Flores Damián - 39 escritores y medio
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- Libro:39 escritores y medio
- Autor:
- Editor:Libranda;Instituto Cervantes : Ediciones Siruela
- Genre:
- Año:2011
- Ciudad:Madrid
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39 escritores y medio: resumen, descripción y anotación
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El retrato literario es un género de gran tradición en nuestro país. Y, de hecho, muchos de los escritores que aparecen retratados en este libro escribieron, en algún momento, sobre sus contemporáneos. A veces, las menos, con devoción o admiración rendida; muchas, la mayoría, con medida ironía o suficiencia; otras, con humor o con sorna. Azorín y Baroja, Alberti y Neruda, y también Max Aub, Aleixandre, Juan Ramón y Gómez de la Serna hicieron retratos de otros escritores, lo que también, de algún modo, es una manera de retratarse a sí mismos.
Leer sobre los escritores, pararse en sus grandezas y pequeñas miserias, en sus hábitos cotidianos, manías y desasosiegos –el modo en que afilan el lápiz, el lugar donde escriben, la manera en que ordenan los libros–, aporta una dimensión de su literatura que se enriquece con todos esos rasgos a veces complementarios, también a veces contradictorios.
De ahí que, en general, los retratos de escritores, los mejores retratos, lleven inmediatamente a querer conocer su obra. Ojalá sea eso lo que ocurra con este libro.
Por ello, cuando hace ahora tres años Jesús Marchamalo y Damián Flores propusieron al Instituto Cervantes una serie de perfiles sobre escritores españoles e hispanoamericanos, se aceptó de inmediato su propuesta, en la medida en que podían servir para popularizarlos. Así nació Viajeros y estables, una serie que se ha venido publicando en la sección «Rinconete» del Centro Virtual Cervantes (www.cvc.cervantes.es), un lugar que desde hace ocho años viene incrementando sus contenidos y visitantes, y que se ha convertido en sitio de referencia de la lengua y la cultura en español en la Red.
Que ahora Viajeros y estables trascienda su dimensión virtual y salte al amigable mundo del papel y la letra impresa, es algo por lo que forzosamente tenemos que felicitarnos.
Estos treinta y nueve retratos y medio de Flores y Marchamalo constituyen un repaso a muchos de los nombres imprescindibles de la literatura contemporánea en español. Los textos, a veces rápidos esbozos de toda una trayectoria vital, otras minuciosas recreaciones de aspectos inéditos, a menudo insólitos, de los retratados, nos presentan el rasgo más inesperado de sus protagonistas: el frío de Baroja, el frenillo del espectral Valle-Inclán, los humores del elegante Cernuda y los misterios de su apellido, el eterno consulado de Gabriela Mistral, las erres de Carpentier y la singular biblioteca secreta de Cortázar, en Italia, formada por las centenares, tal vez miles de páginas de libros arrancadas que eran arrojadas por la ventanilla, una vez leídas, cuando viajaba en tren.
Si algo de original tienen estos perfiles es, precisamente, su tono desenfadado y transgresor, como mínimo poco protocolario, nada complaciente ni embelesado, pero sí marcado por una admiración lectora que se nota en cada página.
Onetti y Bergamín, Borges y Chacel, Huidobro y Machado, Gil-Albert y Vallejo… No es casual, naturalmente, ya que desde el principio existió la voluntad de que los escritores fueran de aquí y de allá, de esta y la otra orilla de una mar océana que aquí no separa sino que hermana, o confunde, que al fin es lo mismo, ya que vemos a escritores hispanoamericanos que han vivido y escrito en España, y también a españoles a los que el exilio condujo a una fraternal y generosa América en la que vivieron, trabajaron y escribieron, al punto de que las fronteras y las banderas acaban por mezclarse y confundirse en un sinfín de idas y venidas, viajes de ida y vuelta, de aquí y allá, de allí y de acá, en las que únicamente queda el común territorio del idioma.
