V
La vanidad en el hombre y la mujer
La vanidad femenina, incluso si no fuera mayor que la de los hombres, tiene de malo que se vuelca completamente hacia cosas materiales, como por ejemplo su belleza personal, y luego las joyas, la riqueza y el lujo. De ahí que la sociedad sea el elemento de la mujer. Este hecho, unido a la cortedad de su razón, la inclina al derroche, por lo que ya un antiguo decía: δαπανηρὰ φύσει γυνή [«la mujer es derrochadora por naturaleza», Menandro, Sentencias, 97]. Entre los hombres, en cambio, la vanidad se dirige a menudo hacia rasgos del carácter, que no son materiales, como la inteligencia y la erudición, la valentía y cosas semejantes.
La vida
La vida se parece a una pompa de jabón, que conservamos y seguimos inflando tanto tiempo como podemos, aunque sepamos con certeza que explotará.
La vida oscila, como un péndulo, entre el dolor y el aburrimiento.
La vida de la mayoría de la gente es solo una lucha ininterrumpida por conservar esa misma existencia, a pesar de la firme convicción de que llegará un día en que se perderá.
La vida es un mar lleno de peñas y torbellinos que el hombre evita con la mayor cautela y precaución, a pesar de que sabe que, aunque consiga deslizarse entre ellos empleando todas sus fuerzas y conocimientos, con cada paso que da se aproxima más al naufragio total, inevitable e irreversible, e incluso navega directamente hacia él, es decir, hacia la muerte: esta constituye el destino final de la agotadora travesía, y es para él peor que todos los escollos que haya podido sortear.
Toda vida humana avanza fluyendo entre el deseo y la satisfacción del mismo. El deseo es, por su propia naturaleza, dolor; la satisfacción engendra rápidamente el hastío; el fin se revela como aparente; conquistar algo empaña su atractivo; deseo y necesidad se restituyen bajo una nueva apariencia; de no ser así, sobrevienen la monotonía, el vacío, el aburrimiento, no menos difíciles de combatir que la necesidad.
La vida de cada individuo, si se la contempla en su conjunto reparando solo en sus rasgos más significativos, es en realidad una tragedia; pero analizada en sus detalles, tiene carácter de comedia.
La vida se nos presenta como un continuo engaño, tanto en lo grande como en lo pequeño.
La vida es un mal. ¡Es un velo que oculta al ser, una carga que la voluntad lleva a rastras! ¡La vida es una caída, es el gran pecado original!
La vida se presenta como una tarea, un pensum que hay que absolver, y por lo tanto, en términos generales, una lucha incesante contra la necesidad. Según ello, cada uno busca atravesarla y sobreponerse a ella tan bien como puede; salda su deuda con ella como una penitencia que hay que cumplir. ¿Pero quién contrajo esa deuda? Su progenitor, al disfrutar de la lujuria. Así pues, por el hecho de que alguien haya disfrutado, otro tiene que vivir, sufrir y morir.
La vida debe entenderse, bajo todo punto de vista, como una severa lección que se nos imparte, aunque nosotros, con nuestras maneras de pensar orientadas hacia fines totalmente distintos, no podamos comprender qué hizo que la necesitáramos.
La virginidad
La virginidad es hermosa no porque sea una forma de abstinencia, sino porque es una forma de prudencia, en cuanto evade las trampas de la naturaleza.
Visitantes del zoológico
Un animal raro y extraño no puede ser meramente contemplado; hay que estimularlo, incomodarlo, jugar con él, y así experimentar sus acciones y reacciones.
