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BALMACEDA - Historia de las palabras

Aquí puedes leer online BALMACEDA - Historia de las palabras texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: S.A.U, Año: 2011, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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BALMACEDA Historia de las palabras
  • Libro:
    Historia de las palabras
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial
  • Genre:
  • Año:
    2011
  • Ciudad:
    S.A.U
  • Índice:
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A Francisco Sofía y Silvia Balmaceda INTRODUCCIÓN Tengo la suerte de haber - photo 1
A Francisco Sofía y Silvia Balmaceda INTRODUCCIÓN Tengo la suerte de haber - photo 2

A Francisco, Sofía y Silvia Balmaceda

INTRODUCCIÓN

Tengo la suerte de haber podido reunir en un mismo libro dos de mis pasiones, la historia y la palabra. Porque de la misma manera que alguna vez pudo despertarme curiosidad el nombre de una calle, siempre me ha interesado conocer los orígenes de los vocablos. ¿Por qué uno puede encontrar cálculos en la vesícula y en las matemáticas? La historia nos explica que los cálculos eran piedras muy pequeñas que se usaban para aprender a contar, de allí provino el cálculo matemático. En la vesícula se depositan piedrecitas, llamadas de la misma manera.

El vocabulario tiene muchísima importancia para quienes nos dedicamos a difundir ideas, conocimientos, informaciones y relatos. Un texto es una sinfonía. Creo en la armonía musical de un párrafo bien escrito. Estoy convencido de que una lectura debe deslizarse sin traumas en la cabeza de quien la recorre. Somos los intérpretes de una melodía sin notas musicales, con palabras. Saber usarlas es un arte y, a la vez, una satisfacción. Solemos toparnos con textos en los cuales las palabras parecen reunidas de manera forzada, como cuando se trata de encastrar dos piezas de un rompecabezas en forma incorrecta. Conozco cantidad de ejemplos, muchos escritos por mí.

Para remediar la falta de armonía es muy necesario comprender las palabras, pero no solo en un nivel superficial, sino con mayor profundidad. La identidad de la palabra nos revela muchos datos a quienes investigamos hechos históricos y buceamos en archivos. También nos permite marcar importantes diferencias entre sinónimos, por ejemplo. Uno de los objetivos de este libro es generar el deseo de detenernos frente a una palabra e intentar conocer su origen, su historia.

A mí me ocurrió en 1992, cuando apareció una revista que me atrapó. Se llamaba Idiomanía y se especializaba en temas que interesaban, sobre todo, a los traductores. Pero el tratamiento de los textos, las buenas ideas que planteaban las notas y la capacidad más el talento de sus autores la convirtieron en una publicación que terminaría disfrutando un público más amplio. Era mi caso, ya que pertenecía a esa camada de lectores que no éramos profesionales de los idiomas.

El director de la revista, Ricardo Naidich, era traductor de lenguas nórdicas. Miguel Wald, su jefe de redacción, realizaba los subtitulados de filmes. Entre los redactores figuraban Pierre Dumas, Edgardo Ritacco, Martín Eayrs, Enrique Zagari, Graciela Cutuli, Martin Wullich y Leandro Wolfson. Idiomanía estaba escrita por amantes de la palabra. Lejos me encontraba de arrimar algún material con la calidad de sus textos. Tampoco era traductor. Apelé entonces a mi condición de idiomaníaco para animarme a enviar un trabajo sobre las palabras que la América precolombina aportó a la lengua española. Luego me publicaron una nota en la que manifestaba mi desacuerdo con la postura del sexismo lingüístico. Después escribí algo sobre etimologías y así fue ganándome el entusiasmo por conocer el origen de las voces que nos acompañan a diario.

En este libro, donde utilicé aquellas páginas mías que los responsables de Idiomanía me publicaron con tanta generosidad, intento que los vocablos se corporicen y avancemos sobre sus biografías.

