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Francis Scott Fitzgerald - Sobre la escritura

Aquí puedes leer online Francis Scott Fitzgerald - Sobre la escritura texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1985, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Francis Scott Fitzgerald Sobre la escritura

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Francis Scott Fitzgerald intentó durante toda su vida desentrañar los misterios - photo 1

Francis Scott Fitzgerald intentó durante toda su vida desentrañar los misterios de la literatura. «Un autor debe escribir para los jóvenes de su generación, los críticos de la siguiente y para todos los profesores del futuro», decía. André le Vot en su biografía habla de su «necesidad de compartir lo que aprendía» y Anthony Powell recalcaba que: «le gustaba enseñar. Tenía las cualidades de un maestro de escuela».

Sobre la escritura: F. Scott Fitzgerald recoge ese entusiasmo y esa claridad. La impecable selección de Larry W. Phillips reúne un conjunto de citas y fragmentos de textos del autor de El Gran Gatsby sobre lo que supone ser escritor y escribir literatura. Un libro para los lectores que quieran profundizar en el pensamiento literario y consejos de uno de los novelistas más grandes y con más talento del siglo XX. Una inestimable aportación a su bibliografía.

Francis Scott Fitzgerald Sobre la escritura Guías del escritor - 0 ePub r10 - photo 2

Francis Scott Fitzgerald

Sobre la escritura

Guías del escritor - 0

ePub r1.0

Titivillus 13.04.16

Título original: F. Scott Fitzgerald on Writing

Francis Scott Fitzgerald, 1985

Edición: Larry W. Phillips

Traducción: Pablo Sauras

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

10 La vida de escritor La historia de mi vida es la historia de la pugna entre - photo 3

10. La vida de escritor

La historia de mi vida es la historia de la pugna entre mi ferviente deseo de escribir y una serie de circunstancias que conspiraron para impedírmelo.

Cuando tenía unos doce años y vivía en Saint Paul, me pasaba todas las clases del colegio escribiendo en las hojas de atrás de los libros de geografía y de primer curso de latín, en los márgenes de las lecciones y las listas de declinaciones y los problemas matemáticos. Dos años después, mi familia, reunida, decidió que el único modo de obligarme a estudiar era mandarme a un internado. Aquello fue un error: me hizo olvidarme de la escritura. Decidí jugar al fútbol, fumar, ir a la universidad, hacer todo tipo de cosas superfluas que nada tenían que ver con lo esencial de la vida: saber combinar bien las descripciones y los diálogos en un cuento.

En la universidad, sin embargo, cambié de rumbo. Después de ver un musical titulado The Quaker Girl [La muchacha cuáquera], mi mesa se empezó a llenar de libretos de Gilbert y Sullivan y cuadernos donde iba esbozando docenas de operetas.

En mi primer año en Princeton me dediqué de lleno a escribir una para el Triangle Club, lo que me llevó a suspender en álgebra, trigonometría, geometría e higiene. Pero la compañía aceptó el texto, y, tras asistir a clases en medio de un calor sofocante durante todo el mes de agosto, conseguí pasar de curso.

Al comienzo del siguiente año académico, 1916-17, ya me había convencido de que la poesía era lo único que valía la pena: obsesionado con los metros de Swinburne y los temas de Rupert Brooke, me pasé la primavera componiendo sonetos, baladas y rondeles, escribiendo hasta altas horas de la noche. Había leído que todos los grandes poetas escribían grandes poemas antes de los veintiún años: apenas me quedaba un año y, además, la guerra era inminente. Tenía que publicar un poemario rompedor antes de que el mundo me tragara.

