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Diamela Eltit
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Escritos sobre literatura, arte y política
© Diamela Eltit
Inscripción n° 114.637
© Leonidas Morales (por el Prólogo)
Inscripción n° 114.641
Derechos exclusivos de edición para todos los países del mundo:
© Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, piso 8°, Providencia, Santiago de Chile
ISBN: 978-956-247-860-1
eISBN: 978-956-360-314-9
Diseño de cubierta: Djalma Orellana
Concepto de cubierta: Lotty Rosenfeld
Diagramación y corrección de estilo: Antonio Leiva
Primera edición: septiembre de 2014
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
A la amistad de Francine Masiella y de Nadia Prado
ÍNDICE
EL DISCURSO CRÍTICO DE DIAMELA ELTIT: CUERPO Y POLÍTICA
Leonidas Morales T.
La tradición del escritor (y del artista) que se desdobla en productor de imágenes simbólicas y, a la vez, en productor de análisis críticos suscitados por sus mismas imágenes o las de otros escritores (y artistas), o por el entorno social y cultural al que tales imágenes articulan su sentido, es tan vieja como la modernidad literaria (y artística) misma. Y lo es porque, precisamente, constituye uno de sus signos inaugurales. La abren los románticos alemanes a fines del siglo XVIII, pero será un poeta francés de mediados del siglo XIX, Baudelaire, quien fije una de sus modalidades más atractivas: el carácter de fuerte actualidad, contingente, tanto de los temas de análisis crítico como de los medios de publicación (revistas, periódicos), modalidad esta que rebrota (con otras mediatizaciones, desde luego) en la escritora chilena de la que aquí voy a ocuparme: Diamela Eltit.
Las vanguardias de la primera mitad del siglo XX no solo prolongan esta tradición: la exacerban y la confirman como una de las constantes de las prácticas discursivas del escritor (y del artista) contemporáneo. Son conocidos algunos nombres de escritores latinoamericanos por los que pasa esa tradición en su fase contemporánea, al margen de cuál sea la modalidad específica de su realización en cada uno de ellos: Vicente Huidobro, Jorge L. Borges, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Octavio Paz, Severo Sarduy, por ejemplo.
Ya lo sugerí: en la tradición del desdoblamiento de que hablo se inscribe Diamela Eltit, autora de varias novelas (Lumpérica, Por la patria, El cuarto mundo, Vaca sagrada, Los vigilantes, Los trabajadores de la muerte) que instalan otro modelo narrativo en la historia chilena del género (un modelo provocativo –sobre todo para un público de lectores como el chileno, mayoritariamente conservador en su adicción crónica al cumplimiento de expectativas literarias convencionalizadas, que a lo más admite algunas osadías sin consecuencias–, pero en sí mismo seductor por la finura de su inteligencia y los efectos de verdad de su estética), y de libros que problematizan su propio género discursivo (como El infarto del alma), pero también de un gran número de textos críticos. Son estos últimos el tema por ahora de mi interés. O más exactamente: el tema de estas páginas es el discurso crítico que tales textos van estructurando frente, y en diálogo implícito, o mejor, cómplice, con los textos narrativos de la autora, de producción paralela.
Para empezar, desde la perspectiva del discurso crítico de Diamela Eltit resaltan de inmediato, en su diferencia, algunos rasgos dominantes, hasta él, en la tradición del desdoblamiento, tal como la realizan los narradores chilenos contemporáneos. Si se piensa en escritores como Manuel Rojas, José Santos González Vera, José Donoso, el listado (tal vez muy parcial en número, pero a mi modo de ver no tanto en su «representatividad») pone en evidencia una versión bastante magra de la tradición en cuestión: el polo crítico de su dualidad (de él estoy hablando) se nos aparece como de configuración episódica, discontinua, con limitaciones importantes en el abanico de los temas movilizados, privilegiando los enfoques biográficos dentro de un registro de insistentes tendencias memorialísticas y autobiográficas, que prefiere para su comunicación la vía del libro (mucho más distanciada, menos «expuesta»)erigirse en un referente necesario en el «otro» imprescindible de cualquier diálogo crítico con los textos narrativos de cada escritor. Me atrevería a decir por eso que las características mencionadas, evidentemente deficitarias, encuentran en Diamela Eltit una excepción, tardía, es cierto, pero que cancela una larga continuidad.
Alrededor de 1987, año en que se celebra en Chile (hacia el final de la dictadura militar) el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana, donde Diamela Eltit lee uno de los discursos inaugurales, y cuando ya había publicado dos de sus novelas, Lumpérica (1983) y Por la patria (1986), esta escritora comienza a construir un discurso crítico que, visto desde hoy, es decir, ya abiertas y desplegadas sus líneas temáticas fundamentales, no puede sino sorprendernos por su falta de antecedentes en la historia chilena contemporánea del desdoblamiento en el campo de los narradores. Los textos que lo configuran fueron publicándose, primero, en el suplemento «Literatura y Libros» del diario La Época (fundado en 1988 como alternativa democrática a una prensa generalizadamente sumisa al proyecto ideológico de la dictadura), luego (desde 1990) en la Revista de Crítica Cultural, dirigida por Nelly Richard, y después en publicaciones periódicas latinoamericanas (Feminaria Literaria de Buenos Aires, Debate Feminista y La Jornada Semanal de Ciudad de México, y Nueva Sociedad de Caracas) y estadounidenses vinculadas a centros académicos (Hispamérica, Revista de Estudios Hispánicos, Mediations). O fueron escritos inicialmente como ponencias para seminarios y congresos, o para ser incluidos en publicaciones colectivas y en catálogos. Algunos han sido traducidos al inglés.
Del conjunto de estos textos pueden hacerse, por lo pronto, dos observaciones generales. Una (relacionada con su génesis, con aquello que incitó su escritura): casi en su totalidad responden a un gesto de apertura al mundo cotidiano y de compromiso con estímulos culturales del día tras día. Son, pues, textos en los que alienta, de algún modo, el espíritu de la crónica, de lo cronístico, que era el espíritu que alentaba también en los textos similares .
Como era previsible, el discurso crítico de Diamela Eltit se halla presidido en su desarrollo por diversas constantes, es decir, por diversos nudos temáticos recurrentes, a los que se interroga una y otra vez dentro de esferas culturales distintas. Quisiera subrayar , y de su insistencia secular en colonizar al cuerpo, inscribiendo en él, soterradamente, sus códigos. En principio, se trata de un cuerpo sexuado, sometido por lo tanto a la problemática de las identidades, pero que admite diferencias, estratificaciones, en el sentido de que partiendo de que los cuerpos son siempre «cuerpos sociales», se puede hablar también, dentro de esa categorización, de «cuerpos populares», «subproletarios», por ejemplo. Pero en cualquier caso, cuando Diamela Eltit habla de cuerpo, siempre está pensando, por una parte, en una materialidad primigenia (determinante o fundante), en un significante de base, diría de primer grado, particularmente pertinente para desplegar un pensamiento como el suyo, abierto, desconstruido y desconstructor, desideologizado, solidario (pero no dependiente) de las directrices del pensamiento «postestructual» europeo (Lacan, Foucault, Derrida), que rehúye la mistificación de los «centros», siempre ideológicos, o sea, siempre encubiertos, pero que no renuncia (sino que los afirma) a sus anclajes latinoamericanos, que determinan su diferencia, su condición irreductible.