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Historias De Corceles Y De Acero - Balmaceda Daniel

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Historias De Corceles Y De Acero Balmaceda Daniel

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DANIEL BALMACEDA HISTORIAS DE CORCELES Y DE ACERO de 1810 a 1824 - photo 1

DANIEL BALMACEDA

HISTORIAS DE CORCELES Y DE ACERO

de 1810 a 1824

EDITORIAL SUDAMERICANA

BUENOS AIRES

Primera edición: marzo de 2010

Segunda edición: junio de 2010

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito

que previene la ley 11.723.

© 2010, Editorial Sudamericana S.A.

Humberto I 555, Buenos Aires.

© 2010, Daniel Balmaceda

c/o Guillermo Schavelzon & Asoc.,

Agencia Literaria

www.rhm.com.ar

ISBN: 978-950-07-3180-5

Esta edición de 3.000 ejemplares se terminó de imprimir

en Verlap S.A., Comandante Spurr 653, Avellaneda, Bs. As,

en el mes de junio de 2010.

A Silvia, a Pancho y a Sofía Balmaceda

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

Cuando cada uno de nosotros evoca la Revolución de Mayo y los sucesos de la Guerra de la Independencia imaginamos las escenas a partir del patrón iconográfico con el cual nos hemos familiarizado desde que éramos chicos. Por lo general, nos situamos en la plaza histórica bajo la lluvia, observando a quienes saludan desde el balcón del Cabildo. O en el salón de Mariquita, en la pared opuesta al piano entre los que se encuentran sentados asistiendo a la velada. O en San Lorenzo, delante de San Martín, en el momento en que está tratando de zafar de su caballo caído mientras el enemigo intentaba liquidarlo. Tal vez en el Cabildo Abierto, en una punta del pulcro pasillo donde cada orador expone sus ideas ante la mirada atenta del resto de los vecinos.

A esas imágenes se suman los inmortales rostros de los pr ó ceres, más los de los soldados, los sacerdotes, las damas, los negros y los enemigos, quienes parecen ser menos valientes, más sanguinarios y menos inteligentes que los de nuestro bando.

Hace algunos años el gran antropólogo Dick Edgar Ibarra Grasso me confió algunos detalles de sus investigaciones mientras tomábamos el té en su casa de la avenida Rivadavia: “ El gran secreto para revelar enigmas complejos es mirar lo que siempre vemos, pero desde otro lugar ” . Ibarra Grasso se acercó a una pequeña mesa donde tenía objetos de arqueología y rodeándola me decía: “ Hay que buscar puntos de vista diferentes ” .

Este viaje con rigor histórico por aquellos catorce años que van desde la Revolución de 1810 hasta la batalla de Ayacucho tiene la intención de ofrecer otros puntos de vista, otros ángulos de enfoque, que ayuden a comprender los gloriosos hechos de nuestro pasado en una dimensión más completa. Que atravesemos junto a Moreno en una noche solitaria, y con mucho temor, la recova que estaba en medio de la plaza. Que nos sentemos en el pianoforte del salón de Mariquita y que paseemos por cada uno de los ambientes de los 4700 metros cuadrados de su casona. Que nos quedemos mirándonos unos a otros con los miembros de la Junta, sin entender por qué nadie nos aguarda a la salida del tedeum. Que conozcamos al hombre que iba a casarse con Remedios de Escalada antes de que apareciera San Martín. Que sepamos cuál fue la hazaña de los tres sargentos, nos enteremos de algún crimen pasional de la época y de las peleas entre patriotas.

¿Usted conoce cuáles eran los sueldos de nuestros pr ó ceres y dónde vivían? ¿Sabe quién terminó usando el sable que empleó San Martín en San Lorenzo? ¿A quién le daban de comer a través de un tubo de plomo? ¿Cuál de nuestros héroes marchó preso por evasión de divisas? ¿Quiénes fueron los travest i s del Alto Perú? ¿Tuvimos un bebito capitán? ¿Quién fue el intrépido granadero tatarabuelo de una estrella de Hollywood? ¿Sabía usted que hubo guerra de peinados floggers entre las chicas de 1817?

La historia de la Patria es mucho más humana de lo que solemos imaginar. ¿Es culpa de la enseñanza escolar que no lo hayamos descubierto antes? No: en los colegios es lógico que se concentren en los hechos puntuales. Historias de corceles y de acero es una opción para los recreos que nos da la vida. Espero que lo disfruten.

