Sta. Joaquina de Vedruna, nº 7-bajo
Tel. 977 603 337
© 2011 Juan A. Monroy
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A la generación de evangélicos españoles que padeció estas injusticias; a sus hijos y nietos, continuadores de la Historia, recordándoles la obligación contraída con un pasado que no deben olvidar, evitar que se repita y ofrecerlo más limpio a las generaciones del mañana.
Fuego en el alma, tinta en las venas
Manuel López Rodríguez
Escribe esto para que sea recordado en un libro.
Éxodo 17:14
…y fue hallado un libro en el cual estaba escrito así: «Memoria».
Esdras 6:2
Muy, pero que muy otra hubiera sido la visión que de nosotros los protestantes españoles habría podido reflejar Jesús Fernández Santos de haberse inspirado en otro escenario y otro personaje en su Libro de la memoria de las cosas , emblemática novela sobre una comunidad protestante que le valió el Premio Eugenio Nadal en 1970.
A la monotonía, la tristeza, el cansancio, cuando no el deterioro y la decadencia frutos de la segregación y la consiguiente dinámica endogámica que sufre una humilde congregación evangélica en el Páramo Leonés al final de la Longa noite de pedra , la «Larga noche de piedra» (Celso Emilio Ferreiro) de la nacionalcatólica España de Franco, Fernández Santos hubiera podido contraponer, por ejemplo, una ciudad cosmopolita y próspera: Tánger.
Y dentro de Tánger, en los años de esplendor del protectorado español como ciudad cosmopolita, pongamos la presencia de una misión protestante internacional que se reunía en el Zoco Grande de aquel enclave estratégico de comunidades musulmanas, judías y cristianas que hacían de la urbe en la que se hablaba árabe, español y francés un referente multicultural de tolerancia, concordia, progreso y paz social de impagable valor para las relaciones comerciales y la alta diplomacia de la época.
Tánger ejercía una gran atracción sobre artistas e intelectuales de Europa y Estados Unidos. Uno de esos lugares de libro para el ejercicio del periodismo y la creación literaria.
Pongamos, pues, como protagonista a un joven tangerino hijo de española y francés recién convertido, miembro de la Iglesia Bíblica, que se estrenaba como predicador a la par que como periodista y que apuntaba claramente maneras de lo que no tardaría en llegar a ser pocos años después en la península: un líder religioso de referencia que traía un soplo de aire fresco a la comunicación del Evangelio desde los púlpitos de las iglesias, las tribunas de las salas de conferencias y sobre todo desde la prensa y la literatura. Sesenta años después, su nombre sigue estando en boca de todos: Juan Antonio Monroy.
Frente al porte grave y severo de Lucio Sedano, fundador de la congregación que trasplanta en crudo en las ásperas tierras del Páramo profundo el pietismo fundamentalista de las brumas de Inglaterra que había traído Mr. Baffin, la figura de Monroy emergía con una imagen diametralmente opuesta que hacía que la mera descripción de su talante fuera noticia: un inconfundible semblante jovial que acompañará durante toda su vida al comunicador irrepetible que mira de frente sosteniendo la mirada y habla alto y claro con un lenguaje normal que en nada absolutamente recuerda la jerga pía y afectada de los entornos religiosos. Quien, pasados los años, se presenta en este libro como Un protestante en la España de Franco , no era un protestante más. Sería uno de los escritores protestantes de referencia de todos los tiempos. El de mayor proyección internacional.
Monroy escribe a corazón abierto, juntando con aplomo, rigor, valentía y gracia las palabras exactas en el orden preciso con el énfasis justo en la circunstancia adecuada. Y lo hace con la plena consciencia de quien sabe que el pulso de la vida late en el hombre de la calle, no en la fría programación de rutina de los despachos eclesiásticos. Un maestro. Cerca de sesenta años marcando estilo. Escribe sobre los temas que hay que tratar arropado por una cultura enciclopédica que no dejará de retroalimentar de los miles de libros ¡leídos! de su biblioteca personal.
Enciclopédica cultura literaria divina y humana que se hace tinta en su bolígrafo al contrastarla con su propia experiencia de la vida para compartirla en sus escritos. Monroy es, ante todo, un escritor vital de puro culto. Y de puro humano. La mirada en las alturas, los pies en el suelo.
Cierto que la fe y las convicciones más profundas de la filiación religiosa del personaje novelesco Sedano y el de carne y hueso Monroy venían a ser en esencia y en última instancia las mismas, pero las formas eran muy otras. Ambos coincidían, si bien con bien distintos bagajes, enfoques, intensidades y talantes, en la misión, pero en Monroy, además, había visión. La fe de Sedano no iba más allá de los pocos bancos de su iglesia, mientras a la de Monroy no había carretera secundaria ni ruta aérea internacional que se le resistiera.
A uno bien podía definirle el himno de «resistencia» que se entonaba en los cultos de las congregaciones evangélicas y que lleva por título Somos un pequeño pueblo muy feliz. El otro, pluma comprometida y vibrante al servicio de su fogosa pulsión por el Evangelio, no tardaría en publicar Hombres de fuego , justo en 1970, el año del premio al Libro de la memoria de las cosas. Una obra de referencia sobre el liderazgo religioso, que todavía en 1992 Monroy «bordaría» con una nuevo título emblemático sobre el tema: La formación del líder cristiano.
El liderazgo de la minoría religiosa acatólica de le época, ay. Confinado a la fuerza en el interior de las capillas y viviendo con el alma en un puño ante los zarpazos de la intolerancia, poca cosa, por no decir nada, podían hacer por mejorar la imagen pública del protestantismo. La falta de libertad es una mordaza que cercena el normal desarrollo de las personas y los grupos sociales. Cierto que el Fuero de los españoles de 1945 garantizaba sobre el papel «el ejercicio privado del culto», pero en la práctica la aplicación tenía efecto con los diplomáticos y residentes extranjeros en España.
En su Libro de la memoria de las cosas , premio Eugenio Nadal 1970, Jesús Fernández Santos esperaba que los protestantes españoles: a) nos liberáramos de la influencia piadosa de los misioneros anglosajones, ajena a nuestra cultura latina; b) superáramos aquel porte de gravedad no exento de un punto de tristeza que dominaba nuestra existencia a los ojos de la gente; y c) que saliéramos de nuestras capillas y aportáramos un soplo de aire fresco, de ética protestante, a la vida española.
Esto tengo escrito en La España Protestante. Crónica de una minoría marginada (1937-1976). El crédito a una de las principales fuentes documentales que usé: Defensa de los protestantes españoles, el libro de referencia de Monroy, queda bien patente en el diseño de la propia cubierta del libro con la reproducción de la primera plana de un número de La Verdad cuyo titular principal denunciaba los atropellos contra los protestantes españoles.