Cristina Pardo - Los años que vivimos PPeligrosamente

¿Cuántas versiones regionales existen del himno del PP? Y ¿cuántas puede escuchar un ser humano y mantenerse cuerdo? ¿Es inconveniente servir chorizos en mitad de un escándalo de corrupción? ¿Existe alguien que sepa qué es una indemnización en diferido en forma de simulación? ¿Cuántas veces puede cambiar de opinión un ministro? ¿Cuánta tensión puede soportar el cuerpo humano durante una rueda de prensa? ¿Contiene el diccionario suficientes sinónimos para evitar la palabra «rescate»? ¿Puede el Gobierno terminar la legislatura sin recortar el capote de la Virgen del Rocío?

Los años que vivimos PPeligrosamente es una crónica fresca, ácida, divertida e inteligente de la trastienda política reciente. Un periodo austero, sobre todo en buenas noticias, en el que necesitamos más que nunca la labor de periodistas como Cristina Pardo, capaces de contar, y a veces traducir, lo que sucede a nuestro alrededor. Observación periodística, ingenio y denuncia en un libro que habla abiertamente de política sin dramatizar, y sin perder nunca la sonrisa.

Cristina Pardo

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17ramsor09.04.14

Título original: Los años que vivimos PPeligrosamente

Cristina Pardo, 2014

Editor digital: 17ramsor

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¡Eh, familia! Mirad lo que os he hecho

«Muy buenas noches y saludos cordiales». Por frases como ésta, goles en Las Gaunas y cientos de «abrazafarolas» y «cantamañanas», decidí estudiar Periodismo. Tanto me gustaba José María García, que nunca se me pasó por la cabeza que algún día iba a terminar escribiendo un libro sobre política. Por aquel entonces yo prefería los deportes, de modo que aunque ahora mismo considere que tengo una suerte inmensa, no puedo dejar de sentirme un poco fuera de juego.

«Supergarcía» no se acordará de nada, pero entrevistarle para la universidad me cambió la vida. Gracias a él, me dieron una oportunidad en la Cadena COPE, aunque nunca conseguí hacer Deportes, como era mi deseo, y casi nunca logré salir de la redacción. Mi primera experiencia laboral fue con Antonio Herrero. Viví el asesinato de Miguel Ángel Blanco y la liberación de Ortega Lara al otro lado del cristal del estudio, viendo a Antonio Herrero contarlo. Nunca podré pagar lo que eso supuso para mi formación laboral. Ni los consejos que me dio para cubrir las noticias en la calle, después de mi primera conexión —desastrosa— en un accidente que se había producido en Madrid. «Cuenta lo que ves —me decía—. Sólo eso».

Trabajé con Luis Herrero, con Federico Jiménez Losantos y, después, estuve dos años haciendo los boletines informativos. Entonces, ya con la información política metida en vena, Antonio García Ferreras, recién nombrado director de La Sexta, me dio una oportunidad que nunca olvidaré.

En la tele, gracias a él y a mi director de informativos, César González Antón, tengo el honor de ser la «Karanka» de Al rojo vivo, y he descubierto lo que me gusta. He salido a la calle, he podido ver y contar. Porque a pesar de que en La Sexta nunca han pensado en mí para hacer Deportes, creo, al menos puedo decir que he conseguido narrar un partido. Un partido político. El Partido Popular.

Ejercer como periodista sobre el terreno es lo mejor que me ha podido pasar. Me apasiona lo que hago. Sobre todo en este período político y económico tan convulso, donde predomina el juego sucio. Sentada en la grada he visto el mal ambiente en los equipos, las faltas, y cómo algunos pedían para sus propios compañeros penalti y expulsión. También las goleadas que nos han metido con el incumplimiento del programa electoral y los recortes. Seguimos sin clasificarnos para «la Champions League de la economía» que se inventó Zapatero. Hemos pasado meses contemplando alucinados cómo Luis Bárcenas le quitaba el balón al PP y hemos asistido a los encuentros de Mariano Rajoy y Artur Mas con la misma intensidad que si fuera un Madrid-Barça. Los regates del Gobierno a la prensa se han ido multiplicando con el tiempo y los jueces están sacando a los políticos más tarjetas que nunca. En medio de este panorama, creo que más de una vez hemos sentido que nos daban un mecherazo en la cabeza; los ciudadanos y también nosotros, los periodistas, cuando hemos intentado preguntar por las jugadas más polémicas.

