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Lara Maiklem - Mudlarking

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Lara Maiklem Mudlarking
  • Libro:
    Mudlarking
  • Autor:
  • Editor:
    2023
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    2023
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Mudlark

« Mudlark [’mAdla;k] s. y v. 1. Cerdo (jerga). 2. Persona que rebusca restos aprovechables en el lodazal de un río o un puerto. También, pillo de la calle (hum.). Una persona desarreglada, especialmente un niño (coloquial). 3. Grallina australiana. 4. FANGO (jerga). Llevar a cabo la ocupación de una persona que rebusca restos aprovechables en el lodazal de un río o puerto. También, jugar en el barro».

New Shorter Oxford

English Dictionary on

Historical Principles , 1993

H ace calor y no corre el aire en el tren de las 07:42 de Greenwich a Cannon Street. Apretujada entre dos extraños, intento por todos los medios evitar el roce con cuerpos desconocidos. Nadie establece contacto visual ni habla con nadie. En los desplazamientos matutinos por trabajo a Londres existe una regla tácita de silencio y apenas se oye ni un murmullo, tan solo el crujido de los periódicos y el agudo chirrido de los raíles mientras nos tambaleamos y mecemos de camino a la ciudad.

Conozco cada centímetro de esta ruta. Durante casi veinte años me ha llevado al centro de Londres por trabajo, para ir a ver a amigos y para visitar el río en busca de tesoros. Sé en qué momento debo asirme con fuerza cuando las vías sacuden el tren hacia un lado, conozco la duración de los intervalos entre paradas y el instante en que el conductor empezará a aminorar la marcha antes de entrar en la siguiente estación. Durante años he visto desvanecerse los viejos grafitis y aparecer otros nuevos. Ahora mismo llevo seis meses contemplando el mismo calcetín de deporte tirado y atascado en las vías, que ha pasado de ser blanco a un marrón sucio y andrajoso.

Tardo diecisiete minutos en hacer este trayecto y estoy impaciente. Vuelvo a mirar el reloj y calculo tres horas hasta la bajamar prevista para hoy. El río estará en su punto más bajo a las 10:23. No habría podido sincronizarlo mejor. Me retuerzo y me apoyo primero en un pie y luego en el otro mientras el tren deja la estación de London Bridge; deseo que acelere: ya casi estoy. Avanzamos despacio sobre un viaducto ferroviario, pasada la catedral de Southwark, con su fachada de sílex moteada y sus agujas góticas, y por medio del Borough Market. Miro a través del techo acristalado y trato de ver las piñas de hierro fundido colocadas en lo alto de una de las entradas. Entonces el cielo se abre y estoy sobre el río en el puente de Cannon Street; el agua fluye hacia mí desde el oeste y se aleja en dirección este. Entre los cuerpos de los pasajeros, por encima de los periódicos y sorteando las mochilas, echo un vistazo a ambos lados del río para comprobar la marea. Ya empieza a asomar una zona de escombros cubiertos de limo próxima al dique del río y la marea sigue bajando. Cuando llegue, el río estará aún más bajo y habrá la suficiente orilla despejada para comenzar mi búsqueda.

Me sorprende la cantidad de gente que no es consciente de que el río que atraviesa el centro de Londres es de marea. Oigo sus comentarios cuando se detienen junto al muro por encima de donde yo estoy, en la orilla, rebuscando en el barro. Incluso amigos que llevan años en la ciudad viven ajenos a las mareas altas y bajas que se persiguen unas a otras durante todo el día, avanzando cada veinticuatro horas. Una marea fluye lentamente durante el día y otra hace el turno de noche. No tienen ni idea de que la altura entre la marea alta y la baja varía desde cuatro metros y medio hasta casi siete metros ni de que el agua tarda seis horas en viajar río arriba y seis y media en regresar al mar.

