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Daniel Balmaceda - Historias de letras, palabras y frases

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  • Libro:
    Historias de letras, palabras y frases
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial
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    2014
  • Ciudad:
    S.A.U
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Historias de letras, palabras y frases: resumen, descripción y anotación

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Daniel Balmaceda Historias de letras palabras y frases Sudamericana A - photo 1

Daniel Balmaceda

Historias de letras, palabras y frases

Sudamericana

A Silvia, Pancho y Sofía Balmaceda

INTRODUCCIÓN

El lenguaje es una cualidad distintiva de nuestra inteligencia. Ese rasgo tan peculiar no nos llegó dentro de una caja con instrucciones para su instalación. El largo proceso de asimilación del lenguaje se inició con la imitación de ruidos y voces. El hombre reproducía los sonidos que escuchaba en la naturaleza, incluidos los de otros animales. Con ese caudal acotado se lanzó a expresar. Fue el comienzo de la comunicación. La misma ha evolucionado a través de los siglos y hoy nos permite establecer este contacto.

Hace unos años escribimos Historia de las palabras. En esa oportunidad, experimentamos el placer de compartir aquello que tanto nos sorprendía sobre la génesis de varios términos. Luego descubrimos más sorpresas, ya que no habíamos imaginado que el tema iba a entusiasmar a tantos lectores. Por otra parte, la natural pasión por este tipo de investigaciones (donde uno sigue resolviendo enigmas y encontrando fuentes valiosas, aun cuando ya terminó de escribir y publicó) nos puso frente a un nuevo repertorio. Por supuesto que, de la misma manera en que las voces no llegan juntas al lenguaje, estos conocimientos fueron sumándose con el tiempo. La reacción al encontrarnos con los primeros hallazgos fue lamentarnos de que no estuvieran en el libro ya publicado. Por suerte, surgieron más vocablos y terminamos parados frente a un mar de palabras con orígenes curiosos. Decimos por suerte, porque esta circunstancia se unió con varios mensajes de lectores que reclamaban un nuevo libro y más historias.

En esta oportunidad se han incorporado otras protagonistas. Nos referimos a las letras y las frases. Imposible resistirse a contar cómo la hache no es tan muda como parece o por qué la eme tiene esa forma. ¿Cómo no dedicarle un capítulo al hombre que nos dejó la jota antes de ser lanzado al río Sena? Son historias que valen la pena, como la del evasor que murió en la cárcel pero nos legó un signo matemático fundamental.

En cuanto a las frases, conoceremos quiénes iban a la mar en coche, quién perdió la silla en Sevilla, por qué el turco en la neblina no es de Turquía sino de Salta o cómo nació la pregunta: “¿Qué gusto tiene la sal?”.

Desde ya, seguimos explorando el mundo de las palabras para saber qué tuvo que ver Carlos II de Inglaterra con los shoppings y la estrecha relación entre el juego de bochas y los bailes o entre los versos y el arado. El atorrante, la hinchada, los duendes, el primer anfitrión, los gorilas, las cholulas, el Ratón Pérez, los campeones, Hércules, Poncio Pilatos, los donjuanes, el Llanero Solitario, Colón y los delfines participan de la Historias de letras, palabras y frases que intenta recrear instantes cruciales del pasado donde surgió parte del manantial de voces que nos acompañan todo el tiempo.

En los más de sesenta capítulos habrá datos para asombrarse (ya que estamos: en un principio, “asombro” era el susto y espanto del caballo cuando se movía una sombra). Descubriremos que septiembre fue una hora, que los primeros baqueteados fueron los soldados, que muchos salían a cantar para recibir el aguinaldo, que a Julio César lo mataron en la Torre Argentina, que el dial estaba en los relojes y que I la latina en realidad era griega.

Las palabras tienen alma, tienen ángel. Eso puede advertirse con absoluta claridad cuando leemos a los grandes escritores y poetas, a quienes supieron encastrar el verbo adecuado, a quienes han dominado el arte de darle musicalidad a la frase y que siempre entenderán que a veces un vocablo de tres sílabas es mucho más adecuado que uno de dos. Si un lector se tropieza en los textos que escribimos, no es por su torpeza, sino porque nos falta el talento para comunicar con la destreza de los genios. Eso no significa que debamos dar por perdidas todas las batallas. Creemos que conocer la vida de cada palabra nos acercará a su esencia y estaremos en condiciones de comunicar con mayor profundidad.

