Introducción
Según la leyenda, las dos máximas más famosas de Delfos —«conócete a ti mismo» y «nada en exceso»— fueron acuñadas por dos de los Siete Sabios de la antigua Grecia, Tales de Mileto y Solón de Atenas, a finales del siglo VII o principios del VI a. C. Muchos de nuestros contemporáneos han redescubierto recientemente hasta qué punto estas y otras enseñanzas similares de los Siete Sabios son atemporales, fácilmente comprensibles y acertadas. En las sentencias y en las acciones de estos siete autores se condensa de un modo especialmente conciso y memorizable la filosofía de vida de la temprana Grecia. Su estudio cobra pleno sentido y resulta útil también para numerosos lectores actuales, incluso para aquellos que no pertenecen al reducido círculo de los arqueólogos.
Y, sin embargo, en la Antigüedad se discutió durante siglos sobre quiénes debían considerarse como parte del grupo de los Siete Sabios. Antes de que se impusiese la lista habitual, formada por Bías, Quilón, Cleobulo, Periandro, Pítaco, Solón y Tales, los primeros autores anteriores a Diógenes Laercio incluyeron entre los Siete Sabios un total de 23 nombres, combinados de diferentes formas. Las abundantes fuentes antiguas en las que se aborda la vida, la obra y las sentencias de estos sabios son a menudo una complicada mezcla de hechos históricos fidedignos y de innumerables leyendas. Mi intención aquí es tratar de esbozar las principales líneas de la elaboración de la antigua tradición de los Siete Sabios, figuras simbólicas de la sabiduría de la temprana Grecia que ejercieron una significativa influencia en la ética popular y en la educación, no solo a lo largo de toda la Antigüedad griega y romana, sino también en épocas posteriores. Mis primeras aproximaciones al tema de los Siete Sabios fueron posibles gracias a mis investigaciones sobre una serie de escritos clásicos de carácter biográfico o historiográfico que han llegado hasta nosotros de un modo fragmentario. No en vano, las notas sobre la vida de los sabios de la Grecia arcaica tienen un peso fundamental en la historia de los primeros momentos de la biografía griega. Quiero expresar mi agradecimiento al revisor de esta edición, Stefan von der Lahr, por incluir este volumen en la colección Beck Wissen. Doy también las gracias al Instituto de Arqueología y al Seminario de Historia de la Universidad de Colonia, así como a las bibliotecas de la Universidad de Humboldt en Berlín por ayudarme en la redacción del manuscrito de esta obra. Las interesantes conversaciones sobre la Grecia arcaica y los Siete Sabios que he mantenido con muchos de mis compañeros de Colonia y Berlín han servido, sin duda alguna, para mejorar muchos de los pasajes del libro. Por último, quiero dar las gracias a mi mujer, Marianne Engels, por su paciencia, por el interés que ha sabido mostrar por un tema ajeno a su especialidad —a pesar de sus propias obligaciones profesionales— y por sus numerosas indicaciones, que me han sido de gran ayuda. A ella dedico este libro.
Kreuzau, enero de 2010
Johannes Engels
1. Las antiguas listas de los Siete Sabios
«La sabiduría griega se encarna del modo más conciso y directo en los Siete Sabios» (Rösler 1991, 357). Y, sin embargo, resulta difícil interpretar los abundantes testimonios antiguos que hablan de estos sabios de la Época Arcaica de Grecia. Como se mostrará más adelante, los autores antiguos hicieron referencia a un grupo sorprendentemente nutrido de personas, a partir del cual se fue constituyendo poco a poco un núcleo de sabios. Las fuentes de la Antigüedad que describen la vida, la obra y las sentencias de estos personajes son a menudo poco fiables. Los autores griegos se refirieron a ellos concretamente como hoi hepta sophoi («los Siete Sabios», según los denominó, por ejemplo, Diógenes Laercio en I, 22 y IX, 71). En otros casos se habla de ellos como los «Sabios» ( sophoi o sophistai ), «los Siete» ( hoi hepta ) o «los Siete Filósofos» ( hepta philosophoi ). Los autores latinos solían referirse a ellos como septem sapientes o, de forma abreviada, como septem (así lo hizo, por ejemplo, Cicerón, en De oratore 3, 137, y en las Tusculanae disputationes 5,7).
