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Edwin Winkels - El último vuelo

Aquí puedes leer online Edwin Winkels - El último vuelo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: ePubLibre, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Edwin Winkels El último vuelo

El último vuelo: resumen, descripción y anotación

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El último vuelo — leer online gratis el libro completo

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Cuatro de diciembre de 1958 La joven azafata Maribel Sastre pierde la vida - photo 1

Cuatro de diciembre de 1958. La joven azafata Maribel Sastre pierde la vida cuando, en medio de una fuerte tormenta, su avión se estrella contra el macizo de la Mujer Muerta, en la sierra de Segovia. El último vuelo recuerda las historias de esta joven barcelonesa, el piloto y varios de los pasajeros, recuperando los aspectos humanos de una gran catástrofe aérea que conmovió a la sociedad de la época en los primeros tiempos de la aviación comercial.

Siguiendo la tendencia del New Journalism corriente actual inspirada por Truman Capote y su A sangre fría, el escritor y periodista Edwin Winkels reconstruye los hechos en forma de novela. El resultado es al mismo tiempo un ejercicio del mejor reporterismo y una historia apasionante que conmueve al lector.

Edwin Winkels El último vuelo Novela basada en hechos reales ePub r11 - photo 2

Edwin Winkels

El último vuelo

Novela basada en hechos reales

ePub r1.1

Titivillus 31.10.17

Título original: El último vuelo

Edwin Winkels, Enero de 2016

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

Gracias a xavier11, por suministrarme el material necesario para la realización de este Epub

ePub base r1.2

Para ti estés donde estés EDWIN WINKELS Utrecht 1962 Periodista y - photo 3

Para ti, estés donde estés

EDWIN WINKELS Utrecht 1962 Periodista y escritor neerlandés que vive en - photo 4

EDWIN WINKELS (Utrecht, 1962). Periodista y escritor neerlandés que vive en Barcelona. Comenzó la carrera de periodista a la edad de 20 años, cuando trabajó en el diario NRC Handelsblad. Cuando obtuvo el diploma de la Escuela de Periodismo, comenzó a trabajar en 1984 como periodista de deportes Het Vrije Volk a Rotterdam. En 1988 emigró a España. Desde 1991 hasta 2012 fue redactor de El Periódico de Cataluña, en un principio a la redacción de deportes y desde 2000 como reportero de información general y de investigación. Winkels también es corresponsal en España por el diario neerlandés Algemeen Dagblad y las redacciones de deportes de la NOS. Antes fue corresponsal para De Volkskrant. Winkels escribe para diversas publicaciones neerlandeses, como la revista literaria de fútbol Hard Gras y de ciclismo De Muur. Además, ha publicado algunos libros en neerlandés y en castellano.

El viaje definitivo

El viaje definitivo

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros

cantando;

y se quedará mi huerto, con su verde árbol,

y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;

y tocarán, como esta tarde están tocando,

las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol

verde, sin pozo blanco,

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, 1905

Casi todos los personajes importantes de esta novela han existido o aún viven - photo 5

Casi todos los personajes importantes de esta novela han existido o aún viven. Los nombres son sus nombres verdaderos. Los hechos acontecieron, en su mayor parte, como se describen aquí. Los diálogos, sentimientos y pensamientos de los personajes, aunque basados en conversaciones con familiares y otros implicados, así como en fuentes escritas, son responsabilidad del autor.

PRÓLOGO

L as mujeres lloraban La nieve sofocaba sus sollozos mientras agarraban a - photo 6

L as mujeres lloraban. La nieve sofocaba sus sollozos mientras agarraban a Luciano Otero del brazo. Él las miraba a los ojos, ocho pares de ojos que parecían no ver nada. Detrás de él bufaba su caballo, expulsando nubes de vapor en la oscuridad. A las mujeres les temblaban los labios. Hacía dos grados bajo cero en la madrugada a los pies de la montaña.

