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Javier Menéndez Flores - Soñar no es de locos

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Javier Menéndez Flores Soñar no es de locos

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El Canto del loco (I): de los orígenes al estrellato

«Siempre supe que llegaría a grabar un disco.»

DANI MARTÍN

«La industria discográfica está al borde del desastre. La música grabada sigue descendiendo de manera imparable. Las ventas caen un 5,8 por ciento y el consumo per cápita ha pasado de dos discos de media comprados en el mercado legal en 2001 a uno, y de gastarse 17,3 euros ese año a 9,8. Encabeza la lista de los discos más vendidos Zapatillas, de El Canto del Loco.»

Fragmento de un artículo publicado en el diario

El País

Hasta el momento mismo de parar, de hacer un necesario alto en el camino para oxigenar las ¡deas y recuperar la ilusión perdida tras diez años de frenética actividad (los cuales se traducen en cinco discos de estudio, tres de directo, tres recopilatorios, uno de versiones, una reedición y más de un millar de conciertos), El Canto del Loco ha sido uno de los grupos españoles más rentables y, como sentenció con generosidad Andrés Calamaro, «el más convocante» de la primera década del siglo XXI.

Las cifras, que son frías como el hielo y no se casan con nadie, resultan desde luego irrefutables: ninguna otra banda de pop/rock de nuestro país -salvo Hombres G, y en su compañía- ha llenado campos de fútbol, algo que parecía reservado tan solo a las grandes estrellas internacionales, y muy pocas han vendido lo que ellos.

Además de su histórico aforo completo en el estadio Vicente Calderón, junto a los ya citados Hombres G, sus ídolos de adolescencia y hoy excelentes amigos, los cuatro integrantes de ECDL hicieron la machada de abarrotar tres noches consecutivas la madrileña plaza de toros de Las Ventas. Una gesta superlativa que ningún otro artista español ha logrado.

Ese récord, apabullante pero no inalcanzable, está ahí, a la espera de ser igualado o superado, y el que quiera y pueda, que se ponga a ello. Lo «único» que tiene que hacer es meterse en el bolsillo a sesenta mil almas que en ese momento, y hasta que la música cese, lo amarán por encima de cualquier otra cosa.

Cabe preguntarse qué tienen estos chicos que no tengan los demás grupos de música españoles para haber conseguido tamaño éxito, y la respuesta solo puede encontrarse desandando lo andado y volviendo a los orígenes de la formación. Pues ahí está la mayoría de las claves de todo lo que ha acontecido después.

Cuando Dani Martín y yo hablamos de hacer este libro, tuve claro que iba a tratarse de una biografía sobre su persona y no de El Canto del Loco, pero al mismo tiempo sabía que una y otra cosa iban ineludiblemente de la mano. Porque aunque él acaba de poner la primera piedra de su carrera en solitario y la apuesta le ha salido mejor que bien, no hay que olvidar que lo que es y tiene se lo debe por entero al grupo que creó, para el que ha escrito la práctica totalidad de las letras y compuesto, con la colaboración de su primo David, la mayoría de las músicas.

Ya en su casa de las afueras del norte de Madrid, el lugar en el que se desarrollaron las conversaciones con las que se puso en pie esta aventura biográfica, le pregunto de entrada a Dani cómo surgió la idea de montar un grupo y en qué año ocurrió exactamente.

Su voz resuena entonces en la habitación como si la pregunta le hubiera hecho reparar en un detalle de capital importancia, y la frase que escucho es una suerte de reflexión que podría servirnos de texto promocional del libro:

«Entre biografías de la casa de discos e historias y leyendas de la gente, creo que la historia de El Canto del Loco, bien, bien, bien, nunca se ha contado. A lo mejor porque éramos cinco y cada uno contaba la historia como la había ido viviendo en su momento de llegada. Pero la verdadera historia de El Canto del Loco surge allá por el año 95, cuando Iván Ganchegui y yo nos conocimos en la escuela de Cristina Rota y decidimos hacer canciones…».

La prehistoria

Hay que remontarse, pues, al ecuador de la década de los noventa, el mismo año en que Antonio Flores muere, Alejandro Sanz edita su cuarto álbum de estudio, 3, y Enrique Iglesias debuta en la escena musical -parece ser que sin la omnipotente ayuda paterna- con un disco que lleva su propio nombre por título. Pero la verdad es que, a pesar de que Dani no fuera consciente de ello, todo había comenzado muchísimo antes.

