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Jesús Pardo - Aureliano

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Jesús Pardo Aureliano
  • Libro:
    Aureliano
  • Autor:
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    ePubLibre
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    2001
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Año 270 d C El Imperio Romano se encuentra al borde del abismo La presión de - photo 1

Año 270 d. C. El Imperio Romano se encuentra al borde del abismo. La presión de los bárbaros es cada vez mayor en las fronteras del norte. Las Galias están bajo el poder del ambicioso Tétrico. Desde Siria una mujer fascinante, Zenobia, reina de Palmira, ha logrado extender su dominio a las provincias orientales. Mientras todo se desmorona, los mienbros de la aristocracia viven entregados a los placeres más excéntricos y aguardando con impaciencia la celebración de los próximos juegos circenses, con sus crueles luchas entre gladiadores.

En este clima crepuscular y decadente, el general Aureliano es proclamado emperador por sus legiones. Tosco y poco instruido, pero dotado de un excepcional genio político y militar, conseguirá en tan sólo cinco años reforzar las fronteras, derrotar a sus enemigos e iniciar las reformas que permitirán que el Imperio Romano de Occidente sobreviva aún más de dos siglos. En el camino conocerá los sinsabores de la traición, pero también placeres insospechados como los que —quizá— gozó junto a la reina Zenobia.

Jesús Pardo Aureliano El emperador que se hizo llamar dios ePub r10 Mezki - photo 2

Jesús Pardo

Aureliano

El emperador que se hizo llamar dios

ePub r1.0

Mezki 22.08.14

Título original: Aureliano

Jesús Pardo, 2001

Diseño de cubierta: Mezki

Editor digital: Mezki

ePub base r1.1

Para Javier Arce iluminador de siglos oscuros La Historia és el que fou la - photo 3

Para Javier Arce
iluminador de siglos oscuros

La Historia és el que fou, la Historia no es crea, es refà.

Josep Plá, Homenots, primera seria,

«El Senyor Prat de la Riba».

A MODO DE INTRODUCCIÓN

El general Lucio Domicio Aureliano fue proclamado emperador de Roma por sus soldados en el mes de mayo del año 270 d. C. de nuestra era, equivalente al año mil veintidós de la fundación de Roma. Tras cuarenta años de constante catástrofe, el imperio romano se hallaba entonces probablemente en el momento más precario de su historia, y hacía falta que se pusiese a su cabeza una persona lo suficientemente recia y diestra para contener lo que muchos temían, con sobrada razón, que pudiera ser su disolución irremediable.

Nunca se había visto el imperio romano tan acosado, tanto fuera como dentro de sus fronteras. Durante el pésimo reinado del emperador Publio Licinio Galieno (253-268 d. C.), el imperio sufrió tres trágicos reveses: en el año 259, el general Marco Casiano póstumo se proclamó emperador independiente en Galia y enseguida se le unieron Hispania y Britania, creándose así bajo sus sucesores, el último de los cuales fue Caio Esuvio Tétrico (270-274), la primera escisión en el imperio romano. La cual se complicó con una nueva escisión: el gobernante palmireño Septimio Odenato se puso a la cabeza de las fuerzas romanas en Oriente, iniciándose así una situación cuyo remate iba a ser la aparición de un auténtico imperio oriental independiente de Roma a la muerte de Odenato, cuya autoridad heredaría su viuda, la ambiciosa e inteligente reina Septimia Zenobia, que acabaría dominando prácticamente todo el territorio romano en Asia. Bajo la autoridad directa de Roma ya sólo quedaban Bizancio, Tracia, Panonia, Italia, Provenza y parte de África.

Pero antes de esto, en el año 260, el imperio romano había presenciado la humillación más profunda de su historia: el emperador Publio Licinio Valeriano, que había subido al trono en el año 253, cayó prisionero de los persas: el primer emperador romano que sufría esta suerte. Murió, no se sabe cuándo, en una mazmorra persa, sin que su hijo Galieno hiciera nada por liberarle.