En el otoño ingresé en un campamento de instrucción para soldados de infantería en Fort Leavenworth. Descartada la poesía, ahora abrigaba una nueva ambición: escribir una novela inmortal. Así que todas las tardes, con el cuaderno escondido debajo del manual del soldado, iba escribiendo, párrafo tras párrafo, una versión algo recortada de la historia de mi vida y mi imaginación. […]

Los sábados, a la una de la tarde, cuando terminaba la semana de instrucción, me iba corriendo al club de oficiales, y allí, en un rincón de una sala cargada de humo, rodeado por el runrún de las conversaciones y el crujido de las hojas de los periódicos, me dedicaba a escribir lo que acabó siendo una novela de ciento veinte mil palabras. Invertí en la tarea todos los fines de semana por espacio de tres meses. No corregí nada porque no tenía tiempo. Nada más terminar un capítulo se lo enviaba a una mecanógrafa de Princeton.

Vivía en aquellas páginas emborronadas a lápiz. Los ejercicios militares, los desfiles y el manual del soldado no eran más que un sueño confuso. Estaba totalmente absorto en mi libro.

Cuando me incorporé al regimiento estaba feliz: había escrito una novela. La guerra podía continuar. Me olvidé de párrafos y pentámetros, de símiles y silogismos, ascendí a teniente primero y fui destinado al extranjero. Entonces me escribieron las editoriales comunicándome que, si bien The Romantic Egotist era el manuscrito más original que habían recibido en años, no podían publicarlo: estaba sin pulir, y además no llegaba a ninguna conclusión.

Seis meses más tarde llegué a Nueva York. […] Me convertí en publicitario. Ganaba noventa dólares al mes y mi trabajo consistía en idear los eslóganes que la gente, en los pueblos, se entretiene leyendo durante los pesados viajes en tranvía. En mis ratos libres escribía cuentos: llegué a terminar diecinueve entre los meses de marzo y junio. El que menos tardé en escribir me ocupó una hora y media; el que más, tres días. Nadie los compró, nadie me mandó ni siquiera una carta personal. Tenía ciento veintidós notas de rechazo clavadas a modo de friso en las paredes de mi cuarto. Escribí guiones cinematográficos, letras de canciones, planes publicitarios, poemas, historietas, chistes. A finales de junio vendí un cuento por treinta dólares.

El 4 de julio, asqueado con todos los editores y conmigo mismo, regresé a Saint Paul y les comuniqué a mi familia y a mis amigos que había dejado mi trabajo y que volvía a casa a escribir una novela. Asintieron educadamente, cambiaron de tema y se pusieron a hablar de mí con mesura. Pero esta vez sabía lo que tenía que hacer: a lo largo de dos calurosos meses, escribí, corregí y podé la novela. El 15 de septiembre, una editorial aceptó el manuscrito de A este lado del paraíso.

Afternoon of an Author, pp. 83-85

§§

Aturdido, le dije a la editorial Scribner que no esperaba vender más de veinte mil ejemplares de mi novela. Cuando se apagaron las risas, me respondieron que cinco mil era una cifra estupenda para una primera novela. Una semana después de haber salido el libro, si no recuerdo mal, ya llevaba vendidos más de veinte mil, pero me tomaba a mí mismo tan en serio que aquello no me pareció gracioso.

El período de ensueño terminó bruscamente al cabo de dos semanas, cuando Princeton empezó a atacar la novela: no fueron los estudiantes, sino los profesores y los antiguos alumnos, reunidos en siniestro aquelarre.

The Crack-up, p. 88

§§

Y entonces, de pronto, todo cambió. Este artículo trata del primer vendaval del éxito y de la deliciosa bruma que trae consigo. Es un período breve pero inapreciable, porque, al cabo de unas semanas o unos meses, esa bruma se despeja y uno se da cuenta de que lo mejor ha pasado ya. […]

El día que el cartero llamó a la puerta, dejé el trabajo y me puse a correr por la calle, deteniendo los coches que pasaban para contarles a mis amigos y conocidos la buena nueva: una editorial había aceptado publicar mi novela A este lado del paraíso. Esa semana el cartero volvió a llamar muchas veces, y yo pagué esas pequeñas deudas de pesadilla, me compré un traje y desperté todas las mañanas poseído por un sentimiento inefable, mezcla de seguridad en mí mismo e ilusión ante el futuro.

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