En realidad, Daniel Martín García, madrileño de 1977, creció con el veneno de la música en la sangre. De niño escuchaba los discos de flamenco que su padre ponía en casa, y las voces hondísimas de Manolo Caracol, la Paquera de Jerez, Camarón o Enrique Morente le pellizcaban el alma y le levantaban el vello de la piel. Aunque también le emocionaba el repertorio melódico de Julio Iglesias o José Luis Perales, cantantes que a día de hoy siguen contando con su respeto y admiración.

Aquel poso quedó ahí, y al ingresar en la adolescencia su ilimitada curiosidad lo convirtió en una centrifugadora capaz de asimilar todo tipo de música. Le gustaban, como ahora, las canciones, independientemente del estilo al que perteneciesen, y devoraba discos que nada tenían que ver entre sí:

«En esa época escuchaba todo tipo de música: Poison, Guns N’ Roses -aún tengo el vinilo de Appetite for Destruction con la portada que luego prohibieron, en la que sale una especie de monstruo violando a una chica que vende muñequitos, y que fue sustituida por la cruz con las calaveras-, AC/DC, Kortatu, La Polla Records, Hombres G, Los Ronaldos, Los Piratas, mucho hip-hop, Alejandro Sanz, Camarón, Serrat, Sabina… A mí me gustaba la música en general, y todo lo que fuera música me “generaba” y estimulaba. Compraba las revistas Heavy Rock y Kerrang!, pero también Smash Hits, en la que salían Los Ronaldos. La verdad es que no era de una tribu, no era heavy o rocker, sino que escuchaba a una gran variedad de grupos y de ahí salía mi propia música».

Su «propia música» no tardó demasiado en aflorar, pues antes de poner en marcha El Canto del Loco formó parte de otros dos grupos, Sin Comentarios, en el que se limitaba a observar y aprender, y Rosa Negra, en el que cantaba arropado por otros músicos. Dani empieza a hablar con gesto sonriente de aquellos días en los que todo estaba por hacerse y él aún podía caminar por la calle sin que le pidieran fotos y autógrafos, como un chico cualquiera:

«El primer grupo que tuve se llamaba Sin Comentarios. Los otros miembros eran Carlos Piris, Antonio, Ríchar y Javi Igualada. Carlos hacía versiones de U2 y creo que sigue teniendo una banda con Antonio, y de Javi y Ríchar no he vuelto a saber nada. Recuerdo que Javi tocaba muy bien el piano, que era músico-músico. Y ahí tocábamos canciones de ellos. Yo ya me había lanzado a componer, pero como había entrado de vocalista, y además era el más joven, no me atrevía a decirles que quería incluir canciones mías. Lo que hacíamos era muy pop. Llegamos a tocar en el certamen Villa de Madrid, en el parque Enrique Tierno Galván, de teloneros de un grupo que se llamaba Las Novias. Luego ya monté una cosa en solitario, con músicos, que se llamaba Rosa Negra y que era más rock. Empecé a dar clases de guitarra eléctrica con un profesor -creo que se llamaba Jorge- de la urbanización en la que me he criado con mis padres. Él era un poco mayor que yo y me enseñó los acordes. Mi guitarra era una Aria Pro, como de heavy. Igual que la que llevaba Carlos Raya en Sangre Azul. Bueno, pues ese chico y yo hicimos algunas canciones juntos. Una de ellas se titulaba Rosa negra y era la historia de una yonqui. Hicimos cuatro o cinco temas que ni siquiera están registrados. De hecho, no recuerdo muy bien las letras ni las melodías. Y si hay grabaciones de entonces, yo, desde luego, no las tengo. En aquella época iba a clases de arte dramático con la madre de Alejo Stivel, Zulema Katz, y siempre le decía a este chico que iba a llevarle una cinta nuestra para que se la diera a Alejo, pero nunca lo hice. Ahí tenía dieciséis años y ya estaba completamente enganchado a la música. Aunque, a decir verdad, creo que he estado enganchado a la música desde pequeño.

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