Índice
A la memoria de Elías Metchnikoff, Frederick Byron Robinson y Alfred Pischinger, a los que, cuando señalaron inequívocamente un futuro de salud, la ciencia médica prefirió ignorar.
Introducción
Un cambio de paradigma
en las ciencias de la salud
El libro que tienes en tus manos, querido lector, pretende dar cuenta en detalle de un cambio de paradigma en la ciencia médica y en las expectativas de la salud, tanto física como mental, que beneficiará a la inmensa mayoría de la población. Dicho de otra forma, este libro explica los hechos que certifican la transición que media entre un antes y un después en la forma de abordar los tratamientos de un sinfín de dolencias.
Nada más y nada menos.
Pero vayamos por partes y empecemos por explicar qué significa un cambio de paradigma en la salud humana. Un paradigma viene a ser el marco teórico que define un área del conocimiento y, aplicado a la ciencia, de acuerdo con la definición clásica que el filósofo y científico Thomas Kuhn (1922-1996) hizo en su famoso libro La estructura de las revoluciones científicas , constituye el conjunto de creencias y prácticas que define una disciplina científica durante un periodo específico de tiempo.
Pues bien, en el caso de las ciencias de la salud, desde el diagnóstico, el tratamiento y la conclusión final —cuyo objetivo máximo siempre es y será la curación del enfermo—, los días que vivimos están siendo testigos de un cambio de paradigma, porque todo el marco teórico anterior habrá de ser revisado a la luz de los nuevos hallazgos en torno al papel de la flora intestinal —que llamaremos microbiota o microbioma por razones que se explicarán más adelante—, constituida por 100 billones de microorganismos que forman parte de nosotros o que, por decirlo así, van con nosotros.
De la misma forma que en el año 2003 se anunció a bombo y platillo la secuenciación del genoma humano —que hasta el presente no ha cumplido las expectativas que del mismo se esperaban—, en el año 2010 se concluyó, esta vez sin tanto ruido, pero con muchísimas más nueces, la secuenciación genética del microbioma intestinal. Es decir, el desciframiento de la caracterización y la variabilidad genética de las comunidades microbianas que viven en el tubo digestivo de los seres humanos y que arrojó un saldo de más de tres millones de genes, los cuales realizan unas veinte mil diferentes y sustanciales funciones. De ellas, cerca de cinco mil funciones eran totalmente desconocidas hasta el presente.
De nuevo, nada más y nada menos.
En la actualidad sabemos, por ejemplo, que, tanto por su peso como por sus funciones específicas, el microbioma intestinal debe pasar a ser considerado como un nuevo órgano y que la alteración del equilibrio del ecosistema intestinal, la disbiosis, está en estrechísima relación con la aparición de problemas como la obesidad, la diabetes, el asma, las alergias, la celiaquía, los eczemas atópicos y todo tipo de enfermedades autoinmunes, varios tipos de cáncer, además de una larga lista de alteraciones psicológicas y enfermedades mentales. En fin, que el microbioma intestinal tiene que ver con casi todo lo que nos hace enfermar o nos impide gozar de una razonable calidad de vida.
También sabemos, y esta es la buena noticia, que ese desequilibro, o disbiosis, puede corregirse o, incluso, revertirse la mayoría de las veces por medio de una herramienta terapéutica tan sencilla, y tan sin efectos secundarios, como la incorporación a la dieta de alimentos prebióticos y probióticos. Así de sencillo.
Y todavía hay más. Simultáneamente a esto, hemos descubierto que, como ocurre con la huella dactilar, en el mundo no existen dos microbiomas idénticos, y que esa caracterización específica depende de los hábitos nutricionales, del grado de medicalización de cada sociedad e individuo y de las prácticas higiénicas de cada entorno socioeconómico.
En paralelo, hemos averiguado que, a pesar de esta especificidad de cada individuo, la secuenciación del segundo genoma o metagenoma permite, como ya ocurre con los grupos sanguíneos, incluir a cada persona en uno de los tres grupos de composición bacteriana intestinal, que los científicos han denominado enterotipos .
Igualmente hemos averiguado que el haber descifrado el libro de instrucciones genéticas de la población bacteriana que habita nuestras profundidades intestinales nos permitirá a corto plazo establecer un nuevo concepto de «normalidad», a partir de parámetros analíticos como, por ejemplo, los referidos a la glucosa, la hemoglobina, los leucocitos o el colesterol.
También hemos descubierto que en el intestino humano se produce la mayor parte de la serotonina y casi la mitad de la dopamina que circulan por nuestro organismo, dos neurotransmisores relacionados con el placer y el confort espiritual. Y, como veremos, este es un más que singularísimo hallazgo de amplísimas y sensacionales consecuencias.
Y, sin duda alguna, lo más importante y revolucionario: que el ecosistema intestinal funciona como una suerte de segundo cerebro en permanente y bidireccional comunicación con el otro cerebro, que se aloja en el cráneo, y que hasta ahora creíamos único. Sí, lo que acabas de leer es cierto, querido lector. Totalmente cierto.
Dentro de la revolución para la salud física y mental que anuncian todos estos hallazgos sobre la colonia bacteriana que habita el sistema digestivo humano, no hay nada tan fascinante como el hallazgo de este sistema nervioso independiente compuesto por 500 millones de neuronas que se extiende desde el esófago hasta el ano y que, más allá de controlar la digestión y de representar un papel protagonista en el bienestar físico y mental, mantiene, insistimos en ello, un permanente diálogo informativo de doble dirección con el cerebro que se aloja en nuestro cráneo.
Así, el primer cerebro informa al segundo, y el segundo informa al primero de manera constante, se comunican entre ellos, dialogan y se intercambian datos vitales para el estado general del organismo de los seres humanos, determinando o induciendo su propensión a padecer una enfermedad, así como la forma en la que esta puede evitarse.
Ese sistema nervioso independiente es tan complejo que, a pesar de que no es propiamente nuestro, ya que pertenece a la comunidad de más de dos billones de bacterias que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, se ha dado en llamar «el segundo cerebro».
Un segundo cerebro que, según reconoce el doctor Michael Gershon, jamás compondrá silogismos, ni escribirá poesía ni abordará diálogos socráticos, pero que hoy sabemos que ha sido clave en el devenir de la cultura y el pensamiento humano. Dicho en la ejemplificación y el resumen que hace el propio profesor estadounidense: «Si René Descartes formuló su máxima “Pienso, luego existo”, fue porque sus intestinos se lo permitieron».
Si todo esto no es un nuevo paradigma de salud, que venga quien deba venir y lo vea. Esto es con toda propiedad un nuevo paradigma que abre de par en par las puertas a formas de diagnóstico y de abordajes terapéuticos sin precedentes, entre los que se incluyen desde trasplantes de microbioma intestinal —que ya son una realidad y que han supuesto la curación de enfermos prácticamente desahuciados— a una generación de insólitos medicamentos metagenómicos con los que dar una respuesta eficaz y no lesiva a multitud de enfermedades y dolencias.
Como consecuencia de todo lo que acabamos de exponer, el futuro de la salud se está escribiendo en brillantes trazos y ahora mismo. Sí, ahora mismo se están abriendo multitud de expectativas en el diagnóstico y el tratamiento de un amplísimo conjunto de enfermedades, estados carenciales o disfunciones orgánicas, que van desde los problemas emocionales que cada vez golpean con más fuerza al mundo desarrollado, como la depresión, la ansiedad o el estrés, a las enfermedades crónicas que marcan decisivamente el presente y el futuro de sociedades como la nuestra, cada vez más envejecidas y, por lo tanto, más propensas a padecerlas.