François de La Rochefoucauld - Reflexiones y máximas morales
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- Libro:Reflexiones y máximas morales
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1665
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Reflexiones y máximas morales: resumen, descripción y anotación
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De acuerdo con Roland Barthes, las máximas de La Rochefoucauld (1613-1685) se pueden «leer de dos maneras: por máximas o de manera continua. En el primer caso, de vez en cuando abro el libro, leo una máxima, saboreo su acierto, me lo apropio, convierto a esta forma anónima en la expresión cierta de mi situación o de mi humor; en el segundo caso, leo las máximas paso a paso, como un relato o un ensayo»; la mejor fórmula para disfrutar del mensaje moral de este libro es al azar, abriéndolo, leyendo una de las máximas y extrayendo las propias conclusiones sobre el acierto o desacierto en sus enunciados.
François de La Rochefoucauld
El Altar de los Muertos - 06
ePub r1.0
Titivillus 11.09.17
Título original: Réflexions ou Sentences et maximes morales
François de La Rochefoucauld, 1665
Prólogo: Charles Augustin Sainte-Beuve
Versión y preparación de la edición: José Fco. del Brando H.
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD (París, 1613 - 1680). Filósofo y moralista francés. Tal como él mismo relató en sus Memorias (1662), los primeros años de su vida adulta los pasó entre el ejército y la corte francesa, involucrado en hechos de armas, en numerosas intrigas y en aventuras amorosas. Sin embargo, en 1652, debido a una herida que sufrió en la batalla de Faubourg Saint-Antoine, que lo obligó a guardar reposo por un tiempo, volvió a París y entró en contacto con los círculos literarios. Concibió entonces su obra más conocida, las Máximas (1665-1678), colección de setecientos epigramas que constituyen un hito del clasicismo francés. Tomando el egoísmo natural como la esencia de toda acción, La Rochefoucauld atacó el autoengaño y descubrió con hondura e ingenio las contradicciones de la psicología humana, si bien fue atenuando el carácter demasiado tajante de algunas de sus máximas en las sucesivas ediciones.
[1] Sainte-Beuve incluyó su estudio sobre La Rochefoucauld en el libro en que retrató a las mujeres más notables de ese tiempo, diciendo que no era posible separarlo «de las mujeres que ocuparon un lugar tan importante en su vida» y que seguramente él se mostraría agradecido por esa deferencia. Las notas incluidas en este prólogo, son de Sainte-Beuve, salvo indicación contraria. (N. del T.)
[2] Se casó muy joven, a los catorce años, con la señorita Andrée de Vivonne, de la que no encuentro nada en relación con él, salvo que tuvo cinco hijos y cinco hijas.
[3] Después Mariscal de Albret.
[4] ¿No resulta admirable su franqueza? Durante la Fronda, el apodo de La Rochefoucauld, era «El camarada franqueza», mote que él justificó mucho mejor después de esa época.
[5] «Muchas veces, las mujeres creen seguir amando cuando ya no aman. El estar ocupadas en una relación, la emoción espiritual que produce el galanteo, el natural placer de ser amadas, y la tristeza de terminar con quien amaban, las convencen de continuar enamoradas cuando en realidad ya sólo actúan por coquetería» (Máxima 277).
[6] Sainte-Beuve llegó a escribir el retrato de la señora de Longueville que promete en este párrafo. (N. del T.)
[7] Hija del señor de Longueville en su primer matrimonio.
[8] La Rochefoucauld ha dejado un autorretrato en que pinta sus defectos como virtudes; el cardenal de Retz, en el suyo, convierte en maliciosos sus elogios.
[9] Y hasta como escritor cuando dice: «Ni el Sol ni la muerte pueden mirarse fijamente» (Máxima 26).
[10] Matha decía del señor de La Rochefoucauld, «que todas las mañanas hacía un borrador y todas las noches trabajaba en deshacerlo».
