Federico Lara Peinado - Los arameos

Título original: Los arameos

Federico Lara Peinado, 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Entrega n.º 265 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a los arameos.

Federico Lara Peinado

Cuadernos Historia 16 - 265

ePub r1.0

Titivillus 24.09.2022

Federico Lara Peinado

Profesor titular de Historia Antigua. Universidad Complutense de Madrid

E L Próximo Oriente asiático, esto es, Mesopotamia, Siria, Palestina, Anatolia y Arabia, fue el escenario de la civilización de los pueblos semíticos, quienes junto a los sumerios iniciaron el decurso de la Historia.

El término semítico fue creado en 1781 por el filólogo alemán A. L. Schözer al aplicarlo a las lenguas denominadas en su época orientales por presentar una serie de características comunes, que serían acertadamente reunidas por C. Brockelmann en una célebre Gramática publicada a comienzos de este siglo. En la Biblia —aunque fueron excluidos algunos semitas (cananeos, fenicios, amorreos)— sirvió también para designar a los descendientes de Sem —de ahí semitas—, cuyos hijos, según recoge el Génesis en la llamada Tabla de las Naciones, (Gén. cap. 10) fueron Elam, Assur, Arfaxad, Lud, Aram y Cainan, de quienes se originarían algunos epónimos (elamitas, asirios, arameos).

La mayor parte de los especialistas (H. Winckler, E. Schrader, en nuestros días S. Moscati) aceptan un origen geográfico común para los pueblos semíticos, siendo Arabia la región natural desde donde habrían partido en sucesivas oleadas hacia áreas de cultura sedentaria, en las cuales se disfrutaban mejores condiciones de vida. Esta teoría del arabismo, a pesar de la serie de postulados discutibles en que se apoya, es la más sólida para determinar el origen común de los semitas y explica, satisfactoriamente, en parte, las oleadas migratorias que partiendo de los bordes del desierto arábigo llegaron al suroeste y sur de Asia, así como al este y norte de África. Tras una primera migración en el curso del cuarto milenio y que alcanzaría el golfo Pérsico y el sur de Mesopotamia, donde los semitas habrían colonizado el futuro país de Akkad, se produjo la de los amorreos y la de los cananeos, quienes en el tercer milenio aparecen en Siria y Canaán respectivamente y desde donde los primeros pasaron a Babilonia para fundar un floreciente Imperio y los segundos ocuparon las costas del Mediterráneo oriental. Entre el segundo y el primer milenio hallamos nomadeando por Siria y Mesopotamia del Norte a los arameos, capaces de fundar pequeños reinos en el alto Eufrates y Siria. Poco después aparecen los hebreos en Canaán, adonde habían arribado desde Mesopotamia, así como los fenicios que se situarían en la zona norte de Canaán y en las costas mediterráneas. Finalmente, la última gran migración semita, iniciada a partir del siglo VII de nuestra era, fue la de los árabes, quienes en sucesivas oleadas se desplazaron por el este y suroeste de Asia, el norte de África y el sur de Europa (España).

La teoría del origen árabe explicaría la unidad de lengua y, en buena parte, la de raza de los semitas, pero cuesta aceptar la existencia en Arabia, país desértico con excepción de algunas zonas costeras y oasis, de una población superabundante, capaz de motivar tantas oleadas migratorias. Asimismo, tampoco han aparecido restos arqueológicos o testimonios documentales de cierto interés que permitan demostrar la existencia de una antiquísima y rica civilización arábiga, motor de las sucesivas emigraciones.

En cualquier caso, los pueblos pastores del desierto arábigo, por una serie de necesidades económicas y tensiones internas repetidas varias veces, se vieron obligados a emigrar a nuevas tierras del Creciente Fértil en las que continuaron viviendo al principio como nómadas y seminómadas para acabar sedentarizándose, si bien manteniendo muchos de sus rasgos atávicos.

La invasión de los Pueblos del Mar, hecho ocurrido hacia el año 1200 a. C., provocó en todo el Próximo Oriente nuevas situaciones geopolíticas de largo alcance que modificaron sensiblemente el curso histórico de la zona. En este contexto de inestabilidad, agravado por una serie de epidemias y carestía de alimentos, aparecen con personalidad propia los arameos, los cuales aprovechando su propia explosión demográfica, la general decadencia de Palestina y Siria, y el agotamiento de los Imperios mesopotámicos (Asiria, Babilonia, Elam), enzarzados en luchas hegemónicas, fueron capaces de consolidar diferentes reinos en todo el Próximo Oriente y provocar serios problemas a las grandes potencias.

La presencia de estas gentes, cuya expansión constituyó, como ha señalado P. Garelli, el hecho más trascendental de la Historia del Próximo Oriente a partir del siglo XII a. C., sin embargo, no ha preocupado mucho a la historiografía de todas las épocas, postura que no cuadra con el hecho de que la lengua aramea logró imponerse a todas las habladas en su época, algunas tan importantes como el acadio, el hebreo o el persa.

Los arameos constituyeron, efectivamente, un elemento nuevo en la escena del Próximo Oriente, incardinados en las oleadas migratorias semíticas, situados cronológicamente entre los movimientos de los amorreos y los ya tardíos de los árabes, estableciendo así la continuidad migratoria desde los bordes del desierto a las tierras agrícolas. En realidad, los arameos deben ser estudiados en el contexto de un vasto movimiento de gentes semitas que les precedieron y que les sucedieron (cananeos, ahlamu, suteos, caldeos).

En primer lugar debemos citar a los cananeos, semitas establecidos en el segundo milenio en Siria y Palestina en donde crearon la cultura del Bronce I. El nombre de Canaán en cuanto país (mat Kinanim) aparece por primera vez en el siglo XV a. C. en la inscripción existente en la estatua del rey Idrimi de Alalakh; es nuevamente citado en las tablillas de tal ciudad, así como en las cartas de Tell el-Amarna y en variados textos de Egipto y de Ugarit. Sin embargo, es en la Biblia donde se cita con más frecuencia el país de Canaán, nombre bíblico de la tierra prometida conquistada por los israelitas, así como el adjetivo colectivo cananeos, para designar a los habitantes de la Cisjordania.

Dada la continuidad onomástica entre cananeos y arameos, su escasa diferenciación lingüística y la coincidencia del marco territorial hay que pensar lógicamente en la presencia de prearameos entre los cananeos o, si se quiere, en un parentesco entre ambas gentes.

Otro pueblo, antecedente del arameo, fue el de los ahlamu. Tal nombre, un plural equivalente a socios, compañeros, emparentado con el árabe ahlam, según unos, y sustantivo que designaría a una tribu concreta, según otros, designó en realidad a unos nómadas, enemigos de Asiria, entre los siglos XIV y XII a. C., dedicados fundamentalmente al pillaje. A tales gentes se las ve en compañía o no de arameos con quienes estaban emparentados —o como mínimo actuaban de acuerdo—, recorriendo tanto la periferia del Occidente de Mesopotamia (Siria, Malatia, orillas del Khabur) como el interior de aquel vasto territorio (Mari, Nippur, Dilmun), a veces como mercaderes, otras como mercenarios y las más como inmigrantes desempeñando diferentes oficios.