Notas
Se ha decidido presentar a pie de página las notas explicativas que aportan un complemento de información. Las notas que hacen referencia a las fuentes empleadas aparecen al final del volumen. Los asteriscos señalan los términos cuya definición aparece en el glosario, al final de la introducción.
Citas
En los documentos antiguos citados, se ha modernizado la ortografía y la puntuación. Los textos en lenguas extranjeras se han traducido.
Aunque tengo grandes reservas sobre la realidad de la mayoría de los tesoros piratas, no las tengo en absoluto sobre esos buques mercantes y de guerra que transportaban valores y que desaparecieron en el mar. Tal fue el caso de miles de ellos desde los inicios de la navegación en todos los mares del globo. Si bien tenemos pocos datos sobre los ricos naufragios de los navíos antiguos y medievales en Occidente, o sobre los árabes, malayos, chinos, indios u otros en Asia, sabemos en cambio algo más desde el principio del s. XVI, gracias a los archivos, que conservan el recuerdo de esas tragedias que regularmente mandaron hombres y mercancías al fondo del mar. Por causa de tempestad, errores de navegación, desconocimiento de los arrecifes o hechos de guerra, más de un millar de buques de la Carreira da India portuguesa, de la Carrera de las Indias española, de las Compañías de las Indias orientales y occidentales inglesas, danesas, francesas, holandesas o suecas no llegaron jamás a buen puerto. Pero no nos hagamos ilusiones, ¡nuestros antepasados no eran unos zoquetes! De modo que, en cuanto los supervivientes daban la alarma, se organizaba una expedición de socorro o de recuperación. Se encargó a la siguiente flota que tratara de salvar, durante su escala en la isla, todo lo posible: la artillería, las anclas, la jarcia y las vasijas de mercurio, de aceite y de vino que fueron a parar a las playas. En 1614 una pequeña expedición dirigida por Nicolás de Cardona aterrizó en la isla para recuperar lo que aún quedara. Entretanto, los indios caribes se habían apoderado del cargamento de telas de Ruán para hacer velas para sus piraguas, y los filibusteros de paso se habían hecho con los cañones de bronce, las anclas, la jarcia y las vasijas… A partir de esa época, ya no se contentaban con rezones y buceadores a pelo para recuperar las riquezas, sino que ya se iba experimentando con campanas de buceo y con molinos para dragar el fondo del mar. Sería preciso que se hubieran dado unas circunstancias muy particulares (un naufragio que no dejase ningún superviviente ni testigo, un emplazamiento demasiado peligroso o profundo, vestigios recubiertos muy rápidamente o un contexto físico-químico muy favorable) para que pudiéramos encontrar hoy en día esos tesoros arqueológicos.
EN LA ZONA DEL CARIBE
Favorecidas por el desarrollo de la escafandra moderna, las buenas condiciones de buceo (en cuanto a visibilidad y temperatura), y la ausencia de legislación protectora del patrimonio arqueológico submarino, las vocaciones de los buscadores de tesoros submarinos se multiplicaron en esta zona. Desde los años 1950, se vienen explotando sistemáticamente los galeones más célebres. Kip Wagner halló los vestigios de la flota de 1715, que naufragó en Florida; Art Mac Kee, Hill Thompson y Ed Ciesinki los de la flota de 1733; Bob Marx las primeras huellas del Nuestra Señora de las Maravillas en las Bahamas, emplazamiento que más tarde retomaría Humphreys. Al sur de Florida, Mel Fisher localizaba, tras muchos años de búsquedas, el Nuestra Señora de Atocha y el Margarita (1622). Burt Webber cumplía su sueño de recuperar los últimos vestigios del Nuestra Señora de la Concepción (1641) en Banco de Plata, al norte de Santo Domingo. Recientemente, un grupo holandés aseguró haber descubierto el San José (1708), que naufragó en alta mar frente a Cartagena con once millones de pesos a bordo.
Por suerte para el arqueólogo, el historiador y el soñador, los archivos nos suministran muchas más pistas.