[11] Esta palabra humillante no parecerá demasiado fuerte a los que han leído las memorias de la duquesa de Nemours y la triste escena del Parlamento en la que de La Rochefoucauld atrapó al cardenal de Retz entre dos puertas y en la que dijo y le dijeron miles de cosas desagradables. ¡Cuántas desgarraduras en el noble y galante jubón!
[12] «La ausencia disminuye las pasiones mediocres y aumenta las grandes, igual al viento que apaga las velas y aviva el fuego» (Máxima 276).
[13] Durante la Fronda se le escapó una frase, citada a menudo, que revelaba en él al futuro autor de las Máximas. Durante las conferencias de Burdeos, en octubre de 1650, al encontrarse un día con el señor de Bouillón y el consejero de Estado Lenet en la carroza del cardenal Mazarino, éste se rió y dijo: «¿Quién hubiera creído, hace ocho días, que hoy estaríamos en la misma carroza?» «Todo es posible en Francia» —contestó el futuro moralista. Y, sin embargo —observa el señor Bazin—, aún estaba lejos de saber todo lo que era posible que ocurriera. Un moralista de la escuela del señor de La Rochefoucauld ha dicho: «No hay más que vivir para ver todo y lo contrario de todo».
[14] El señor de La Rochefoucauld se daba cuenta de estas diferencias. Segrais, en sus Memorias anecdóticas, cuenta lo siguiente: «El señor de La Rochefoucauld era la persona mejor educada del mundo, sabía guardar todas las formas y, sobre todo, nunca se autoelogiaba. El señor de Roquelaure y el señor de Miossens, que tenían muchos simpatizantes y gran talento, se autoelogiaban incesantemente. El señor de La Rochefoucauld, hablando de ellos, decía, sin que éste fuera en realidad su pensamiento: “Me arrepiento de la ley que me he impuesto de elogiarme, pues si lo hiciera tendría más partidarios. Vean al señor de Roquelaure y al señor de Miossens, que hablan durante dos horas seguidas delante de veinte personas y se autoelogian siempre. De los que los escuchan, sólo tres no los soportan, pero los diecisiete restantes los aplauden y los miran como a personas superiores a ellos”. Si Roquelaure y Miossens unieran el elogio de los que los escuchan a los suyos, el resultado habría sido aún mejor. En un gobierno constitucional, en el que es conveniente autoelogiarse un poco en voz alta (se tienen ejemplos de esto), y elogiar a la vez a la mayoría de los presentes, el señor de La Rochefoucauld no podía ser otra cosa de lo que fue en su tiempo: un moralista». Añadiré esta nota, escrita después, pero que concuerda con lo anterior: «Hablaba maravillosamente ante cuatro o cinco personas, pero en cuanto el grupo se convenía en un círculo, y peor aún en un auditorio, le resultaba imposible hablar. Tenía un gran miedo al ridículo, lo presentía de inmediato y lo descubría donde otros menos sensibles lo ignoraban. Así se creaba obstáculos sobre los que otros menos educados y menos delicados habían saltado a pie juntillas».
[15] Era conveniente anticiparse al disgusto del rey por ciertos pasajes que le habían molestado. Pero también habían otros más violentamente irritados, que eran personajes secundarios en las Memorias, como, por ejemplo, el duque de Saint Simon, como lo demuestran las memorias que escribió su hijo.
[16] Y añadía: «La mejor actitud que el lector puede asumir es convencerse de que ninguna de estas máximas se refiere a él de manera particular, y que él es la excepción aunque las máximas parezcan generales. Si actúa así, es posible asegurarle que él será el primero en estar de acuerdo…». ¿Por qué esta maliciosa advertencia no se encuentra reproducida en ninguna de las ediciones populares de La Rochefoucauld? En general, las primeras ediciones tienen una fisonomía muy propia que muestran de alguna manera la intención del autor, y que las otras, aumentadas y corregidas, no revelan. Esto es lo que da importancia a las primeras ediciones, sobre todo en los casos de La Rochefoucauld y de La Bruyère.
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