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SINOPSIS
En nuestro mundo cada vez más secular, los textos sagrados se consideran, en el mejor de los casos, irrelevantes y, en el peor, una excusa para incitar a la violencia, el odio y la división. Entonces, ¿qué valor, si es que tiene alguno, puede tener la escritura para nosotros hoy? Y si nuestro mundo ya no parece compatible con las Escrituras, ¿es quizás porque su propósito original se ha perdido?
Armstrong argumenta que, solo redescubriendo un compromiso abierto con sus textos sagrados, las religiones del mundo podrán reducir la arrogancia, la intolerancia y la violencia.
KAREN ARMSTRONG
EL ARTE PERDIDO
DE LAS ESCRITURAS
Recuperar el sentido
y el valor de los textos sagrados
Traducción de
Antonio Francisco Rodríguez Esteban
Para Felicity Bryan
Sansón bajó a Timna con sus padres. Cuando llegaron a las viñas de Timna, un león joven salió rugiendo a su encuentro. Le invadió, entonces, el espíritu del Señor, y despedazó al león como se despedaza un cabrito, sin nada en la mano. Pero no contó a sus padres lo que había hecho [...]. Volvió al cabo de los días [...] dando un rodeo para ver el cadáver del león. Y vio que en la osamenta del león había un enjambre de abejas con miel. La extrajo con las manos y siguió su camino comiendo. Llegó donde estaban sus padres, les dio y comieron. Pero nos les contó que había extraído la miel de la osamenta del león.
Jueces, 14, 5-9
Para ver el mundo en un grano de arena
y el cielo en una flor silvestre,
abarca el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora.
W ILLIAM B LAKE , «Augurios de inocencia» (1803)
Conclusión: si no fuera por el carácter poético o profético, lo filosófico y lo experimental pronto serían la razón de todas las cosas, y caerían en la inmovilidad, incapaces de hacer otra cosa que repetir la misma tediosa vuelta una vez más.
Aplicación: quien ve el infinito en todas las cosas ve a Dios. Quien ve la Razón solo se ve a sí mismo.
Por lo tanto: Dios se vuelve como nosotros, para que podamos ser como él.
W ILLIAM B LAKE , No hay ninguna religión natural (1788)
INTRODUCCIÓN
Una diminuta figura de marfil en el Museo de Ulm tal vez constituya la más temprana evidencia de actividad religiosa humana. El Hombre León tiene cuarenta mil años de antigüedad. Tiene un cuerpo parcialmente humano y una cabeza de león de las cavernas; con sus treinta y un centímetros de altura, observa serena y atentamente al espectador. Fragmentos de esta estatua, cuidadosamente almacenados en una cámara interior, se descubrieron en la cueva de Stadel, en el sudeste de Alemania, pocos días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Sabemos que grupos de Homo sapiens cazaban mamuts, renos, bisontes, caballos salvajes y otros animales en la región, pero no parecen haber vivido en la cueva de Stadel. Como en las cuevas de Lascaux, en Francia, quizá la reservaron para rituales comunitarios donde las personas se reunían para representar mitos que otorgaban sentido y propósito a sus arduas y a menudo aterradoras vidas: el cuerpo del Hombre León está desgastado, como si hubiera sido reiteradamente manipulado y acariciado mientras los adoradores contaban su historia. También muestra que los seres humanos ya eran capaces de pensar en algo que no existe. El individuo que lo manufacturó era plenamente humano, ya que el Homo sapiens es el único animal con la capacidad para concebir algo no inmediatamente evidente o que aún no existe. Por lo tanto, el Hombre León es un producto de la imaginación, que Jean-Paul Sartre definía como «la capacidad para pensar en lo que no existe». Los hombres y mujeres de esta época vivían en una realidad que trascendía lo espiritual y lo factual, y a lo largo de la historia los seres humanos no escatimarán esfuerzos para ello.
La imaginación ha sido la causa de nuestros mayores logros en ciencia y tecnología, así como en arte y religión. Desde una perspectiva estrictamente racional, el Hombre León podría desdeñarse como una ilusión. Sin embargo, los neurólogos afirman que en realidad no tenemos un contacto directo con el mundo que habitamos. Tan solo tenemos perspectivas que llegan a nosotros a través de los intrincados circuitos de nuestro sistema nervioso, por lo que todos nosotros —tanto científicos como místicos— solo conocemos representaciones de la realidad, no la realidad en sí misma. Afrontamos el mundo tal como se presenta ante nosotros, no como es intrínsecamente, por lo que algunas de nuestras interpretaciones podrían ser más adecuadas que otras. Estas noticias en cierto modo inquietantes implican que las «verdades objetivas» en las que nos basamos son inherentemente ilusorias. Estamos inmersos en una realidad que trasciende —o que «va más allá»— de nuestra comprensión intelectual.
En consecuencia, lo que consideramos como verdad está vinculado de forma inextricable a un mundo que construimos para nosotros mismos. Tan pronto como los primeros humanos aprendieron a manipular herramientas, crearon obras de arte para dar sentido al terror, al asombro y al misterio de su existencia. Desde el principio, el arte estuvo estrechamente relacionado con lo que llamamos «religión», que en sí misma es una forma de arte. Las cuevas de Lascaux, lugar de culto desde el 17000 a. C., están decoradas con pinturas numinosas de la vida salvaje local, y cerca, en el laberinto subterráneo de Trois Frères en Ariège, hay tumbas espectaculares de mamuts, bisontes, glotones y bueyes almizcleros. Dominando la escena se alza una gran figura pintada, medio hombre, medio bestia, que fija sus enormes y penetrantes ojos en los visitantes que cruzan el túnel subterráneo que franquea el único camino hacia este templo prehistórico. Como el Hombre León, esta criatura híbrida trasciende nuestra experiencia empírica, pero parece reflejar cierta unidad subyacente en lo animal, lo humano y lo divino.
El Hombre León nos introduce en muchos temas relevantes de nuestra discusión sobre la escritura sagrada. Demuestra que desde los inicios hombres y mujeres cultivaban deliberadamente una percepción de la existencia que difería de lo empírico y manifestaba un apetito instintivo por un estado superior del ser, a veces llamado lo Sagrado. En lo que se conoce como «filosofía perenne», por encontrarse en todas las culturas hasta el periodo moderno, se dio por sentado que el mundo estaba atravesado por y encontraba su fundamento en una realidad que excedía el alcance del intelecto. Esto no resulta sorprendente, ya que, como hemos visto, estamos rodeados por la trascendencia: una realidad que no podemos conocer objetivamente. En el mundo moderno, tal vez no cultivemos este sentido de la trascendencia con tanta asiduidad como nuestros antepasados, pero todos hemos conocido momentos en los que nos hemos sentido profundamente conmovidos, momentos en los que nos hemos alzado momentáneamente más allá de nuestra identidad cotidiana y hemos habitado nuestra humanidad con mayor plenitud de lo habitual; generalmente gracias a la danza, la música, la poesía, la naturaleza, el amor, el sexo o el deporte, así como lo que llamamos «religión».