En el contexto de la cultura de la Grecia arcaica, aún de base oral, en la que hunde sus raíces la tradición de los Siete Sabios y en la que los miembros de este círculo vivieron como personajes históricos, no cabe tildar de inverosímiles las tradiciones y los testimonios que se transmitieron de forma verbal y anónima. Existen fuentes preplatónicas que establecían ya un vínculo entre distintos sabios y que apuntan a sentencias, augurios proféticos y actividades políticas como las obras que más los caracterizaban. Es probable que ya en el siglo VI y a principios del siglo V , esto es, antes de que se comenzara a dar cuenta de esta tradición por vía escrita, circulasen historias transmitidas oralmente sobre un collegium de los Siete Sabios. Las referencias del historiador universal Diodoro, del biógrafo Plutarco y, sobre todo, del historiador de la filosofía Diógenes Laercio a autores que escribieron sobre el tema antes que Platón no deberían ser rechazadas sin más como meras falsedades por los autores posteriores.
En el círculo de los Siete Sabios se incluyen, tanto desde la perspectiva antigua como desde la actual, personajes históricos y también figuras legendarias. No obstante, incluso en el caso de las personas cuya existencia se ha documentado históricamente, lo cierto es que su vita individual se fue desvaneciendo progresivamente a medida que se iba transmitiendo la tradición, hasta que los Siete Sabios quedaron convertidos en simples «iconos» de la sabiduría de la Grecia antigua, ligados a determinadas máximas o sentencias. De las obras redactadas por los sabios nos ha llegado apenas una pequeña parte, al menos en forma de fragmentos. Según el maestro de la retórica e historiador del siglo IV Anaxímenes de Lámpsaco (Diógenes Laercio I, 40 = FGrHist 72 F 22), cada uno de los Siete Sabios compuso obras poéticas. No en vano, en la Antigüedad son frecuentes las menciones a los Sabios como poetas: Tales produjo escritos votivos en verso; de los poemas elegíacos de Solón se ha conservado —afortunadamente— una buena parte; Quilón compuso en metro elegíaco; Pítaco escribió canciones y elegías; Bías, un poema sobre Jonia y su prosperidad; Cleobulo, numerosas canciones y adivinanzas redactadas con un estilo poético; Periandro, un poema didáctico, y Anacarsis, una poética comparación entre las instituciones de griegos y escitas. Solo en el caso de Misón no existe mención alguna de sus actividades como poeta. Sin embargo, con excepción de Solón, de los sabios no nos han llegado más que algunas enseñanzas y máximas (los apophthégmata ), cuya autenticidad se suele poner en duda. En cualquier caso, estos personajes no solo se expresaron a través de las típicas sentencias, sino que recurrieron también a otras fórmulas de comunicación poética propias de la época y se pronunciaron sobre temas muy diferentes. Las máximas de los sabios y las anécdotas sobre ellos y sobre los interesantes acontecimientos que tuvieron lugar en sus vidas, especialmente sobre su disputa por el trípode —que, en realidad, no era más que una base de bronce que servía para sostener las ollas sobre el fuego—, propuesto como premio y que probablemente acabó donándose como ofrenda, así como su encuentro en un determinado lugar con ocasión de un banquete, constituyen elementos fundamentales de la prolífera tradición biográfica que existió hasta la Antigüedad tardía. Llama la atención que ya en la fase temprana y crítica del paso de la transmisión oral a la escrita la relevancia de las actividades políticas de los sabios se fuese arrinconando poco a poco y que estas figuras se convirtieran cada vez más en símbolos de un sistema de sabiduría «despolitizado», de carácter marcadamente filosófico-religioso.