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Federico Lara Peinado - Las siete maravillas

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Federico Lara Peinado Las siete maravillas

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La construcción de la Gran PirámideP RIMERAMENTE cerró todos los santuarios, impidiéndoles ofrecer sacrificios, y, luego, ordenó a todos los egipcios que trabajasen para él. En este sentido, a unos se les encomendó la tarea de arrastrar bloques de piedra, desde las canteras existentes en la cordillera arábiga, hasta el Nito y a otros les ordenó hacerse cargo de los bosques una vez transportados en embarcaciones a la otra orilla del río, y arrastrarlos hasta la cordillera llamada líbica. Trabajaban permanentemente en tumos de cien mil hombres, a razón de tres meses cada tumo. Asimismo, el pueblo estuvo, por espacio de diez años, penosamente empeñado en la construcción de la calzada por la que arrastraban los, bloques de piedra, una obra que, en mi opinión, no es muy inferior a la pirámide; su longitud, en efecto, es de cinco estadios; su anchura de diez brazas y su altura, por donde la calzada alcanza su mayor elevación, de ocho brazas; además, está compuesta de bloques de piedra pulimentada que tienen figuras esculpidas. Diez fueron, como digo, los años que se emplearon en la construcción de esa calzada y de las cámaras subterráneas de la colina sobre la que se alzan las pirámides, cámaras que, para que le sirvieran de sepultura, Quéops se hizo construir —conduciendo hasta allí un canal con agua procedente del Nilo— en una isla. Por su parte, en la construcción de la pirámide propiamente dicha se emplearon veinte años. Cada uno de sus lados —es cuadrada— tiene una longitud uniforme de ocho pletros y otro tanto de altura; está hecha de bloques de piedra pulimentada, y perfectamente ensamblada, ninguno de los cuales tiene menos de treinta pies. (HERODOTO, «Historia», Lib. II, Madrid, 1977. Traducción de C. Schrader).

Técnicas de construcciónE STA pirámide se construyó sobre la colina en una sucesión de gradas, que algunos denominan repisas y otros altarcillos; después de darle esta primera estructura, fueron izando los restantes sillares mediante máquinas formadas por maderos cortos, subiéndolos desde el suelo hasta la primera hilada de gradas; y, una vez izado el sillar al primer rellano, lo colocaban en otra máquina allí instalada y, desde la primera hilada, lo subían a la segunda y lo colocaban en otra máquina; pues el caso es que había tantas máquinas como hiladas de gradas, a no ser que trasladasen la misma máquina —que, en este caso, sería una sola y fácilmente transportable— a cada hilada una vez descargado el sillar; pues, tal y como se cuenta, debemos indicar la operación en sus dos posibilidades. Sea como fuere, lo primero que se terminó fue la zona superior de la pirámide, luego ultimaron las partes inmediatamente inferiores y, finalmente, remataron las contiguas al suelo, es decir, las más bajas. (HEROTODO, Historia, Lib. II. Madrid, 1977. Traducción de C. Schrader).

Descripción fantástica de las pirámidesC ONSTRUIR las pirámides de Menfis, imposible. Su descripción difícil de creer. La edificación está hecha de montes puestos sobre montes. Por el tamaño de los sillares, cuesta imaginarse cómo los subieron. Todo el mundo se pasma al pensar qué fuerzas pudieron levantar semejantes moles. Debajo está la base cuadrangular. Las piedras hundidas en tierra forman cimientos de una profundidad igual a la altura que sobre el suelo tiene cada construcción. Gradualmente, el conjunto se va estrechando como una escuadra hasta culminar la pirámide. La altura son trescientos pies, el perímetro seis estadios. La superficie es tan continua y pulida que toda la construcción parece ser una sola roca. Pero están superpuestas piedras de distintas clases y diversos colores. Parte es de mármol blanco, parte de piedra negra de Etiopía, después viene la llamada hematites y luego una piedra veteada, de un verde traslúcido, traída de Arabia, según dicen. Los colores de algunas, que por naturaleza tienen destellos oscuros, lucen como el vidrio. Detrás de ellas otras amarillean como membrillos. Otras son de color púrpura y semejan teñidas con cochinillas de mar. A lo pasmoso se une lo agradable, a lo asombroso lo exquisito, a la riqueza la magnificencia. La ascensión hasta arriba cansa como un largo camino. Y si uno se pone en pie en la cúspide, se le nublan los ojos al mirar hacia abajo. (FILON DE BIZANCIO, «Tratado de las Siete Maravillas». Traducción de E. Rodríguez Paniagua en A. Ramírez «Construcciones ilusorias», Madrid, 1983).