Me gustaría también dedicar unas líneas a los autores. Jesús Marchamalo, conocido por su afición a visitar, airear y desempolvar los desvanes de la literatura: los libros, las bibliotecas y todo ese universo de leyendas e historias que permiten acercarse a la creación literaria, y en cuyo trabajo se percibe siempre una pasión y entusiasmo contagiosos. Respecto de Damián Flores, uno de los representantes ya consagrados de la joven pintura figurativa, y conocido por sus paisajes urbanos, luminosos y melancólicos, lo que este libro permite es descubrir una inesperada faceta de retratista, casi de caricaturista, que le lleva a enfrentarse a los personajes buscando en ellos sus rasgos distintivos: a veces acertadas deformaciones de un rasgo, a veces el llamativo realismo de la expresión. Su trabajo es, desde luego, el complemento perfecto a los textos, con los que dialoga y a los que enriquece.
Creo, finalmente, que este libro plantea una ocasión inmejorable de acercarse a algunos de los autores imprescindibles de la literatura en español del último siglo. Un completo mosaico en el que, pese a la obvia falta de teselas, se intuye el motivo con nitidez, pues todos los retratados tienen y tendrán un hueco en la historia de la literatura.
Gracias a Flores y Marchamalo podemos atisbar cómo se está esbozando.
César Antonio Molina
Director del Instituto Cervantes
Treinta y nueve y medio es un número descabellado. Resulta largo, afilado, tortuoso, difícil de transcribir, y está lleno de conjunciones. Plantea problemas de pronunciación, y suena a fiebre alta, a dolor de garganta y aspirina. No es fácil de recordar, ni de leer, tiene un algo irrisorio y es una permanente tentación al redondeo. A pesar de todo, o tal vez por todo ello, fue la cifra que acordamos.
Estoy convencido de que cualquier resumen, selección o antología esconde, por principio, algún capricho del compilador, alguna arbitrariedad no necesariamente maliciosa, y una razonable dosis de simpatías y diferencias secretamente ocultas, o confesas. De modo que si alguien busca incoherencias, lapsus y olvidos inexplicables –espero que no imperdonables–, seguro que encontrará aquí una generosa lista de ellos.
Tal vez, y a modo de descargo, sirva explicar que este libro comenzó siendo una colección de retratos de escritores. Una serie que, con periodicidad nunca pactada, se difundió por Internet en la sección «Rinconete» del Centro Virtual Cervantes. Durante algo más de tres años, Viajeros y estables –era su título original– se fue ocupando de autores en español, sin otro criterio expreso en su selección que el hecho de que, por uno u otro motivo, nos gustaran.
Así, la lista se fue alimentando de nuestros escritores favoritos, en primera instancia; de los imprescindibles, después; de los que siempre motivaron nuestro interés, y cuya lectura habíamos ido aplazando, más tarde; y al final, de un modesto número de excéntricos –raros, estrafalarios, desnortados– de cuyo hallazgo nos sentimos ingenuamente responsables.
Aun así, ha habido unas reglas no escritas, no estrictas, pero que sí se han respetado. La primera es que todos los escritores seleccionados debían estar muertos, lo que explicará, seguro, algunas de las ausencias. Opinan los expertos que la muerte es la frontera decisiva que permite establecer la auténtica dimensión literaria, la necesaria perspectiva, y creo que es cierto.
Otra de las condiciones fue que todos los escritores debían ser razonablemente contemporáneos, desde Galdós para acá, pasando por el 98 y el 27, los años cincuenta, y sólo algunos excepcionalmente más modernos.
Con todo, hay ausencias significativas. No han sido demasiados, pero sí ha habido escritores que se han resistido a ser retratados, con un empecinamiento que ha terminado por excluirlos. No daré nombres, pero sí cargo con la responsabilidad (venial) de no haber sabido encontrar en ellos el rasgo, la sombra, la historia definitoria o definitiva.
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