Emilia Pardo Bazán - La transición
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- Libro:La transición
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1911
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La transición. Segundo volumen del ensayo La literatura francesa moderna (1910-1911) .
Emilia Pardo Bazán
La literatura francesa moderna - 2
ePub r1.0
turolero 26.08.15
Título original: La transición
Emilia Pardo Bazán, 1911
Editor digital: turolero
ePub base r1.2
Al Conde de Romanones, en prenda de gratitud y afecto
EMILIA PARDO BAZÁN, (La Coruña, 1851 - Madrid, 1921). Hija de los condes de Pardo Bazán, título que heredó en 1890, se estableció en Madrid en 1869, un año después de contraer matrimonio. Asidua lectora de los clásicos españoles, se interesó también por las novedades literarias extranjeras. Se dio a conocer como escritora con un Estudio crítico de Feijoo (1876) y una colección de poemas, publicados por F. Giner de los Ríos.
En 1879 publicó su primera novela, Pascual López, influida por la lectura de Alarcón y de Valera, y todavía al margen de la orientación que su narrativa tomaría en la década siguiente. Con Un viaje de novios (1881) y La tribuna (1882) inició su evolución hacia un matizado naturalismo.
En 1882 comenzó, en la revista La Época, la publicación de una serie de artículos sobre Zola y la novela experimental, reunidos posteriormente en el volumen La cuestión palpitante (1883), que la acreditaron como uno de los principales impulsores del naturalismo en España. Frente a los principios ideológicos y literarios de Zola, Pardo Bazán acentuaba la conexión de la escuela francesa con la tradición realista europea, lo que le permitía acercarse a un ideario más conservador, católico y bienpensante. De su obra ensayística cabe citar, además, La revolución y la novela en Rusia (1887), Polémicas y estudios literarios (1892) y La literatura francesa moderna (1910), en las que se mantiene atenta a las novedades de fines de siglo en Europa.
El método naturalista culmina en Los pazos de Ulloa (1886-1887) , su obra maestra, patética pintura de la decadencia del mundo rural gallego y de la aristocracia, y su continuación La madre naturaleza (1887), fabulación naturalista que, al contrario que en Pereda, demuestra que los instintos conducen al pecado. Asimismo, Insolación (1889) y Morriña (1889) siguen insertos en la ideología y en la estética naturalista.
Con posterioridad, evolucionó hacia un mayor simbolismo y espiritualismo, patente en Una cristiana (1890), La prueba (1890), La piedra angular (1891), La quimera (1905) y Dulce sueño (1911). Esta misma evolución se observa en sus cuentos y relatos, recogidos en Cuentos de mi tierra (1888), Cuentos escogidos (1891), Cuentos de Marineda (1892), Cuentos sacroprofanos (1899), entre otros. También es autora de libros de viajes (Por Francia y por Alemania, 1889; Por la España pintoresca, 1895) y de biografías (San Francisco de Asís, 1882; Hernán Cortés, 1914).
Notas
[1] Pedro Loti es una excepción, y siempre las habrá.
[2] A pesar de la constante imitación. Imitar no es comprender; quizás sea lo contrario.
[3] En este terreno, nada ha cambiado. La información de Francia respecto a España sigue siendo un cúmulo de absurdos errores.
[4] Las excepciones que tengo más presentes se refieren a España.
[5] En España ha solido traducirse le lys dans la vallée por el lirio en el valle; pero lys es azucena, a no ser que sea propiamente lys, la flor que figura en las armas de los Borbones, y que en la Naturaleza es roja, a pesar de la frase usual «las blancas lises» que parece indicar confusión con la azucena. Existe una flor blanca, muy fragante, llamada en castellano lirio del valle o combalaria; pero Balzac, en francés, la hubiese llamado muguet, que es su nombre.
[6] También sería hacer crítica cominera, la más estéril de todas, el fijarse despacio en las deficiencias de información de Balzac. Las que primero me saltan a la vista son las referentes a España. A pesar de su amistad con Martínez de la Rosa, Balzac no se enteró mejor que los restantes escritores franceses, y uno de sus personajes españoles, verbigracia, lleva el divertido nombre de Don Hijos.
[7] Félix Davin, a quien Balzac dictaba o inspiraba los prefacios explicativos de sus obra.
[8] A los Borbones los defendió calurosamente de los ataques de la prensa, cuando ya estaban caídos y desterrados otra vez en 1831. Balzac, que hizo campañas periodísticas, tuvo siempre en contra a la prensa, y fuese por falta de tiempo o por convicción de que a la larga el trabajo se impone, no trató de hacérsela propicia.
[9] No olvido que Tolstói, a pesar de su humanitarismo, es, en el terreno positivo, pesimista. Por eso fue tan admirable psicólogo, en medio de sus ensueños y quimeras sociales.
[10] Recuérdese el asombroso episodio de Ginés de Pasamonte y la libertad de los galeotes.
I
Fin del romanticismo — Si hay un período que debe llamarse de transición — El orden cronológico y las individualidades — Carácter cosmopolita del romanticismo. Francia se reconoce y diferencia, concentrando, mediante la evolución hacia el realismo, su espíritu nacional. Influencias extranjeras — La novela como género-tipo de dos períodos
n la primera parte de esta obra traté del romanticismo en Francia a grandes rasgos, fijándome sólo en las tendencias más marcadas, en las figuras más significativas y las corrientes más caudales. Necesario me fue omitir nombres y hechos que tienen valor, pero que darían a estos estudios proporciones exageradas. Claro es que en la selección de hechos y nombres influye poderosamente el criterio personal, y a él he obedecido, hablando más despacio de lo que a mi juicio revestía superior importancia; pero, a título de justificación de mis preferencias, ante quienes estén algo versados en las tres fases, germinal, expansiva y decadente, del movimiento romántico, alegaré que las figuras principales para mí fueron las que lo son para todos: Chateaubriand, madama de Stael, Lamartine, Alfredo de Musset, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Jorge Sand, Teófilo Gautier. En España suenan familiarmente tales nombres, aunque su biografía, su crítica y sus escritos sean harto menos conocidos de lo que suele afirmarse; aunque se les juzgue mucho de memoria y de oídas y su labor literaria no haya sido expresamente estudiada hasta el día, que yo sepa, por pluma española, a excepción de la de Menéndez y Pelayo (que consideró al romanticismo francés desde el punto de vista de las ideas estéticas), y aunque el olvido en que cae lo moderno (especialmente lo moderno, al parecer más accesible) vaya envolviendo, si no los nombres, los fastos y las glorias de esa gran generación tan vibrante, tan apasionada, que entre los accesos de su calentura acariciaba aquella ilusión magnífica que doró los albores del pasado siglo, ilusión de poesía y de libertad.
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