me ayudara con dinero y comida. Crispín me daba veinticinco pesos a la semana y para una mujer que empieza a hacerse cargo de una casa no le alcanza para nada, porque no sabía ni dónde comprar, ni nada. Y mi papá me daba que los treinta, que los quince pesos en efectivo, y me mandaba azúcar, leche, pan y otras cosas. Pero a Crispín no le importaba si había, o no, todo lo que quería era alejarme completamente de mi familia.

Una vez que vine de visita a la casa, Antonia me empezó a poner al tanto de que Crispín andaba con Irela. Y yo todavía no quería dar crédito, pero un día que yo iba a comprar petróleo los sorprendí.

Venía de casa de mi suegra por el callejón, yo iba pasando cuando vi que él le hizo señas a Irela de que a qué horas se veían. Ella vio que me di cuenta y se puso colorada. Yo no dije ni una palabra. Al día siguiente él vino para llevarme al cine.

Regresábamos y Ema e Irela estaban juntas, nos vieron y se rieron. Crispín dijo:

—¿Se ríen de ti, o contigo? —¡Tan cínico!

A mí me dio coraje y dije entre mí: «¡Ahora me agarro a esta canija!».

Cuando fui por pan me la encontré en el zaguán de Bella Vista. Le dije:

—Oye, Irela, ¿qué tanto lío te traes con Crispín?

Otra se hubiera quedado callada, o me habría dicho: «tú piensas mal». Pero ella se denunció luego luego, y me dijo, muy nerviosa:

—Crispín tiene la culpa. A fuerza quería que fuera yo con él al cine. No había más remedio que ir, no nos fuera a caer mi marido.

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