El espíritu del primer libro se mantiene. Pero cambian el recorrido y los escenarios. Una vez más, agradecemos que nos permitan acompañarlos en este paseo por el tan interesante mundo de las letras, las palabras y las frases.

HÉROES CATADORES

Un buen banquete, hace dos mil años, no era tal si no se hacía la salva. El encargado de ejecutarla podía ser un vasallo, un soldado o un esclavo, dependiendo de cada situación. El rey, el general o el amo tomaba un bocado de su plato —también lo hacían con la bebida— y se lo pasaba al salvador para que lo probara. Si se mantenía en pie, podía comerse. Si no superaba la prueba, retiraban el plato de inmediato y, sin tanto apuro, el cuerpo del sacrificado comensal (o, mejor dicho, del comensal sacrificado). No había nada más parecido a un fusible. Claro que esto era la ruleta rusa de los catadores de alimentos y bebidas, pero muchos se sentían privilegiados por tener ese papel, sobre todo en tiempos de hambruna.

Por lo tanto, “hacer la salva” era conseguir que alguien estuviera a salvo de los conspiradores. Comenzó a multiplicarse la costumbre de lanzar voces de aprobación una vez que el vasallo había superado la prueba: se celebraba, no que hubiera sobrevivido, sino que el personaje protegido no corría peligro.

En el mismo sentido, cuando las legiones gritaban “Ave César, morituri te salutan” (Salve César, los que van a morir te saludan), estaban anunciándole que se encontraba a salvo y, además, al decir “te saludan” lo que hacían era “desearle salud”. Así como Ave César era el saludo al emperador, Ave María es la salutación a la Virgen.

La ceremonia de hacer salva derivó en otra, la del brindis. Esta era una tradición alemana —la palabra “brindis” proviene de la fórmula ich bring dir’s (yo te lo ofrezco) —, pero también se practicó en otras regiones donde se la denominó salva. Concretamente, consistía en el acto de interrumpir una conversación, incluso algún discurso, para rendir un homenaje. De esa acción proviene la frase “hacer una salvedad”, en el sentido de interrumpir o desviar lo que se está diciendo. También allí debe buscarse la explicación del adjetivo “salvo” como sinónimo de excepción.

Asimismo, la celebración, el brindis y el homenaje llevaron a una nueva acepción de “hacer salva”. Nos referimos al saludo de un buque. Cuando un barco equipado con armamento ingresaba en un puerto extranjero, lanzaba algunas bombas al aire, señalando de esa manera que vaciaba sus cañones, es decir, que no arribaba con intenciones bélicas. La acción no pretendía dar a entender que se deshacían del arsenal del buque. Pero el solo hecho de disparar cada uno de los cañones y vaciarlos permitía dar cierta seguridad, ya que la acción de recargarlo demandaba un tiempo (por ejemplo, había que esperar que el cañón se enfriara) y jamás tomaría por sorpresa a la guardia del puerto.

El hábito de hacer salva se convirtió en un código militar de varias naciones y también fue implementado en tierra firme. Aún hoy es común hacer salva de 21 cañonazos en determinados homenajes.

Una necesidad de economía de pólvora hizo que se inventaran las balas de salva, incluso para las armas de fuego portátiles. Son aquellas que solo replican el estampido. Inofensivas, como aquel plato de comida que ya fue probado por el esclavo.

COMIENDO ESTABAN LOS GANSOS

El hígado es uno de los principales órganos de los animales y, como alimento, posee un alto valor nutricional, aportando hierro, proteínas y vitamina A. En Atenas, durante su época dorada, lo convirtieron en un plato de prestigio. Tanto el hígado de pato como el de ganso fueron los preferidos y en las granjas encontraron la fórmula para sacar el máximo provecho. ¿Qué hacían? Seleccionaban las aves más jóvenes del corral y las alimentaban exclusivamente con higos por cuatro o cinco meses. De esta manera, lograban aumentar el volumen del animal y, lo más importante, de sus órganos. El hígado graso alcanzaba un peso de alrededor de 1,3 kilos. Llamaron a este plato

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