Daniel Balmaceda


SIN PROTOCOLO

La primera vocación de Benito Lué y Riega fue la militar. En 1770 integraba el ejército de su Majestad en España. Pero dejó las armas —aunque no abandonó su carácter colérico— para incorporarse a la Iglesia. Es decir, primero fue un soldado del Rey y luego de Dios. En medio de estas dos grandes vocaciones se sumó la de cantante: Benito integró el coro de la catedral de Lugo. Entre espadas, Biblias y algún pentagrama transcurrieron sus primeros cincuenta años. Hasta que en 1802 viajó como obispo a un nuevo destino, Buenos Aires. Comenzaba la recta final de su vida.

Arribó el domingo 14 de noviembre de 1802 a las cinco de la tarde. El virrey Joaquín del Pino le dio la bienvenida y no hubo tiempo para descansar: pocos minutos después se iniciaba la misa para agradecer la llegada del flamante obispo porteño. Empezó bien, pero la luna de miel entre el cardenal y los demás sacerdotes fue demasiado corta debido a que Lué pretendía cambiar todo, hasta las más pequeñas costumbres. Fueron tres las oportunidades entre 1804 y 1809, en que sus colegas instaron a que lo echaran. Más aún, cualquier cosa que hiciera el obispo parecía generar malestar.

Por ejemplo, durante una visita a ciudades de la Banda Oriental se lo acusó de exceso de velocidad porque en caminos pesados “ hacía andar su coche y carretillas de equipaje cuatro leguas por hora ” . Cuatro leguas por hora significan unos veintidós kilómetros por hora. Aclaremos que la legua fue una medida itinerante que pretendía marcar (en tiempos antes de Cristo) lo que un jinete podía andar durante una hora. Por lo tanto, cuatro leguas en una hora hubiera sido un sinsentido en el siglo I.

Lué y Riega fue sumando adversarios hasta que llegó el único hecho de su vida que logró gran difusión más allá de los círculos académicos: su actuación en el Cabildo Abierto del martes 22 de mayo de 1810. Emitió el primer voto en la histórica asamblea y en ese momento expresó que el Virrey debía continuar gobernando, pero no solo, sino junto a otros dos funcionarios: el Regente de la Real Audiencia y el Oidor de ese cuerpo. Por lo tanto, planteaba la formación de una pequeña junta, más bien un triunvirato. El hombre actuó con mucha sensatez, después de todo. Sin embargo, los grandes cambios institucionales marcarían su destino.

Al día siguiente del 25 de mayo, Lué mantuvo su jerarquía eclesiástica. Los nuevos gobernantes le enviaron una carta —la Junta estaba en el fuerte y Lué junto a la Catedral— para informarle oficialmente sobre el cambio de gobierno y, sobre todo, solicitando su acatamiento al nuevo orden. Además lo convocaban a presentarse en el Cabildo para jurar fidelidad ante los Santos Evangelios, de la misma manera que cada funcionario e integrante del clero. Aquél fue el primer acto del gobierno creado el 25 de mayo luego de asumir: redactar la carta.

Lué y Riega respondió que acataba a la Junta, pero se excusó de ir a la ceremonia del juramento. Era el mayor representante de la Iglesia en nuestra tierra y tal vez por eso Saavedra y compañía prefirieron no insistir y con la nota se dieron por satisfechos.

De todos modos, estaba claro que la relación entre los dos poderes era por lo menos distante. Y se puso de manifiesto antes de que se cumpliera una semana de gobierno. Fue a propósito del tedeum del miércoles 30 de mayo en el que se agradecería tanto por el día de Fernando VII —su onomástico, es decir, el día de San Fernando— como por la instalación de la Junta. El día anterior durante los preparativos Lué y Saavedra cruzaron más de una carta. La historia de los mensajes es la siguiente: la Junta le pidió al obispo que cuando concurriera a la misa los recibiera en la entrada de la Catedral un dignidad (un deán o un arcediano) y un canónigo (un miembro del cabildo eclesiástico). Estas dos autoridades debían despedirlos en la puerta al culminar la ceremonia. Aclaremos que todo el saludo se limitaba a una agachadita de cabeza, sin apretón de manos o besamanos o abrazo. El obispo respondió que lo veía “ dificultoso ” porque no contaba con suficiente cantidad de eclesiásticos como para emplear en esos menesteres. La Junta retrucó de inmediato, carta mediante, que cuando solicitaron el dignidad y el canónigo, lo hicieron habiendo evaluado previamente las limitaciones que podrían existir. Y terminaban la nota: “ Insistiendo pues en el cumplimiento de aquel encargo, espera no habrá faltado, en el recibimiento de mañana, en ordenar al dignidad y canónigo ” que se planten en la puerta a esperarlos y a despedirlos.

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