La única frontera que le quedaba al menguado imperio era entonces la del Danubio, que estaba atacada constantemente por los godos, el pueblo germánico más duro y peligroso de cuantos hostigaban a los romanos. El sucesor de Galieno, Marco Aurelio Claudio, llamado el Gótico, proclamado por sus tropas en el año 268, infligió a los godos una tremenda derrota, pero la inseguridad de la frontera danubiana siguió siendo grande, excepto en la parte de Panonia (la actual Hungría), que por ser sede de las legiones danubianas, los contingentes más aguerridos del ejército imperial, se defendía mejor. Sin embargo, incluso esa seguridad era engañosa, ya que los godos, diezmados y todo, seguían constituyendo un enemigo muy temible, cuya recuperación era inevitable más a la corta que a la larga. La provincia de Dacia (actual Rumania) estaba prácticamente ocupada por ellos.

La situación interna de lo que quedaba del imperio no era mejor. Claudio, muy ocupado con restablecer la frontera, no había tenido tiempo para atender a otras cosas cuando, dos años después de ser proclamado emperador, murió de peste en Sirmio. La proclamación de Aureliano remedió entonces, diríamos que milagrosamente, una seguridad tan frágil que cualquier mínimo error habría bastado para llevar la situación al desastre final.

Con tanta catástrofe seguida lo que quedaba del imperio estaba desorganizado y abandonado. El recelo y el terror reinaban entre la clase dirigiente, tanto en Roma como en las provincias. La moneda estaba devaluada por los abusos de quienes la acuñaban, que la envilecían para apropiarse del metal precioso. Nadie se sentía seguro en un ambiente de corrupción y terror generalizados, creciente pobreza e inseguridad viaria y marítima.

Lucio Domicio Aureliano había nacido en la parte de Panonia que luego recibiría el nombre de Dacia Ripense, o Ribereña, probablemente en una finca propiedad de cierto senador Aurelio. Entró muy joven en el ejército romano y enseguida se distinguió por su excepcional talento militar.

Era una persona dura y cruel, irascible y violenta. Sus soldados le llamaban Manus ad ferrum, «Mano a la Espada», por su tendencia a dirimir las cuestiones más nimias desenvainando. Su excepcional y variado talento como emperador, y lo providencial de su advenimiento en el momento de mayor peligro para el imperio, son cosa generalmente aceptada por los especialistas, para quienes, de haber imperado Aureliano diez años más, se habría anticipado de tal modo a las reformas de Diocleciano que es muy probable que la historia ulterior de Roma hubiese ido por derroteros muy distintos.

PARTE I, LA FAMILIA

… che vostra gente onrata non si sfregia
del pregio della borsa edella spada

Dante Alighieri, Divina Comedia, 11-8-128/12

—Señora mía, mi amor eterno, sigue ahí, que ni un solo cabello de tu abundosa cauda se mueva mientras mis ojos la absorben entera, la guardan en mi memoria para siempre, como prenda, ¡oh!, inamovible de este irrepetible instante…

El esclavo, alto, nervudo, de estilizado, reluciente torso, cuyas caderas, casi inexistentes, se dirían insuficientes para sostener hombros tan musculosos, revoloteaba en torno a Flavia, que, con setenta años, no podía justificar racionalmente tan garrida, alada, perfilada reciedumbre: ni una gota de grasa, ni una arruga en todo el cuerpo; los pechos pequeños y firmes sobre piel tersamente reluciente; su rostro, escueto y fino, suave y adusto como de inteligente ave de presa, enmarcado por revuelta melena color azabache y rematado en el centro por nariz ligeramente curva; sus caderas estrictas y su redonda, altiva grupa descendían, duros muslos abajo, hasta rodillas apretadas como de corredor de fondo.

Nadie en toda la comarca se explicaba al principio tal lozanía en mujer tan vieja, excepto como privilegio especial otorgado por los dioses a Flavia y a Marco Aurelio Próculo, su marido, setentón también y ágil. Inmunes ambos, en apariencia, al paso de los años.

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