L A TRADUCCIÓN DEL INDIO DE LOS TRES D IÁLOGOS DE AMOR DE L EÓN H EBREO
No sepuede negar que no sea grandísimo... Comienza con una de las figuras retóricas más típicas del discurso oratorio, laudatorio, etc.; la fórmula por negación torna más acentuada la expresión que si se hubiese afirmado de forma directa.
Toscano. Italiano.
Concurren tantas causas. El gusto razonador del Inca sale a relucir en todos los prólogos y dedicatorias, así como en algunos capítulos de sus narraciones. Su conocimiento de los autores españoles del siglo XVI , ubicables dentro de la llamada Segunda Escolástica —tan amigos de hilvanar distingos y argumentaciones de causa (vertiente aristotélico-tomista)—, y también, en parte, la lectura de los humanistas italianos —más cerca de la vertiente neoplatónica—, explican esta óptica silogística.
Cabeza de aquellos reinos y provincias. Cuando escribe el Inca, en 1586, ya hacía medio siglo que la capital de «aquellos reinos» se llamaba Ciudad de los Reyes: Lima. Al engalanar todavía al Cuzco como «cabeza», el Inca mostraba que su imagen del Perú era la del territorio dominado por los incas, con centro en el Cuzco —‘ombligo’, insistirá en traducir en los Comentarios reales—, y no la sobrepuesta por los españoles con el virreinato comandado por Lima. Recordemos su declaración en el capítulo XXIV del libro IX, de la primera parte de los Comentarios: «mi patria (yo llamo así a todo el Imperio que fue de los Incas)».
Primiciaso primogenitura. Pensaba el Inca que su traducción era el primer libro publicado por un americano. Durand puntualiza: «El primer libro impreso escrito por un americano, que en realidad no es los Diálogos de Amor que es el primer Gran Libro, sino un tratado del criollo mexicano Juan Suárez de Peralta […] sobre temas de equitación» (en Nuevos estudios sobre el Inca Garcilaso. Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú, p. 224). Lo que sí, es el primero impreso por un peruano.
Que es en gloria. Que ha muerto y goza de la gloria de Dios en el Cielo.
Con la espada y con la pluma. Esta expresión la adoptará como lema del escudo que, conforme a una concepción suya que reúne sus dos linajes —inca y español—, pondrá al frente de la edición de la primera parte de los Comentarios reales. Alude a un prestigioso tópico, el de alcanzar la honra y la gloria con las «armas» y las «letras» —ora con una, ora con la otra, mucho mejor con ambas— que había logrado, en la España de Carlos V, una alta encarnación en la vida y obra del poeta toledano —tío de nuestro Inca— Garcilaso de la Vega. En sus siguientes libros, el Inca tendrá oportunidad de aplicar el tópico de modo general a los romanos, y de modo especial al gran estratega y escritor Julio César; también enaltecerá al conquistador de México, Hernán Cortés, por haber emulado a Julio César, en tanto fue dotado cronista a la par que guerrero connotado.
El haberme cabidoen suerte ser de la familia y sangrede los Incas. Garcilaso subraya su condición regia, «real», y de un territorio que sigue presentando con el Cuzco como «cabeza». No hay timidez, entonces. Hay concordancia con quien enfatiza, desde la portada del libro, que es la traducción de un indio, y que este firma con derecho Garcilaso Inca de la Vega.
Soy hijo de Garcilaso dela Vega, vuestro criado […] oficiode capitán y de soldado. Nótese que, en el caso de la madre, se limitaba a apuntar su estirpe de reyes; en cambio, en el caso del padre, arremete contra la acusación, difundida por el Palentino y otros cronistas, de que su padre ayudó al rebelde Gonzalo Pizarro, y lo hace extendiéndose en mayor espacio para pintarlo toda la vida al servicio de la Católica Majestad, sumándole los méritos de dos hermanos suyos. Reivindicar a su padre está en el germen mismo de la decisión del Inca Garcilaso de consagrarse a las letras, como lo han subrayado Porras Barrenechea, Miró Quesada y Durand. La reivindicación recorrerá todos sus libros, hasta desplegase por completo en la segunda parte de los Comentarios reales, la cual incluye un retrato encomiástico del capitán Garcilaso: el panegírico fúnebre —unas 15 páginas— que le consagró un religioso (cf. libro VIII, capítulo XII).
Soy asimismo sobrino de don Alonso de Vargas […] descansar de los trabajospasados. A la vez que rinde merecido tributo al pariente que lo protegió en España como una especie de «segundo padre», el Inca se detiene a recordar las cualidades de un hermano de su padre cuya ejecutoria era ampliamente conocida en la Corte, y que no estuvo sujeta a los tejemanejes e infundios de los conquistadores del Perú y sus cronistas.
Otro hermano […] Vuestra Católica Majestad. Añade el recuerdo de un tío que murió combatiendo a los rebeldes contra Felipe II, con lo cual intenta restarle asideros al pasaje en el que el Palentino indica que el rebelde Gonzalo Pizarro salvó de morir en la batalla de Huarina porque el capitán Garcilaso le dio su caballo. Cf. el comentario que haremos al texto 16 de los Comentarios.
Ni lalengua italiana […] la mía natural. Clarísima declaración de que su lengua materna —tanto en el sentido de la lengua de su madre, como de la primera que aprendió— fue el quechua, a la cual sumará afirmaciones similares —bebió en la leche materna lo que cuenta...— en los Comentarios reales.
Nide escuelas pude […] vuestra real persona. Reconoce su precaria educación, de niño y adolescente en el Perú, rodeado «de armas y caballos»; pero, a continuación, aclara que pasó a vivir en España «a mejorarse en todo». Con elegancia sugiere que, aunque con tardanza, adquirió una educación esmerada, que le ha permitido traducir a León Hebreo, demostrando familiaridad con el Humanismo y con el rico ambiente intelectual de la Segunda Escolástica de España. Sin romper con las exigencias de «modestia» de una dedicatoria, el Inca ha sabido dar a entender su capacidad, adquirida con grandes y prolongados trabajos, a tal punto que ha terminado su primer libro —y solo es una traducción— cerca de los 50 años de edad. No percibimos, pues, timidez; tampoco el afán de retratarse —estratégicamente, como una «defensa»— como un indio de escasas letras, que encuentra Avalle-Arce.
Aquí se verá […] imitando alomnipotente Dios que tanto procuráis imitar. En dos escasas líneas, el Inca resume el contenido de los Diálogos de Amor: «qué sea el amor, cuán universal su imperio, cuán alta su genealogía». Y lo liga inmediatamente con la petición de que Felipe II practique el Amor, emulando a su fuente primera y perfecta —su origen, su «genealogía»—: Dios —definido como Amor en varios pasajes de la Biblia—. Nótese la habilidad verbal con que pide que reciba «su genealogía», connotando no solo la genealogía del Amor según León Hebreo, sino la propia genealogía de Garcilaso, extensamente encarecida en el párrafo precedente. Porque el deseo del Inca supone que, al aceptar Felipe II su traducción —«humilde y pequeño servicio», presente «pequeño»—, reconozca —«reciba»— sus méritos —«genealogía», especialmente la infamada de su padre—. Debe ser el Amor el que guíe los actos de Felipe II, y no el prestar oídos a infundios e intereses subalternos, ni mucho menos ser descortés con un vástago de sangre real, como lo es el cuzqueño Garcilaso.