Ernesto Ballesteros Arranz - La pintura del siglo XIX
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- Libro:La pintura del siglo XIX
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
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La pintura del siglo XIX: resumen, descripción y anotación
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ERNESTO BALLESTEROS ARRANZ (Cuenca, España, 1942) es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense y doctor en Filosofía por la Autónoma de Madrid. El profesor Ernesto Ballesteros Arranz fue Catedrático de Didáctica de Ciencias Sociales en la Facultad de Educación, además de su labor como enseñante en el campo de la Geografía, manifestó siempre un particular interés por la filosofía, tanto la occidental como la oriental, en concreto la filosofía india. Buena prueba de ellos son sus numerosas publicaciones sobre una y otra o comparándolas, con títulos como La negación de la substancia de Hume, Presencia de Schopenhauer, La filosofía del estado de vigilia, Kant frente a Shamkara. El problema de los dos yoes, Amanecer de un nuevo escepticismo, Antah karana, Comentarios al Sat Darshana, o su magno compendio del Yoga Vâsishtha que fue reconocido en el momento de su edición, en 1995, como la traducción antológica más completa realizada hasta la fecha en castellano de este texto espiritual hindú tradicionalmente atribuido al legendario Valmiki, el autor del Ramayana, y uno de los textos fundamentales de la filosofía vedanta.
Ha publicado también Historia del Arte Español (60 Títulos), Historia Universal del Arte y la Cultura (52 Títulos).
Miembro de una familia de pintores de larga tradición, nace en Santander el año 1781. En España se inicia en el estilo rococó y esmaltado de Mengs, para terminar luego su formación con el propio David en la capital de Francia. Encarcelado por motivos políticos en París, recibe más tarde en Roma el puesto de pintor de cámara de Carlos IV. A su vuelta a España es nombrado director del Museo del Prado, desde donde desarrolla una labor dictatorial de sometimiento a las rígidas normas neoclásicas.
Sus obras principales son cuadros de historia clásica, siguiendo el ejemplo de David, y también retratos. Entre los cuadros de historia sobresalen la muerte de Lucrecia y la de Viriato.
La otra especialidad de José de Madrazo es el retrato cortesano, en el que se adivinan muchas de las características que Mengs había dado a este tipo de pintura. Sus personajes están fielmente representados en el lienzo, pero con esa falta de nervio que distingue a los neoclásicos de Goya. Comparemos este retrato con cualquiera de los que pintó Goya como artista de cámara de Carlos IV y comprenderemos la diferencia que hay entre una representación sincera y otra con deseos de «contentar» al modelo.
Este pintor valenciano, cuya vida transcurre entre 1772 y 1850, se incorpora también al estilo neoclásico, aunque existen muchos rasgos de su personalidad artística que lo vinculan estrechamente con el género español del retrato y lo alejan del neoclásico francés puro. Se siente atraído por las maneras de Mengs, su maestro, y procura terminar cuidadosamente sus retratos. Pero consigue dotarles de un realismo apreciable, si bien no acierta a darles el brío y la valentía técnica que respiran los goyescos.
Este retrato de Goya es una de sus pinturas más conocidas. Está preocupado sobremanera por la forma y el contorno, lo que le hace alisar el color hasta convertirlo en esmalte, según la tradición de Mengs. Quedan así los retratos demasiado planos y faltos de vida, como si fueran láminas plastificadas en las que no se nota la profundidad del espacio ni de la personalidad del retratado. Sin embargo, el retrato presente no está demasiado terminado, porque Goya le aconsejó que lo dejara en ese estado, resultando más auténtico que las otras obras de López.
Son muchos los retratos que Vicente López pintó a lo largo de su vida. Personajes de la alta sociedad, casi siempre. Este retrato de una dama es buena muestra de su estilo, acabado, frío y tan preocupado de los perfiles reales como despreocupado de todo valor interpretativo. El pintor se sitúa ante el modelo en una postura expectante, pasiva, pronto a expresar lo que el modelo quiere ver en el cuadro. De este modo, López es una especie de espejo gentil, que solo enseña lo que el reflejado quiere ver en su persona.
Otro pintor de la misma generación (1806-1857) es Antonio María Esquivel, que cultivó también el género del retrato, aunque realizó ensayos en diversos campos de la pintura, No tuvo una carrera internacional como los Madrazo, por ejemplo, ni pudo completar sus estudios técnicos en Roma y París, como era prescriptivo en esta época. Sin embargo, logró una numerosa clientela cortesana y burguesa que le encargó gran número de retratos. Están empapados de un precoz romanticismo. No en vano era Esquivel un pintor que frecuentaba los círculos artísticos y literarios del romanticismo español. Pasó una ceguera transitoria durante una etapa de su vida que le llevó a tal límite de desesperación, que intentó el suicidio. Recuperada la vista y en una reacción puramente romántica, pintó un cuadro titulado «La caída de Luzbel», que regaló al Liceo por las atenciones recibidas durante su desgracia. Uno de sus cuadros más representativos de este enfoque romántico es «La lectura de Zorrilla» en el estudio del pintor, que se halla en el Museo de Arte Moderno.
Ya hemos dicho que la clientela de Esquivel se hallaba entre la nobleza y la alta burguesía. El retrato ecuestre del general Prim es muy expresivo de su técnica de retratista. Esquivel es un buen pintor, mucho más auténtico que los Madrazo, y siempre afectado por ese halo romántico que le distingue entre sus coetáneos.
Hijo de José de Madrazo, nació en Roma en 1815 y prolonga su vida a lo largo del siglo, hasta 1894. Es quizá el pintor romántico más característico del segundo tercio de siglo, pues, aunque todavía vive en el tercero, ya no se encuadra en las corrientes posteriores a 1860. Estudió en la Academia de San Fernando y viajó luego a Roma a terminar su formación. La fama y la espléndida posición de su padre como director del Museo del Prado, le abrieron rápidamente los caminos del triunfo. Fue nombrado pintor de cámara cuando solo tenía dieciocho años, y durante toda su vida gozó del favor real, lo que llegó a convertirle en dictador artístico, como su padre. Era un pintor ágil y fecundo, y dejó más de quinientos retratos, además de un considerable número de dibujos y otras pinturas. Casi todos los personajes de algún relieve del siglo XIX fueron reflejados por su pincel. Unas veces con afán claramente adulador, otras con una sinceridad mucho más fecunda.
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