La vivisección
Cuando yo estudiaba en Gotinga, el profesor Blumenbach nos hablaba con gran celo en su clase de fisiología acerca de lo terrible que son las vivisecciones, y nos presentaba su crueldad y horror en todo su alcance, añadiendo que precisamente por eso solo se debía recurrir a ellas en casos extremadamente raros e investigaciones de suma importancia que tuvieran beneficios inmediatos; incluso así, las vivisecciones debían recibir toda la publicidad posible, y realizarse en un gran salón de conferencias, una vez cursadas invitaciones a todos los miembros de la facultad de medicina, para que de ese modo el cruel sacrificio que se hacía en aras de la ciencia produjera el máximo beneficio. Hoy día, en cambio, cualquier medicucho se siente con derecho a practicar en su cámara de martirios las más crueles torturas de animales, con el fin de resolver problemas cuya solución hace tiempo que figura en libros en los que él es demasiado flojo e ignorante para meter sus narices. Nuestros médicos ya no tienen la formación clásica de otrora, que les daba una cierta humanidad y una pátina de nobleza. Ahora se trata de ir lo antes posible a la universidad, donde lo único que preocupa es aprender a aplicar compresas para luego hacer fortuna.
Los biólogos franceses parecen sentar la pauta con su ejemplo, y los alemanes no les van a la zaga en aplicar los más crueles martirios, que suelen ser numerosos, sobre animales inocentes, para decidir asuntos puramente teóricos y a menudo muy fútiles. Quisiera demostrar lo dicho con un par de ejemplos que me han indignado particularmente, aunque no se trate de casos aislados, sino de dos en un centenar. ¡El profesor Ludwig Fick, de Marburgo, reporta en su libro Sobre las causas de las formas óseas (1857) que les ha extirpado a animales jóvenes los globos oculares para confirmar su hipótesis de que una vez sucedido esto los huesos siguen desarrollándose dentro de las cavidades!
Mención aparte merece la atrocidad que cometió el barón Ernst von Bibra, de Nuremberg, que cuenta al público en sus Investigaciones comparadas sobre el cerebro del hombre y de los vertebrados (Maguncia, 1854, pp. 131 y ss.) con una ingenuidad incomprensible y tanquam re bene gesta [cual si fuera una buena acción]: ¡Dejó sistemáticamente que dos cachorros se murieran de hambre para llevar a cabo la investigación completamente ociosa e inútil acerca de si el cerebro sufría algún cambio químico debido a la muerte por inanición! Para beneficio de la ciencia… n’est-ce pas? ¿Acaso a estos señores de bisturí y marmita no se les ha pasado por la mente que ante todo son seres humanos, y solo después químicos? ¿Cómo se puede dormir en paz mientras se tiene bajo llave, para que lentamente se mueran de hambre, a unos pobres animales apenas destetados? ¿No se tendrán pesadillas? […] ¿Y por qué permaneció impune la cruel acción del tal Bibra, en caso de que no pudiera ser evitada? Alguien que todavía tiene tanto que aprender de los libros, como es el caso de este señor Von Bibra, debería ser el último en pensar en exprimir por medio de crueldades las respuestas últimas que busca, sentando a la naturaleza sobre el potro de los tormentos para incrementar su saber; pues quizá los secretos que le está exprimiendo ya eran conocidos desde hace tiempo. En efecto, existen muchas otras e inocuas fuentes donde adquirir ese conocimiento, sin que sea necesario martirizar hasta la muerte animales indefensos. ¿Qué delito ha cometido un pobre cachorro para merecer que alguien lo atrape y lo someta al tormento de una lenta muerte por inanición? Nadie que no conozca ya todo lo que contienen los libros sobre el asunto que se investiga tiene derecho a practicar la vivisección.
Vocación profética de la razón surgida del espíritu de la etimología
Como antesala a la vocación profética de la razón se llegó al colmo de recurrir a aquella miserable broma de mal gusto según la cual, como la palabra Vernunft [razón] provendría de vernehmen [oír, entender], ello implicaría que la razón es una capacidad para oír eso que se llama «lo sobrenatural» ( νεφελοκοκκυγία , morada en las nubes del pájaro cucú). La ocurrencia tuvo una inmensa acogida, y fue frívolamente repetida hasta el cansancio en Alemania durante tres décadas; incluso se la llegó a convertir en piedra angular de construcciones filosóficas; y con todo, es totalmente evidente que aunque