La misteriosa desaparición de Juan Menéndez
El asunto comenzó en 1563, cuando la armada de Juan Menéndez puso rumbo a España. Venía de Nueva España, y se había reagrupado en La Habana. En total, once buques partieron de Cuba el 13 de agosto. Estaba la nave capitana de maestre Franco Rodríguez Manzera, la nave almirante de maestre Ruy Díez Matamoros, la urca de Rodrigo Baço, la nao inglesa de maestre Juan López, el navío de maestre Juan de Palacios, la nao de maestre Domingo González y de Miguel de Yturriaga y los buques de los maestres Francisco Burgales, Juan Yjada y Pero Gutiérrez. Setenta leguas antes de las Bermudas, el 10 de septiembre, cayeron en un ciclón que duró siete u ocho días. El testigo se encontró solo en las Azores. Aparentemente, cinco navíos desaparecieron, conocemos al menos dos de ellos. La urca de Honduras, del capitán Tristán de Salvatierra, se fue a pique con todo lo que contenía; treinta y cinco personas pudieron ser salvadas por navío de maestre Pedro Camina. La nave almiranta salvó a otro navío de Honduras, que contenía doscientos cincuenta mil ducados para el rey, ciento cuarenta mil ducados y veinticinco pesos para particulares y gran cantidad de cochinilla. Al salir a alta mar, la nave capitana en la que se había instalado Juan Menéndez naufragó a su vez, sin que se pudiera salvar nada. La almiranta, muy dañada, pudo alcanzar el puerto de Montecristi en Santo Domingo. Pero tampoco en este caso es seguro que se comenzara la ejecución.
El hechizo de esa armada llegaría también a otro lado del Caribe: la Dominica.
En 1584, en el Consejo de las Indias, llegaron sucesivamente las declaraciones de dos testigos oculares, antiguos prisioneros de los indios caribes que consiguieron escapar. ¡Afirmaban que en la isla de la Dominica había una gruta repleta de oro, plata y joyas!
El primer testigo era una mujer negra y libre de Puerto Rico, Luisa Navarrete, capturada en una de las numerosas incursiones que hacían los indios a la gran isla al norte del archipiélago. De hecho, el tesoro no fue mencionado jamás en los archivos, pero sí lo fue en las leyendas insulares. En Roseau, capital de la isla, a la puesta del sol, alrededor de un vaso de punch, en un sabroso criollo mezclado con inglés, algunos os hablarán aún de esa misteriosa gruta repleta de oro y plata, cuya entrada custodia una enorme serpiente que devora a los imprudentes que intenten adentrarse en ella…
El naufragio de la armada de Luis de Córdoba
Los siete galeones de la armada de Luis de Córdoba fueron alcanzados por un huracán entre los bancos de Serrana y Serranilla. Uno de los buques pudo llegar hasta Cartagena, dos más alcanzaron Jamaica, pero otros cuatro, con ocho millones de pesos, desaparecieron. Estaba la capitana San Roque (600 toneladas), la almiranta Santo Domingo del capitán Diego Ramírez, el Nuestra Señora de Begonia y el San Ambrosio del capitán Martín de Ormaechea. Las autoridades españolas enviaron dos fragatas para inspeccionar los bajíos de la Serrana, la Serranilla, Roncador y Biboras, pero en vano. En 1613, Tomás de Cardona tenía el proyecto de inspeccionar aquellos bajíos, pero no fue, pues en el álbum de pinturas que trazan su periplo no figura ninguna de allí.
En 1963, después de haber localizado varios lastres desde un avión, el americano Robert Marx probó suerte, en vano, enfrentándose a unas condiciones meteorológicas horribles y a un mar revuelto. Dos navegantes franceses que pasaron recientemente por allí se toparon con la misma situación. El archipiélago de la Serranilla nunca ha desvelado su secreto. Es seguro que una parte de los buques se rescató en el s. XVII, pero los instrumentos modernos de detección deberían permitir localizar los últimos vestigios.
EN LOS MARES DEL SUR
El naufragio del Flor de Mar (1511)