Charles Ferguson, que sorprendió al mundo entero con su oscarizado documental Inside Job, explica ahora en su libro del mismo título cómo una élite depredadora ha ido tomando progresivamente el control de Estados Unidos y muestra las redes de influencias académicas, financieras y políticas que les han allanado el camino hacia el poder. Con un estilo que cautiva desde las primeras páginas, Ferguson narra con todo detalle cómo, a lo largo de las últimas décadas, Estados Unidos ha experimentado una de las transformaciones sociales y económicas más radicales de su historia: ha convertido al mundo financiero en el principal impulsor de su crecimiento y ha reducido al mínimo la presión fiscal, lo que ha acabado beneficiando solamente a las empresas más ricas. Este cambio no se ha producido por casualidad.
El autor muestra cómo los dos grandes partidos políticos norteamericanos han quedado sometidos a una élite adinerada. La administración Clinton se encargó de desmantelar los controles regulativos que protegían al ciudadano medio de la especulación financiera. El equipo de Bush destruyó la base de los ingresos federales mediante los recortes fiscales grotescamente sesgados en favor de las clases pudientes. Y la Casa Blanca de Obama ha permitido que los financieros sigan actuando de forma totalmente impune, incluso después de las supuestas «reformas» introducidas después del colapso financiero de 2008.Basándose en numerosos expedientes judiciales hechos públicos recientemente, el autor detalla la gravedad de los delitos cometidos en la frenética persecución de la riqueza que provocó la crisis financiera.
Por último, esboza un plan de acción para que recuperemos el control sobre nuestras vidas y nuestros sueños.
Charles Ferguson
Inside Job
ePub r1.0
casc 04.08.15
Título original: Predator Nation
Charles Ferguson, 2012
Traducción: Ramon Vilà
Retoque de cubierta: casc
Editor digital: casc
ePub base r1.2
A Athena Sofia y Audrey Elizabeth,
dos mujeres que cambiaron mi vida.
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La situación actual
Se han escrito ya muchos libros sobre la crisis financiera, pero hay dos razones por las que me ha parecido importante escribir uno más.
La primera razón es que los chicos malos se salieron con la suya, un hecho que extrañamente ha suscitado escaso debate público. Cuando en 2011 recibí el Oscar al mejor documental dije: «Tres años después de una terrible crisis financiera provocada por un fraude masivo, ni un solo directivo financiero ha ido a la cárcel. Y eso está mal». Cuando más tarde preguntaron a los altos responsables de la administración Obama por esta ausencia de actuaciones judiciales, estos respondieron con evasivas en el sentido de que, o bien no se habían producido hechos ilegales, o bien las investigaciones seguían su curso. Ninguno de los principales candidatos presidenciales republicanos ha mencionado siquiera la cuestión.
A comienzos de 2012 siguen sin presentarse cargos penales contra ningún alto directivo financiero en relación con la crisis financiera. Tampoco ha habido ningún intento serio por parte del gobierno federal de recurrir a procedimientos civiles, embargos u órdenes de restricción para imponer multas o compensaciones a los responsables de hundir la economía mundial en una recesión. No es que falten pruebas de la existencia de comportamientos penalmente perseguibles. Desde el estreno de mi documental ha salido a la luz mucho material nuevo, sobre todo a través de cadenas de correos electrónicos y otras pruebas presentadas en juicios privados, que pone claramente de manifiesto que muchos banqueros, incluidos algunos altos directivos, sabían exactamente lo que ocurría y que sus actividades eran altamente fraudulentas.
Pero incluso dejando a un lado la crisis, disponemos ahora de pruebas de una conducta criminal generalizada e impune en el sector financiero. Más adelante repasaré la lista de todo lo que ya sabemos, que es mucho. Además de los comportamientos que provocaron la crisis, hay pruebas de colaboración por parte de grandes bancos estadounidenses y europeos en el fraude de Enron y otros, en el blanqueo de dinero para los cárteles de la droga y el ejército iraní, en casos de evasión fiscal, ocultamiento de bienes de dictadores corruptos, connivencia para fijar precios y muchas formas de fraude financiero. Tenemos hoy pruebas irrefutables de que a lo largo de los últimos treinta años el sector financiero estadounidense se ha convertido en una industria canalla (rogue industry). El progresivo aumento de su poder y su riqueza le ha permitido subvertir el sistema político estadounidense (incluidos ambos partidos políticos), el gobierno y las instituciones académicas para emanciparse de toda regulación. El avance de la desregulación fomentó a su vez que la industria financiera se volviera menos ética y más peligrosa, capaz de provocar crisis cada vez más profundas y comportamientos cada vez más abiertamente delictivos. Desde la década de los noventa, su poder ha sido suficiente para eximir a los banqueros no solo de cumplir en la práctica con la regulación, sino de cualquier persecución penal por sus acciones. El sector financiero es hoy una industria parásita y desestabilizadora que constituye un freno importante para el crecimiento económico de Estados Unidos.
Todo esto significa que el emprendimiento de acciones penales no es solo una cuestión de venganza o siquiera de justicia. La imposición real de castigos por la delincuencia financiera a gran escala es un elemento vital para la regulación financiera, la cual es a su vez esencial para la salud y la estabilidad económica de Estados Unidos (y el mundo). Es bueno que haya regulaciones, pero la amenaza de la cárcel ayuda a tenerlas presentes. Un renombrado experto en la cuestión, el gánster Al Capone, dijo una vez: «Se llega mucho más lejos en la vida con una palabra amable y una pistola que con una palabra amable sola». Si los directivos financieros tuvieran claro que irán a la cárcel si cometen fraudes importantes que pongan en peligro la economía mundial, y que sus ganancias ilegales serán confiscadas, serían considerablemente menos proclives a cometer tales fraudes y a provocar crisis financieras globales. De modo que una primera razón para escribir este libro es mostrar con todo lujo de detalles las pruebas que amparan la actuación penal. En este libro demuestro que buena parte de los comportamientos que subyacen a la burbuja y a la crisis fueron de naturaleza delictiva en sentido literal, y que su no persecución es casi tan intolerable como los comportamientos originales.
La segunda razón por la que me decidí a escribir este libro es que el auge de las finanzas predatorias es tanto el síntoma como la causa de un cambio aún más amplio y más inquietante en el sistema económico y político de Estados Unidos. El sector financiero es el núcleo de una nueva oligarquía que se ha aupado al poder en los últimos treinta años y que ha cambiado profundamente el estilo de vida estadounidense. Los últimos capítulos de este libro están dedicados a analizar cómo ha ocurrido esto y lo que supone para todos nosotros.
Alrededor de 1980, la sociedad estadounidense comenzó a experimentar una serie de cambios profundos. La desregulación, la inaplicación de la legislación antimonopolio existente y una serie de cambios tecnológicos llevaron a una creciente concentración de la industria y las finanzas. El dinero comenzó a desempeñar un papel cada vez más importante y más corruptor en la política. Estados Unidos comenzó a quedar rezagado respecto a otros países en educación, infraestructuras y el rendimiento de muchas de sus principales industrias. La desigualdad aumentó. Como resultado de este y otros cambios, las reglas del juego en este país se hicieron cada vez más injustas; es decir, comenzó a convertirse en una sociedad que niega las oportunidades a los que no han nacido en familias ricas, una sociedad más parecida a las dictaduras del Tercer Mundo que a una democracia avanzada.