Nadie había dormido. Los familiares, que habían pernoctado junto a la chimenea de leña en el salón del albergue en la carretera a Segovia, se tambaleaban en el filo de la desesperanza y el agotamiento. Otros acababan de llegar, desde Madrid u otros lugares cercanos, donde equipos de salvamento habían centrado la búsqueda el día anterior. La noche había sido demasiada larga. Por la tarde las montañas se habían recogido en su soledad indomable sin desvelar su secreto. Las vacas llevaban una semana en los establos, los conejos se habían refugiado, los pájaros habían desaparecido. Ningún caminante se habría atrevido ese fin de semana a estar ahí arriba por placer.

Luciano Otero estaba seguro de que el avión tenía que estar ahí. Toda la gente del pueblo estaba convencida. Algunos oyeron el aparato la noche del jueves. Volaba bajo, desde el noroeste, sobre la grandiosa llanura hacia la montaña. El terreno ascendía rápidamente, las praderas se convertían en bosques y, más arriba, hasta los dos mil metros de altitud, solo se extendía una salvaje ladera de piedras. Algunos lugareños habían oído un estallido; pensaron que era la tormenta. Esa noche tronaba, hubo relámpagos, pocos se atrevieron a salir de sus casas. Pero la hora que ponía en el periódico —el último contacto con el avión de Vigo se produjo hacia las seis y cuarto— coincidía con el momento del misterioso trueno en la montaña.

Aun así, las autoridades empezaron la búsqueda el viernes, un día después de la desaparición, en otro paraje, más al sur y más al oeste de la sierra de Guadarrama, la cordillera que se prolonga como un resguardo natural —antes contra los bárbaros, ahora solo contra los vientos del norte— a lo largo de setenta kilómetros al norte de Madrid. Cientos de agentes, guardias y ciudadanos subieron al monte Abantos, ya cubierto de nieve, o buscaron en los bosques empapados del valle de Cuelgamuros, donde apenas unos meses antes Franco había enterrado en una cueva gigantesca sus primeros muertos de la Guerra Civil. La pomposa cruz, que se erigía hasta alcanzar los ciento cincuenta metros de altura, se distinguía a decenas de kilómetros de distancia.

El tiempo transcurría, ahogando la esperanza como un garrote que se apretaba lentamente. El terreno era inabarcable y a veces totalmente inaccesible. Las montañas admitían intrusos en primavera, durante el verano y en otoño si este era plácido, pero no en los primeros días oscuros de tormenta y frío.

Esa mañana del sábado se ampliaba la búsqueda. Más provincias y montañas, cientos de kilómetros cuadrados. Más gente. Militares también. Agentes de la Guardia Civil. Voluntarios. Luciano Otero sabía que buscar en otras partes de la sierra no tenía sentido. El avión se hallaba en su montaña, arriba, en la falda de la Mujer Muerta. Los familiares de los tripulantes y pasajeros desaparecidos, empujados por la desesperación después de esperar noticias durante dos días, querían acompañarle, aunque sabían que el camino era tortuoso y el desenlace imprevisible.

Luciano se enteró de la noticia el jueves en el polvorín de Retamares. Ahí cumplía su servicio militar como radiotelegrafista y ahí oyó el llamamiento desde Barajas, el aeropuerto donde el aparato debía haber aterrizado sobre las 18.30 horas. Se pidió a todo el personal que estuviese atento al Aviaco EC-ANR, que había despegado a las 16.40 horas del aeropuerto Peinador de Vigo con dieciséis pasajeros y cinco tripulantes a bordo. A la mañana siguiente, Luciano llamó a casa. Sí, dijo su hermano, un vecino del pueblo no solo había oído un estallido, sino que había visto una bola de fuego cerca de la cima del pico Pasapán, pero había creído que era el impacto de un rayo. Aquella noche, en el pueblo las radios no funcionaban por culpa del mal tiempo, y no fue hasta esa mañana del viernes cuando los habitantes de Ortigosa del Monte se percataron de que había desaparecido un avión.

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