Muchas de las historias que se esconden detrás de una palabra merecen ser rescatadas. Desde la batalla de La Bicocca hasta las acciones en contra de míster Boycott, las funciones vermouth del cine, los nombres que Carlomagno ha plasmado y hoy perduran en los mapas, las aventuras de Abel Tasman, el triste final del inventor que se ahogó en el Canal de la Mancha, el que se arrojó en el aljibe de un importante hotel parisino, la guerra del traje de baño o el relato de cómo el criadero de Víctor Casterán llegó a popularizarse en una palabra cotidiana (gracias, Germán Carvajal Casterán, por tu ayuda). Será posible, a la vez, descubrir interesantísimas historias de emprendedores en varios de los capítulos.

Tratamos con ellas a diario y son la herramienta principal de la comunicación. En esta oportunidad las he convocado para que hablen de ellas mismas, de sus historias trágicas, románticas y felices. De sus cambios, sus progresos y sus errores. Bienvenidos al paseo por el mundo de las palabras.

PALABRAS ARMADAS

El lenguaje de los guerreros es uno de los que más ha aportado a la creación de palabras, no sólo en el castellano sino en la mayoría de los idiomas. En el vocabulario cotidiano hallaremos decenas de términos que provienen de las fortalezas, los cuarteles y los campos de batalla.

Armario era el mueble donde se guardaban las armas. Hacia allí corrían todos cuando se daba la voz de “¡Al arma!”, que derivó en las alarmas. Pelear, por su parte, tiene un origen sencillo y a la vez entretenido: era luchar tomándose de los pelos. Batir significa golpear, como lo muestra el poeta Rafael Obligado en sus versos dedicados al Tambor de Tacuarí:

Bate el parche un pequeñuelo

que da saltos de arlequín,

que se ríe a carcajadas

si revienta algún fusil,

porque es niño como todos,

el Tambor de Tacuarí.

La palabra se originó en el latín battuere (golpear). A ella le debemos —además de batir— batería (conjunto de piezas de artillería), batalla, batahola y batallón. Un combate es precisamente eso: com battere (pelear juntos). Duelo fue el enfrentamiento entre dos, es decir entre un dúo. Lance era el combate con lanzas. Es fácil advertir que el verbo lanzar surgió de “arrojar la lanza”.

Tomemos dos sinónimos de lanza: por un lado, pica (con su punta para picar, popularizada en la baraja francesa) ha dado el diminutivo piqueta, la herramienta utilizada sobre todo en las minas. El otro sinónimo es asta. Hoy relacionamos el asta con el mástil de la bandera. Pero también la tenemos presente en otros impensados rincones del vocabulario. Cuando decimos astilla estamos refi riéndonos a un asta pequeña. Los galpones donde se fabricaban las embarcaciones de madera quedaban llenos de astillas: pasaron a ser conocidos como astilleros.

El asta tiene más parientes. Los romanos la clavaban con un estandarte distintivo para señalar el lugar donde estaba la propiedad o los objetos que iban a rematarse. Lo que se hallaba debajo de la lanza (es decir, sub-asta) se ofrecía al mejor postor. De los tiempos en que se abordaban fortificaciones viene el ataque por asalto, que era aquel que se hacía trepando los muros, saltando por encima de ellos, es decir mediante el sistema denominado a-salto.

La transición entre las armas clásicas y las de fuego, incluyendo su conjunción en la bayoneta, no fue de corta duración. Al respecto, podemos decir que los arcabuces comenzaron a ser tomados muy en serio a partir de la batalla de La Bicocca —al oeste de Milán— que protagonizaron las fuerzas de la corona española con las del reino francés (y sus respectivos aliados) el 27 de abril de 1522. Las bajas de los piqueros suizos debidas a la puntería de los arcabuceros españoles de Carlos V definieron el pleito de inmediato. Hoy llamamos bicoca al objeto de cierto valor que obtenemos sin demasiado esfuerzo.

EL SUELDO DEL SOLDADO

Como siempre ocurre en nuestro extenso planeta, los vecinos se pelean (tomándose de los pelos o de otras mil distintas maneras). Las fronteras siempre fueron puntos de conflicto. Ni qué decir si el límite natural es un río, ya que la disputa por ese bien preciado podía generar enfrentamientos.

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