En el Partido Popular ha pasado de todo. Afortunadamente, tanto en la tele como en este libro he podido contarlo con mis cinco sentidos: sentido del humor, sentido crítico, sentido común, sentido contrario y doble sentido. Supongo que trabajar en La Sexta y cubrir la información del PP hace que algunos me consideren una jugadora correosa. Es difícil, hay que sudar mucho la camiseta, pero es muy emocionante. Así, y con episodios que en su mayoría he vivido en primera persona, es como he intentado reflejar aquí todos estos años que ustedes y yo estamos viviendo PPeligrosamente.

A Mariano Rajoy no le entusiasman los periodistas. Pero hace tiempo, cuando empecé a cubrir la información del Partido Popular, yo tenía una sensación distinta. Yo llevaba en la tele un año escaso y por aquel entonces me mandaban con cierta regularidad a los actos de Zapatero. Después de nueve años sentada en los estudios de la COPE, todo era tan nuevo para mí que vivía cada día fuera de la redacción con mucha emoción. Se acercaban las elecciones generales de 2008 y en mi empresa, La Sexta, me comunicaron que iba a ser la encargada de cubrir la campaña del PP. Hice la maleta y empezó la aventura. Adiós, Zapatero. Hola, Rajoy.

Los periodistas recorrimos España durante dos semanas detrás del candidato. Creo que no exagero nada si digo que escuchamos el himno del PP un millón o dos millones de veces. Por fortuna, se apiadaban de nosotros y tenían preparadas varias versiones: lenta desde dos horas antes de que empezara el mitin, versión discoteca de Ibiza al principio y al final del mitin, versión gaita en Galicia, con toques de sevillanas si el destino era andaluz… En resumen, chunda-chunda a todas horas. Como se trataba de mi primera campaña, a mí me alucinaban cosas que otros compañeros más veteranos habían visto cien veces; por ejemplo, la llegada de Rajoy a los mítines. La gente se volvía loca, oiga. Menuda inyección de autoestima para los candidatos. En lugar de un político, parecía que llegase un artista que hubiera vendido quince millones de discos en dos días. Empezaba a sonar el himno a todo trapo, como si no hubiera un mañana, y las señoras se le tiraban encima mientras miles de personas querían tocarle. El objetivo del candidato sólo podía ser uno: llegar ileso a la tribuna. Una vez allí, intentaba hablar. Entonces se producía otro de esos momentos que tanto me divertían. Aquellas mujeres tan entregadas le interrumpían y le gritaban: «¡Guapo!», y Rajoy, con esa socarronería tan suya, contestaba: «Su generosidad no tiene límites».

Todo era tan fascinante para mí, tan extraño, que quise vivir eso, un día de campaña con Rajoy. La Sexta pidió permiso al PP para pegarse al candidato en uno de los mítines, y nos tocó Santander. Álvaro (el cámara) y yo nos presentamos en el aeropuerto a esperarle. Ninguno de los dos sabíamos muy bien qué estábamos haciendo ni cómo iba a salir aquello, cuando aterrizó Rajoy. Estábamos a principios de 2008 y todavía no había caso Gürtel, no conocíamos a Luis Bárcenas y la crisis económica aún no era percibida en toda su crudeza. Tampoco yo tenía la experiencia profesional que tengo ahora, de modo que Rajoy llegó, Álvaro se puso a grabar y yo pregunté al candidato «¿Qué tal?» y poco más. ¡Qué tal! Hum, pregunta incisiva donde las haya… Y, claro, a ésa sí me contestó.