Me obsesionan el flujo y el reflujo incesantes del agua. Desde hace años, mi tiempo libre ha estado controlado por el ciclo de la marea y por la consiguiente zona de orilla cubierta y descubierta. Sé dónde el río me permite acceder temprano y dónde puedo quedarme más tiempo antes de que me eche con suavidad pero con firmeza. He aprendido a leer el agua y a captar cuándo se gira, a reconocer el momento casi imperceptible en que deja de fluir hacia el mar, las corrientes se agitan al cambiar el equilibrio y el río es arrastrado una vez más hacia el interior; la anticipación del agua en retroceso es reemplazada por una sensación de pérdida, como despedirse de un viejo amigo después de una visita que llevabas mucho tiempo esperando.

Las tablas de marea plasman sobre el papel los movimientos del río, predicen su futuro y registran su pasado. Mi diario está lleno de complejas filas de números, fechas y alturas del agua. Me tienta tejer mi vida en torno a ellas, pero es el río el que decide cuándo puedo buscar en él; las mareas no respetan el sueño ni los compromisos. He organizado meticulosamente reuniones y citas en función de las mareas y he confabulado para encontrarme con amigos cerca del río y así tener tiempo de bajar a la orilla antes de que entre el agua y después de que se haya marchado. Les he hecho esperar para aparecer después dejando un rastro de barro, rebosante de disculpas. Me he perdido el principio de muchas películas e incluso me he marchado antes de tiempo para pescar los últimos centímetros de orilla. He mentido, engatusado y manipulado para llegar a tiempo al río. Llama a todas horas y yo obedezco; me obligo a salir de una cama caliente, me enfundo en capas de ropa y bajo las escaleras sin hacer ruido tratando de no despertar a quien duerme en la casa.

Cuando empecé a consultar las tablas de marea, todo me resultaba muy confuso. No soy una matemática nata y los números me desconciertan, por lo que una hoja con filas y columnas llenas de cifras me traía de cabeza. Pero llevo tanto tiempo estudiándolas que se han convertido en mi segunda naturaleza. Un simple vistazo rápido me permite reconocer cuándo es buena la marea y merece la pena visitar el río. Lo más importante es elegir la tabla de marea adecuada para el tramo que se tiene previsto visitar. Puede haber una diferencia de unas cinco horas entre una marea baja en Richmond y una en Southend, porque la marea baja decrece antes en el estuario que en la cabeza de la marea. Incluso la duración de la marea baja varía en función de dónde nos encontremos. En mar abierto, la subida y la bajada de la marea duran casi lo mismo, mientras que los veinticinco meandros que incluye la marea del Támesis y el efecto de arrastre del lecho del río y sus riberas acortan la marea creciente del río y alargan la bajamar. Esto significa que el río permanece en marea baja durante más tiempo en Hammersmith que en el estuario, lo que en teoría supone más tiempo para rebuscar en el barro cuanto más arriba del río se esté; aun así, en función de las condiciones meteorológicas y de la pendiente de la orilla, el río puede atraparte.

Nunca reparo en los niveles de marea alta, pero sé que una buena bajamar de medio metro o inferior dejará al descubierto una cantidad razonable de espacio para rebuscar, por eso solo me fijo en esta última cuando examino las tablas y la señalo con un boli rojo. Las mareas vivas marcan las mareas más altas y bajas del mes. Spring tide («marea viva») tiene su origen en la idea de que la marea «surge» ( spring significa «surgir, brotar») y no está relacionado, como podría pensarse, con el momento del año en el que ocurren. Cada mes hay dos mareas vivas, una en luna llena y otra en luna nueva, cuando la tierra, el sol y la luna se alinean y la atracción gravitatoria de los océanos es mayor. No obstante, las mejores mareas vivas se producen después de los equinoccios, en marzo y en septiembre, cuando incluso pueden alcanzar valores negativos. Se las llama mareas negativas porque se sitúan por de bajo del cero hidrográfico, que viene dado por el nivel medio de la marea baja en un lugar específico. Hace algunos años se dio una racha insólita de mareas bajas, que descendieron más de lo que la mayoría de los rebuscadores podía recordar. Son las mejores mareas que he visto en mi vida. Despejaron tramos de la orilla en los que no se había rebuscado desde hacía más de una década y descubrieron incontables tesoros.

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