P OR cierto que, entre los numerosos reyes de la ciudad de Babilonia que sin duda ha habido —a ellos aludiré en mi historia sobre Asiria— y que adornaron sus murallas y santuarios, se cuentan, en concreto, dos mujeres. La que reinó en primer lugar, que vivió cinco generaciones antes que la segunda y cuyo nombre era Semíramis, mandó construir a lo largo de la llanura unos diques que merecen contemplarse, mientras que antes el río solía desbordarse por toda la llanura.

Por su parte, la reina que vivió con posterioridad a la susodicha, cuyo nombre era Nitocris y que fue más perspicaz que la que le había precedido en el trono, dejó unos monumentos que yo pasaré a describir con detalle. (HERODOTO, «Historia», Lib. I, Madrid, 1977. Traducción de C. Schrader).

Las reinas Semíramis y Nitocris

E N la ciudadela se veían los jardines colgantes, edificados no por Semíramis, sino, más tarde, por un rey de Siria, a fin de complacer a una de sus favoritas. Se cuenta que esta mujer, originaria de Persia, añorando las placenteras praderas que cubren las montañas de su patria, había inducido al rey a que se esforzase en imitar, mediante plantaciones sobre un terreno artificial, la naturaleza del suelo de Persia. Estos jardines, de forma cuadrada, tenían por cada lado cuatro pletros de largo, y se elevaban como una especie de montículo mediante una serie de terrazas puestas una sobre otra, presentando así el aspecto de un anfiteatro. Por debajo de cada terraza se habían situado unas bóvedas, que soportaban todo el peso de las plantaciones, excediendo cada una de estas bóvedas en la altura sobre la que la precedía. La más elevada de todas y sobre la que reposaba la planta de la última terraza, a nivel con la balaustrada, tenía 50 codos de altura. Los muros, en los que se aseguró su solidez gracias a los trabajos más costosos, tenían 22 pies de espesor y la base en que descansaban diez pies de anchura. La plataforma de las terrazas estaba formada por piedras talladas a manera de vigas, comprendiendo en ella su resalte, era de 16 pies por cuatro de anchura. La cubierta que reposaba sobre este techo de piedra, consistía en un lecho de cañas, mezclado con una gran cantidad de asfalto; sobre ella había una doble capa de ladrillos cimentados con yeso; y ésta, a su vez, estaba recubierta por una techumbre de láminas de plomo para impedir que la humedad penetrara en los cimientos. Sobre esta cubierta se había extendido la cantidad de tierra vegetal suficiente para alimentar las raíces de los árboles más grandes, y este suelo artificial, perfectamente preparado, estaba lleno de un infinito número de plantas, recogidas en todos los países. (DIODORO DE SICILIA, «Biblioteca Histórica», II, 10. «The Loeb Classical Library», Harvard, 1968).Descripción de los Jardines colgantes

La maravilla de BabiloniaE L llamado Jardín Colgante, al tener las plantas suspendidas, se cultiva en el aire, pues, con las raíces de los árboles en alto, cubre como un techo la tierra de labor. Debajo se alzan columnas de piedra y todo el espacio que hay en el suelo está ocupado por pilares. De vigas sirven palmeras separadas, pero que dejan entre sí un intervalo estrechísimo. Es éste el único tronco que no se pudre (…).
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